18. Costumbres y más mentiras.

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-- Capítulo 18. Costumbres y más mentiras. --

Un día. Clera se había encerrado en su habitación un día entero. Y es que, después de haber mantenido una conversación tan frustrante con Owen, la muchacha se sintió agotada.

Se había metido en la cama nada más entrar en la habitación, no sin antes haber cerrado su puerta con llave. Pasó todo el día mirando al techo, sin pensar en nada, ni en nadie en concreto. Solamente estaba cansada de mentir, y le había parecido lo más correcto encerrarse en su habitación, así no hablaría con nadie, ni contaría ninguna mentira.

La única persona con la que podía hablar con naturalidad era Owen, pero este la sacaba de quicio. Clera no podía relajarse ni un minuto estando con él, porque a la mínima que se descuidase, el caminante haría algo que pusiese nerviosa a la joven.

Con Tristán todo era muy diferente. Con él, ella tenía el poder, aunque el guardia no lo supiese. Clera sabía jugar bien su baza con el guardia, tan bien como lo hacía Owen con ella. Al principio, la joven pensó que le gustaba Tristán porque le podía controlar, no tenía otra explicación. Ella no sabía lo que era el amor.

¿A Owen le gustaba Clera por lo mismo? Eso ni siquiera él lo sabía.

Al día siguiente por la mañana, Clera se fue a bañar, tenía que estar presentable para el rey. Antes de meterse en la ducha, la muchacha miró por el hueco que había en la pared para ver si había alguien dentro. Al contrario de la otra vez, nadie se encontraba dentro de la pared.

En la noche, Clera había buscado como una loca un pasadizo. Removió cielo y tierra para nada, porque no entró absolutamente nada que se pareciese a un hueco por donde poder pasar.

Clera se metió en la bañera. La temperatura del agua era muy elevada, pero a la muchacha no le importó, prefería mil veces que el agua estuviese hirviendo a que estuviese fría. El único problema que presentaba bañarse con el agua tan caliente era que, cuando saliese de la bañera, su cuerpo estaría teñido de un color rojo suave.

Una serie de preguntas volaron a la mente de Clera; ¿y si el rey no se creía su tradición? ¿Y si tuviera que perder su virginidad con él? ¿Por qué la había elegido a ella para ser su reina? ¿Por qué los consejeros habían elegido ese momento para obligar al rey que se casara? ¿Por qué razón Tristán no quería que contrajera matrimonio con el rey? ¿Por qué Owen no confiaba en el guardia? ¿Por qué Owen se había ido del cobertizo de esa manera?

Clera sumergió la cabeza dentro del agua. Necesitaba dejar de pensar por un momento, su cabeza iba a sobrecalentarse si seguía así. Conteniendo la respiración, la muchacha estuvo un minuto debajo del agua, sin pensar en nada, solamente en los segundos que pasaba sin respirar.

Cogiendo una gran bocanada de aire, Clera dejó de aguantar la respiración. Había una cosa que a la joven le había empezado a gustar, la adrenalina. Le resultaba increíble esta toxina que desarrollaba su cuerpo. ¿Cuantas veces se puso en peligro solo para sentirla?

- Buenos días, rey -dijo Clera entrando en la sala que le había señalado una sirvienta.

- Yo diría que tardes, ¿no crees? -comentó el rey.

La sala en la que se encontraban en ese momento era muy diferente a las otras habitaciones en las que había estado la princesa.

Todo el cuarto tenía unos colores alegres; como rosa, azul y amarillo pálido. Eran colores sosos y a la vez un poco cursis para ser una habitación diseñada por el rey. También había todo tipo de muebles de madera, junto a alguno de mármol. Lo que más le sorprendió a Clera era una pila de cojines de colores tirados en el suelo.

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