Los nazis saben quién tiene los asientos originales del Camaro, se lo sonsacaron al flacucho, el de la chupa de cuero con tachuelas metálicas y parches de colores. Lo acojonaron un poco prácticamente sin tener que pegarle, y desembuchó.
Paran el Audi negro en el centro del poblado y salen. Salen armados con bates y cadenas, en el centro del poblado. Son grandes, rubios, están cachas, y tienen el ego inflado como un zeppelín. Un poblado lleno de gente morena, pequeña y desgarbada, sucia y vestida con harapos. Y los nazis en medio, prestos a realizar una limpieza étnica. Qué orgulloso se sentiría el Führer. Ellos, la luz, en el centro de la inmundicia. Son tontos del culo.
Ven aparecer a un tío alto vestido con una camiseta del Athletic que le queda pequeña, y el vientre peludo que asoma bajo la misma. Se acerca a ellos con una enorme llave inglesa en una mano, una especie de rata con collar rojo en la otra, y flanqueado por un mamut y una ballena azul, Gordo y Flaco.
─¿Qué hay, rubiales?─ Ritxal nunca ha visto a cuatro tíos tan blancos juntos en su vida─ ¿Traéi argo para vendel?
─No trraemos nada, más bien nos llevarremos algo.
─¿Como qué?─ "aparte de unas hostias", piensa Ritxal, que se ha fijado en la esvástica que lleva tatuada en el brazo uno de los blanquitos.
─Los asientos. Y no me hagas desírrtelo dos vesses.
Ritxal dejó la escuela a los doce años, pero eso no significa que sea tonto o ignorante. Es más, se podría decir que es un tipo más bien espabilado, y sabe lo que el nazismo hizo pasar a su pueblo durante la segunda guerra mundial.
Él mismo se descojona de vez en cuándo de los payos, de su extraña manera de vivir y ver el mundo, pero jamás se le pasaría por la cabeza odiarlos por ser diferentes. Eso es algo muy chungo, y el Ritxal solamente es chungo con quien se lo merece por sus actos. Parece que los rubios tienen boletos, muchos boletos, la hostia de boletos de merecérselo.
Gordo deja que la palanqueta de hierro que llevaba escondida tras su enorme pierna asome.
─¿De qué asientol me habla, rubiales?
─Los del Camarro. Sabemos que están aquí. Los quierro ya mismo, o rreviento cabeza.
Ritxal se imagina por dónde va el rubio alto y cachas, pero pasa de decirle que Forrest, Marcopolo y el tío de gafas que vino con ellos se llevaron los asientos. Al fin y al cabo son casi sus colegas, y de vez en cuando le presentan un trapicheo interesante. Ritxal tiene sus principios, justamente los que escoge para cada momento de entre el montón de principios que existen, y decide que este es el principio de una pelea. Deja a Clemente en el suelo y el Chihuahua, que tiene la lección más que aprendida, se aleja a trote ligero.
Gordo clava el extremo de la palanqueta en el muslo de uno de los nazis, y acto seguido el más tarugo de los teutones le revienta el pómulo con un puño americano. Ritxal trata de darle en la cabeza a otro de los nazis con la llave inglesa, pero este la esquiva y le golpea la cara con la parte trasera del bate.
Más de cincuenta gitanos aparecen por todos los lados y saltan sobre los nazis.
Son grandes, rubios, están cachas, y tienen el ego inflado como un zeppelín, pero son cuatro, en un poblado lleno de gente morena, pequeña y desgarbada, sucia y vestida con harapos. Unos 80 de entre ellos son familiares del Ritxal, mujeres iracundas y ancianos con garrote incluidos. Al Ritxal se le ha empezado a hinchar el ojo, pero se ha recuperado y avanza hacia la montonera con la llave inglesa en la mano y cara de te vas a tragar los dientes, rubiales.
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El Camaro Destartalado
Fiction généraleEl Chevrolet Camaro acaba de llegar en el interior del contenedor de un buque mercante. El cometido, en teoría, es muy sencillo. Se coge, se entrega (si es que no se cae a trozos en la carretera), se recibe la pasta y listo. Nada más, y no se acepta...