6. Órdenes.

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-- Capítulo 6. Órdenes -- 

En su año vagando por las ciudades destruidas y carcomidas por la maldad y el miedo, nunca se había imaginado poder volver a formar parte de un clan. Aunque solo fuera para matar al jinete que una vez, le quiso dar caza.   

El miedo había conducido a Clera a las puertas de la muerte. Ella se encontraba a unos pocos pasos de la entrada del clan que había arrasado su tierra. Más de un mes fue lo que tardó Clera en encontrar ese clan. Los anteriores que había visitado eran solo escombros y cenizas. 

El corazón de Clera estaba por salirse de su pecho. Miles de preguntas se estaban planteando en su cabeza, pero lo más importante era;  ¿cómo iba a matar al jinete? Ella nunca había dañado a ninguna persona. Y aunque en varias ocasiones hubiese sido su mejor opción, no lo había hecho jamás.

Ese año en la ciudad había creado a una nueva Clera, más rápida, fuerte, inteligente y perspicaz. Ella sabía que lo más sensato era olvidarse del jinete, no tenía ninguna posibilidad de matarle, sin embargo, no tenía otra cosa que hacer, su vida había dejado de tener sentido sin un objetivo, y en ese momento, matar al jinete era el único propósito en la vida de Clera.

Clera se escondió detrás de unos arbustos, cuando oyó el sonido de unos caballos galopar. Observó detenidamente como tres personas montadas en caballos se acercaban a las puertas del clan.

Los guardias que custodiaban la entrada les dejaron pasar al ver la cicatriz de una semiesfera en el antebrazo derecho. Todos los habitantes de ese clan tenían ese sello, ya que a los catorce años, eran marcados como si fueran vacas. El rey, que era un tirano, dictó que todos los habitantes que estuvieran viviendo en su tierra, tendrían que tener una marca, para saber cuándo había algún caminante, y si era así, poder echarle.

Clera no estaba muy lejos, así que pudo ver perfectamente como los tres hombres enseñaban sus sellos. ¿Cómo iba a poder entrar? Se preguntaba una y otra vez. 

Se echó las manos a la cabeza mientras pensaba la manera de traspasar las murallas. Tras varios minutos sin sacar ninguna idea productiva contempló embobada sus manos blancas. Entonces, una palabra se le vino a la mente, "princesa". 

Recordó como un año atrás la habían confundido como una integrante de la familia real. Se acordaba de que en su clan, solamente custodiaba la puerta una única persona. Ellos no corrían peligro. Fueron descuidados al creer que detrás de una muralla de piedra mal hecha estarían a salvo. Evidentemente se equivocaron. 

Esto hizo pensar a Clera que el jinete tendría que tener más enemigos de los que ella se hubiera imaginado. Por eso había tres guardias. 

No se lo pensó dos veces y echó a correr hacía donde estaban los hombres fornidos que custodiaban la puerta.

La primera reacción de los guardias fue llevarse las armas de fuego debajo del brazo para disparar al nuevo objetivo, Clera. Pero no hicieron nada. Clera parecía un fantasma, llevaba un vestido blanco que le cubría hasta la mitad del muslo. Su pelo negro estaba sujeto en una cola de caballo, y los pocos pelos que se salieron de la coleta, estaban pegados a su cara blanca.

Clera se escondió detrás del guardia que se encontraba más cercano a la entrada. Ninguno de los guardias se movió. Entonces, Clera vio su oportunidad para poder entrar en el clan del jinete.

- Ya vienen, ya vienen -gritó y empezó a temblar.

Los guardias reaccionaron ante los gritos de esa chica blanca como la nieve. La miraron con los ojos abiertos como platos. "¿Quién diablos era ella?" Se preguntaban.

- ¿Quién? -preguntó el hombre que parecía ser el jefe de los tres.

- Unos hombres me quieren matar -lloró Clera-. Destrozaron mi aldea, mataron a mis padres, a mis hermanos ante mis ojos.

- ¿De qué aldea eres, niña?

- Está muy lejos de aquí, he tenido que correr varios días, en busca de un clan que tuviera habitantes -mintió Clera, su corazón se iba a salir por la boca, no estaba acostumbrada a mentir.

- Tranquila, no hay nadie siguiéndote -dijo el hombre más pequeño con una sonrisa.

- ¡No me pidas que me tranquilice! -gritó la muchacha- Ellos van a venir a por mí -balbuceó.

Los tres guardias fueron los espectadores de como Clera Rossete, fingía desmayarse. Antes de que el cuerpo de Clera tocara el suelo, el guardia que aún no había hablado, la cogió entre sus brazos. Ese mismo guardia contempló las facciones de Clera, hacia un año no había terminado de formarse como mujer. Ahora, su cara era el lienzo de todo lo que le había ocurrido en ese año de soledad. Tenía la cara más afilada y los labios resecos.

- Wow -dijo asombrado el guardia de menor estatura-. ¿Qué vamos a hacer con ella, Gustavo? -preguntó más tarde.

- Si es verdad todo lo que ha dicho, estamos en grandes problemas -comentó pensativo Gustavo.

- Voy a llevarla a la casa del rey -anunció el hombre que sostenía a Clera.

- Yo no te he dado esa orden -dijo Gustavo enfurecido-. Podría ser un caminante.

- Por favor, ¡mírala! ¿Tiene pinta de ser un caminante? Solamente es una estúpida princesa con suerte -dijo enfurecido-, por ahora -susurró.

Clera, que lo había oído todo, apretó los dientes, haciendo que su mandíbula chirriara, odiaba que la tratasen como una persona insignificante. Además, otra vez volvían a confundirla con una princesa. Si ellos supieran los planes que Clera tenía para ese clan donde estaría el jinete, nunca la hubiesen dejado pasar. Ella parecería una chica inocente, sin maldad, pero ese año la había cambiado.

En ningún momento abrió los ojos. Pero sí, los oídos. Miles de nuevos sonidos inundaban en su cabeza, empezando por el fuerte y molesto sonido de la puerta al abrirse. Le siguieron, los cuchicheos de las personas que la veían y comentaban lo que le podría haber pasado a la joven muchacha. Y por último, una suave música de un arpa tocando en una habitación cerrada.

El guardia depositó a Clera en un rincón de la habitación, donde el suelo estaba lleno de cojines blandos y ahuecados. El hombre contempló como el pecho de Clera subía y bajaba regularmente. Luego sus ojos se fijaron en la cara de satisfacción que tenía la muchacha. Y es que desde hacía tiempo, Clera no había podido descansar en un lugar tan cómodo. Ni si quiera en su cama.

- Amigo mío, ¿qué te trae por aquí? -preguntó un señor pequeño y de gran envergadura entrando por una puerta de hilos.

- Señor, acabamos de encontrar a una princesa en la entrada...

- ¿Una princesa? -preguntó ansioso de saber más, el hombre gordo.

- Sí, nos ha dicho que unos hombres arrasaron su aldea. Creo que podría tratarse del clan de los Santos.

- ¡Ya están dando la tabarra esos hijos del diablo! -comentó acercándose al guardia- Déjame ver a esa princesita.

El guardia hizo lo que le ordeno su rey. Porque, eso era lo que hacía, obedecer.

(N/A): Hola, siento haber tardado tanto en subir. Gracias por las más de 300 visitas. Aquí tenéis mi twitter por si queréis contactar conmigo @FlyRings . Besos.  

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