Los orfebres

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─¿Orfebres?─ pregunta sorprendido Ernest Kauffmann ─. ¿De verdad trabajabais como orfebres en París?

Juan Mari mantiene la conversación en un alemán más que aceptable, y explica a Herr Kauffmann alguno de los avatares de su oficio en la capital de Francia.

El oficial nazi, recién ascendido a general de división por el comportamiento mostrado en el frente oriental, escucha la exposición con mucha atención. Juan Mari posee una especie de magnetismo, una soltura, rapidez y vocabulario tan ricos, que casi parece que estuviera conversando con un filósofo o un eminente científico.

─¿Podríais echar un vistazo a algunas joyas que obtuve recientemente, y que se encuentran ligeramente dañadas?

Juan Mari y Antón acceden a ello, por supuesto. ¿Cuál es la opción que les queda?

No es agradable reparar piezas que, tras haber pertenecido en su mayoría a familias judías, y debido a la poco natural muerte de sus legítimos propietarios, han acabado en manos de Ernest Kauffmann, pero cada pequeña alegría que dan al nazi significa para ellos poder contar con unos cuantos días más en unas condiciones de vida más que dignas. Duermen en aposentos individualizados, en una cama amplia y cómoda, con mantas, y son alimentados correctamente. Y son perfectamente conscientes de que son la excepción entre los prisioneros.

Herr Kauffmann queda gratamente sorprendido por el resultado, y admira sobre todo el trabajo realizado en las partes de vidrio o piedras preciosas.

─Sorprendente, estimados amigos, realmente sorprendente. Recojan sus posesiones, nos vamos de viaje.

El viaje a Königsberg dura casi cinco días, ya que realizan varias paradas en lugares pintorescos que Herr Kauffmann enseña con orgullo a los foráneos. Una vez en su destino, se dirigen directamente al castillo.

Ernest Kauffmann muestra un nerviosismo creciente, a medida que se acercan al impresionante castillo de la capital de la antigua Prusia Oriental

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Ernest Kauffmann muestra un nerviosismo creciente, a medida que se acercan al impresionante castillo de la capital de la antigua Prusia Oriental. Una vez en él, el general los dirige directamente a un aposento que deja boquiabiertos a Juan Mari y Antón.

─Bienvenidos a la Sala de Ámbar, caballeros.

Las paredes de la estancia se encuentran totalmente cubiertas por paneles construidos con cientos de miles de placas de ámbar, decorados con láminas de oro y piedras preciosas. Incluso la mayor parte del mobiliario está realizado del mismo modo.

─Esta sala fue construida hace más de doscientos años por artesanos alemanes y daneses, y después fue regalada por Federico Guillermo I de Prusia al Zar Pedro I el grande. Hace más de dos años fue cuidadosamente trasladada aquí desde Rusia, cuando nuestro glorioso ejército se internó en las tierras de ese terrible déspota llamado Stalin, pero como sabrán este lugar ha dejado de ser seguro. Los Rusos avanzan de nuevo hacia aquí, y el territorio es acosado constantemente por la aviación de los perros ingleses. La habitación debe ser trasladada de nuevo, y solamente manos expertas pueden cuidar de desmontarla en piezas y cubrir cada una de ellas de modo adecuado para su correcto transporte.

Juan Mari camina a través del salón admirando su increíble belleza, jamás hubiera imaginado que algo así pudiera existir, ni siquiera incluso que hubiera podido ser concebido. Toca con los dedos la perfectamente lisa y suave superficie de los muebles y las paredes, observa con admiración el detalle con el que está elaborada y la imposible complejidad de su estructura, y no tiene más remedio que secarse las lágrimas.

─Formaránparte del equipo de especialistas que se encargarán de desmontarla y trasladarla a los camiones.

─Formaránparte del equipo de especialistas que se encargarán de desmontarla y trasladarla a los camiones

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El Camaro DestartaladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora