11. La cara opuesta de la moneda.

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-- Capítulo 11. La cara opuesta de la moneda. --

Clera miró detenidamente a cada una de las personas que se encontraban encerradas dentro de la valla. El estado de casi todos los que estaban ahí dentro, era pésimo. Sus caras y cuerpos estaban tan delgados que a los que no estaban acostumbrados a ver personas en esas mismas circunstancias, los harían vomitar. Todos y cada uno de ellos se les notaban los huesos, era como si sus músculos hubiesen desaparecido. 

La muchacha se acercó a la verja de hierro oxidado. Lo que estaban haciendo en Thiene era una barbaridad. Puede que en su clan vendiesen a sus propios hijos, pero nunca los habían tratado como si fuesen unos animales. 

Los presos estaban más que esclavizados, se encontraban ridiculizados. En el clan de Clera, se suponía que era ilegal comercializar con personas, aunque los habitantes seguían haciéndolo. Ellos lo ocultaban para dar un poco de respeto a la persona que era vendida. En cambio, en Thiene era todo lo contrario; estaban humillando a esa pobre gente débil y sin fuerzas para seguir viviendo. Y además, los marcaban en el cuello para que todo el mundo viese lo que eran. Esclavos.

- Clera, aléjate de ellos -dijo Tristán cogiéndole de la mano para que se apartara de la verja.

La joven tenía los ojos como platos, había conocido a vagabundos y a adictos con mejor aspecto que esas personas, que parecían no haber comido en días. Incluso en la ciudad, que era un lugar donde comías o eras comido, parecía más ético que lo que estaban haciendo en Thiene.

- Princesa, en serio, tenemos que alejarnos de aquí -ordenó un poco molesto-, podríamos coger algo.

Clera camino junto a él sin ganas. No se podía creer lo que había dicho Tristán. Los esclavos no tenían la peste o algo parecido, no había ninguna razón por la que huir de allí. Si alguien llegase a cuidarles como es debido, seguro que unos compradores los querrían, pero era un gasto que no se podían permitir. Para los esclavos solo había; una ducha a la semana y una comida al día.

Tristán que todavía no había soltado la mano de la muchacha, se la apretó suavemente, mostrándole apoyo. Pero ni siquiera él sabía en qué la podía apoyar.

- Todavía no hemos comido nada y nos queda un largo camino de vuelta -comentó el guardia-. Así que, te voy a invitar al desayuno -sonrió.

- Vale -respondió Clera secamente. Se le habían quitado las ganas de comer cuando vio a los esclavos.

Llegaron a una especie de tienda donde vendían bollería. Todo tenía una pinta estupenda, había tantos colores y olores en el mostrador, que poco más y  a Clera se le caía la baba.

Con una bolsa de papel en la mano, Tristán guio a Clera hasta un rincón apartado de todos los habitantes de Thiene. Clera, se sentó en el suelo cuando por fin el guardia se detuvo. Esperó ansiosa a ver lo que Tristán había cogido, y es que estaba tan asombrada por esa comida tan innovadora, que no se había dado cuenta de lo que su guardia había elegido.

Tristán sacó del interior de la bolsa de papel, unos sándwiches de chocolate. A primera vista, no parecían que tenía buena pinta, pero él sabía perfectamente el sabor tan maravilloso que tenían. El guardia le entregó uno de ellos a Clera.

Nada más coger el trozo de comida, Clera, se lo llevó directamente a la boca. Hacía ya casi un día que no comía nada, y el estómago le pedía a gritos que comiese algo, lo que fuera. Al morder un trozo del sándwich, el paladar de la joven estalló de placer.

Ella nunca había probado el chocolate, porque no podía permitírselo. En su clan solo comía dos veces al día y consistían solamente en patatas o en pan.

Catástrofe mundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora