21. El sacerdote.

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-- Capítulo 21. El sacerdote. --

Clera, que estaba de los nervios por culpa de la misteriosa carta, tenía miedo. El mismo miedo que podría haber tenido si se encontraba con un animal salvaje en la ciudad. Ese terror que corría por sus venas como si fuese sangre. Sentía como el pánico apresaba su cuerpo y la hacía sentirse pequeña y menuda. Clera empezaba a tener claustrofobia de sí misma, como si por alguna razón, ella no estaba cómoda con su piel.

La verdad, nadie quería estar en su misma piel. Clera tenía que sacrificarse para intentar conseguir su propósito. Ella tenía que casarse con el rey, y por si fuera poco había una persona que estaba espiándola, y que en cualquier momento de su vida en Thiene podría aparecer y descubrir toda su real vida.

Y ahora le mandaban una carta que seguramente fuera un aviso o algo parecido, que ella no podría saber su significado hasta que encontrara una persona de confianza que leyese el contenido de la carta. Pero, solo podía confiar en Owen, que era el único que sabía que era una simple campesina, y Clera no había tenido más remedio que confiar en él.

Clera se obligó a sí misma a respirar con tranquilidad. Nadie podía verla estar aterrorizada por una simple carta, además de que Anthony empezaría a sospechar de ella si salía en ese momento, en pleno mini ataque de pánico. Por eso, con todo su empeño, inspiró hondo, cogiendo todo el aire que sus pulmones pudieran coger, y lo soltó despacio, tranquilamente, como siempre había hecho en la ciudad cuando caía la noche. Volvió a hacer este proceso unas cuantas veces más, hasta que alguien entró en el carruaje.

Los ojos de Clera se encontraban cerrados, al igual que ella estaba concentrada en su respiración pausada. Pero un olor al que tardaría en acostumbrarse le llegó a su pequeña nariz. El olor era una mezcla de sudor, que estaba un poco disimulado por un perfume de rosas, o una flor que en ese momento Clera no fue capaz de distinguir. Sin embargo, el aroma en sí no le parecía agradable.

Intrigada por saber quién era el portador de tal desagradable fragancia, abrió un poco el ojo derecho. Por él, pudo ver el cuerpo del rey sentado enfrente del de ella, con una gran sonrisa en la boca. Lo que para el rey significarían buenas noticias, para Clera sería todo lo contrario.

La cara del rey, era un poema. Su brillante sonrisa alegraba su aspecto, y sus mejillas rojas como un tomate, hacían verle más joven, sin embargo, también parecía que había gastado todas sus energías en la visita que hizo para ver al sacerdote, además de que su frente estaba cubierta por una fina capa de sudor, que se intentaba secar con la manga de su camisa de seda.

- ¡Clera, cariño, el sacerdote nos espera! -dijo muy animado Juan José-, Está impaciente por conocerte, le he hablado muy bien de ti, así que no me dejes en evidencia Clera -comentó esta vez más brusco.

Respirando lo más hondo que pudo, la muchacha puso en su bonita cara la mejor sonrisa -falsa-, y se bajó del carruaje antes de que el rey volviese a decir algún comentario despectivo y machista. Clera, tenía el presentimiento de que Juan José se iba a comportar demasiado brusco cuando ellos dos entrasen dentro del centro de culto.

Y cuánta razón tenía.

Una gran puerta de madera, de color rojizo ya gastado, estaba entreabierta. Con un paso aparentemente relajado Clera se fijó en que había un camino con baldosas que llevaban al a gigante entrada. Del interior del centro de culto salía la oscuridad, o eso era lo que por un momento vio Clera. Aun queriendo escapar, se obligó a sí misma a caminar hacia el interior del centro de culto.

El lugar estaba alumbrado por unas luces tenues provenientes del techo. Intentando mantener a raya su asombro, la muchacha alzó la vista para encontrarse con unos objetos que no había visto en su corta vida. De esos objetos salía una mínima luz, sin embargo, al estar por toda la superficie posible del techo, dejaban ver el interior del centro de culto. Parecían pequeños soles de color rojo cobrizo que se sostenían en el aire con unos hilos, de color oro, trenzados.

Catástrofe mundialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora