─Ustedes dos, acompáñenme, esós. Usted, maricafrankie, usted se queda al volante cuidando del carro, ahí dentro un cochambre mamonaso no me sirve de mucho, guey.
Los tres hombres caminan hacia el bar del polígono, y Ramón ordena a Perrotti y a Llamas que esperen fuera. Después entra al bar y se queda de pie ante la puerta. Son las siete de la tarde, y está abarrotado de personas que visten camisetas rojiblancas.
El Mexicano se abre paso entre la gente sin muchos miramientos, mete el hombro y empuja a quien haga falta, y recorre el bar en busca de los nazis.
No ve a ninguno de ellos, y eso le molesta profundamente. Sigue caminando, empujando a diestro y siniestro, y cada vez que mira hacia un recoveco y no encuentra lo que busca, se calienta más.
En la televisión, a la que casi todo el mundo mira con atención, el Real Madrid acaba de marcar un gol después de que Redondo, odiado por la afición del Athletic, haya cometido una falta delante del morro del árbitro y este no haya pitado nada.
Ramón es el único de los presentes en el bar que celebra el gol. Se quita la chupa vaquera y exhibe una camiseta del Madrid con "Hugo Sánchez" escrito en el dorso. En un efusivo vaivén, derrama las cervezas de un par de jóvenes a los que se les está acabando la paciencia, y lo poco que les queda se esfuma al ver la camiseta del mexicano.
─¿Qué hostias haces, subnormal de los cojones?
Ramón acaba de entrar en su salsa. Su nivel de adrenalina, ya de por sí descomunalmente alto, se sale de todas las escalas.
─Eh, no te avoraces, esé. ¡Fucking problem with you, men! ¡Qué problema tienes, esé!
Empuja a uno de los chavales, a lo que el otro responde intentando darle un puñetazo. Ramón ni siquiera se aparta, lo recibe con un lateral de la cara y tras recular un par de pasos se lanza a por los jóvenes.
─¡Puro loco men! ¡Puro azteca! ¡Van a ver quién es el más fregón aquí!
Ramón comienza a recibir por todos lados, y le dan menos de lo que se podría estimar mediante un sencillo cálculo que dice que diez o quince contra uno recibe las de San Quintín, por el simple hecho de que quienes quieren pegarle son tantos que se entorpecen entre ellos.
Una enorme mano agarra al mexicano de la solapa y lo saca al exterior. Perrotti lo aleja del bar mientras Frankie trata de pacificar el asunto.
─Tranquilos, ya nos lo llevamos, es un bobo, ¿ok? ¡Ya nos piramos!
─¡Suélteme, chingao! ¡Suélteme right now!
Perrotti lo suelta en cuanto llegan a la par del coche, y Ramón sigue amenazando a la multitud que se hacina ante el bar.
─¡We're gonna see you cabrones! ¡Nos veremos las caras, esós! ¡Les mostraré cómo se manda aquí!
Después se recoloca el pañuelo rojo estampado en la cabeza, se alisa la camiseta y entra al lugar del copiloto. Aprieta el mechero eléctrico y observa con cara de odio a los tres hombres que lo acompañan. Espera a que el mechero salte, señalando que se encuentra al rojo vivo, lo extrae y lo presiona fuertemente contra el dorso de la mano de Frankie, quien la tiene posada sobre la palanca de cambios. La punta de la navaja automática que Ramón ha extraído casi al unísono hiere ligeramente el cuello de Frankie.
─¡No pares cabrón! ¡No pares o te rajo!
Frankie chilla como un cerdo en una matanza. Ramón presiona su mano contra la palanca y el mechero sigue quemando la piel, haciendo que el olor a carne tostada invada el interior del Mercedes. La navaja presiona el cuello del conductor, quien se ve obligado a conducir.
─No me vuelvas a joder nunca más, pinche cabrón, ¿oíste? A partir de ahora quien manda es tu amigo Perrotti, que tiene apellido de mafioso, ¿oíste guey? ¡Ahora eres aún más mierda, mariconaso!
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El Camaro Destartalado
General FictionEl Chevrolet Camaro acaba de llegar en el interior del contenedor de un buque mercante. El cometido, en teoría, es muy sencillo. Se coge, se entrega (si es que no se cae a trozos en la carretera), se recibe la pasta y listo. Nada más, y no se acepta...