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Miércoles, 07 de febrero del año 2018.

Caminaba sin cuidado al lado de una persona que tiene una diminuta importancia, venía distraída y riendo por algún comentario estúpido que había oído y... Entonces, lo vi. Todas mis alarmas se dispararon, mi corazón dio un brinco de alegría, de impresión... Sentí que el reloj se detenía cuando mis ojos al fin, después de tanto tiempo, volvían a contemplarlo.

Estaba tan hermoso como siempre, con su caminar tan peculiar, su cabello estaba más largo, su sonrisa se conservaba igual de cautivadora.

Llevó mis sentidos al límite.

Me dieron ganas de salir corriendo, de abrazarlo, de lanzarme encima de él y de decirle lo mucho que lo amo.

Lo mucho que me encanta.

Que quisiera estar con él para siempre, que estaría dispuesta a luchar con bestias enfurecidas solo por defender el sentimiento tan genuino que siento por él.

Que con una sonrisa suya, podría llevarme al cielo, tocar las nubes y deleitarme con el exquisito sabor del horizonte.

Que todavía recuerdo su nombre a diario, que cada vez que respiro y mis pulmones se llenan de aire, gano un segundo más para llevarlo dentro de lo más profundo de mi ser.

Pero sin embargo, no lo hice. Agache la cabeza como si fuese una criminal, como si tuviese vergüenza de que sus bonitos ojos se toparan con los míos.

Continúe mi rumbo como si nadie, como si él, nunca hubiese pasado a un lado de mí.

Anotaciones de una niña pendeja.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora