20. Rubí.

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-- Capítulo 20. Rubí. --

Clera, impactada por la forma en la que actuaba el rey cuando estaba presente alguna persona delante de ellos, miró con ímpetu sus dedos como si fuesen la cosa más entretenida del mundo. A ella no le gustaban sus manos, puede que fueran blancas, al igual que todo su cuerpo, y delgadas, pero lo que más detestaba eran sus dedos finos y un poco torcidos. No soportaba verlos, al igual que sus uñas, que casi eran inexistentes, ya que, cuando los nervios invadían su cuerpo, ella empezaba a morderse las uñas. Y ahora, tenía esa manía, que por todos sus medios, intentaba que desapareciera.

Con un suspiro pesado, empezó a mover su pierna izquierda a un ritmo frenético, que lo único que hacía era ponerla aún más nerviosa. Su otra pierna se contagió del mismo estrés con la que se movía la izquierda, y las dos, intercambiándose la una a la otra, se meneaban con rapidez. Clera se encontraba demasiado inquieta, creía que algo iba a salir mal. Y cuando ella tenía ese presentimiento, es que todo iba a ser un desastre. Aunque lo único que podía salir mal eran unas pocas cosas; el sacerdote a lo mejor se negaba a casarles, haciendo que Clera fuera expulsada, que alguien la reconociese de haberla visto por su verdadero clan natal, que un árbol se cayera y la aplastase...

No importaba cuál fuese la excusa, Clera estaba de los nervios, y el agobiante calor que envolvía su cuerpo sólo hacía que la princesa tuviese más necesidad de salir fuera. Sin embargo, no lo hizo porque el rey lo había mandado. Una orden que no entendía, ¿qué le importaba que ella saliese del carruaje? No le iba a pasar absolutamente nada, ya que, donde el muchacho había aparcado el carruaje era una especie de zona llana de la montaña en donde no había ningún árbol cerca -el sacerdote había ordenado que los talasen-, por lo que, el presentimiento de que fuese arrollada por un árbol, quedaba descartado.

Necesitaba salir del interior del vehículo inmediatamente. Las temperaturas eran muy elevadas, y al estar en un sitio cerrado, el ambiente estaba más cargado. Incluso, si Clera entrecerraba los ojos podría ver como el calor pegada en el interior del carruaje y salía una especie de niebla, apenas notoria. Hubo un momento en el que entró una pequeña brisa de aire fresco que Clera agradeció. Ansiaba por salir al exterior, pero la obligación de mantenerse dentro podía a sus deseos. Clera estaba llevando demasiado lejos el ser una princesa. Nunca en su vida había obedecido a sus padres y ahora pretendía acatar los mandatos de un hombre que apenas conocía.

Después de unos cinco minutos, no pudo contenerse y salió. Una brisa fresca pegó directamente en su dulce cara. Al encontrarse en lo más alto de la montaña, el aire que respiraba Clera era tan purificador que se sentía, como un buen baño de agua fría, después de un día de trabajo duro en el campo. Aun así, el sol persistía en calentar la zona en la que se encontraba el edificio de culto. Y la muchacha al llevar una prenda de color negro, sentía como el vestido empezaba a pegarse por todo su cuerpo.

Con la mirada inquita de que el rey la pillase fuera del carruaje, observó detalladamente la llanura en la que se encontraba. No había ni un solo árbol, sin embargo, el lugar estaba lleno de flora y más flora. La extensión del prado verde, llegaba hasta casi el final de la ladera, que estaba complementado con flores pequeñas de distintos colores, que en alguna de ellas había abejas recolectando el néctar para más tarde crear miel. Las vistas desde donde se encontraba Clera, eran esplendidas. Desde allí se podía divisar todo Thiene, y diferenciar cuál era la parte de los ricos, y cuál la de los pobres. En la zona de los privilegiados sus casa estaban bien construidas, en cambio, en la otra zona, no había ninguna que pareciese estar en buen estado, todas parecían o estaban a punto de caer. En la parte oscura de Thiene, se podía ver a kilómetros de distancia que sus calles estaban sucias, por otro lado, el paseo de los ricos estaba tan impoluto que parecía ser una visión. También se podía observar los campos que había en la zona de los pobres y el río cristalino que partía Thiene a la mitad.

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