El pijo y el trajeado

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Forrest conduce hacia Neguri, sentado sobre una caja de frutas que ha localizado al lado de un contenedor de basura, mientras Marcopolo gime y dormita tumbado en el asiento de atrás. Bastante antes de llegar, se desvía hacia la derecha y toma la carretera hacia Unbe. Para en un merendero, y coge agua en la fuente tanto para limpiar la sangre de la cara de Marcopolo como para tratar de mitigar el dolor que padece en su propio ojo. Cuando llega al coche lo encuentra sentado, y abre la puerta aliviado.

─¿Estás bien, tío?

─Oh, qué hostión, joder, tengo la nariz hecha un cristo, y se me mueven los incisivos.

─¿Los qué?

─Tus primas, imbécil.

─No lo pillo.

─Las paletas, se me mueven las paletas, pedazo de paleto.

─Mira, te perdono porque los Rummenigges te han hostiado, tío. Anda, baja del coche y lávate, si la poli te ve así por la carretera nos paran fijo.

─ Pues sí que tú tienes buena pinta, no te jode. ¿Y porqué no hay asientos de delante en el Camaro?

─ Los Rummenigges los han desmontado y han hurgado en el interior.

─¿Y qué había?

─Nada. Nein.

─Nein significa no.

─Pues naden, naden de naden, listillofen de los huevenager, no han encontrado naden y no les ha gustado naden.

─Oh, cojón, no me jodas, los putos asientos del viejo de Aitor...

El Mercedes negro con las lunas tintadas llega en media hora, justo antes de que anochezca. Se abre la puerta del copiloto y un tipo joven, ni alto ni bajo, ni cachas ni delgado, se les acerca. Los observa, mira hacia el Mercedes y asiente.

De la parte de atrás del cochazo emerge un niñato de unos dieciséis años, media melenita, jersey Lacoste crudo de cuello de pico, camisa blanca, pantalones de pinza y zapatos de piel muy caros. Cuando ve a Marcopolo comienza a reír, o más bien a roncar. Parece un cerdo comiendo bellotas.

─¿Qué te ha pasado, pollo? ¿Le has comido el chocho a tu amiguita la del ojo berenjena, aquí presente, y está con la regla?

Marcopolo no tiene ganas de reír, y tampoco de discutir, pero sabe que Forrest tiene incontinencia verbal y que se pica a la mínima.

─Mira pijazo mariquita de los cojones, si no quieres que te parta tu liso y esplendoroso cutis...

El pijo lanza una mirada al trajeado, quien golpea la cara de Forrest con la mano abierta, haciendo que se produzca el peculiar sonido del ridículo. Marcopolo comienza a reír, pero acto seguido se coge la mandíbula con ambas manos y gime de nuevo.

El pijo se acerca a Forrest y extiende la mano.

─Las llaves.

─La pasta─ responde Marcopolo.

El pijo hace una señal al trajeado, quien extrae un sobre del bolsillo interior de la chaqueta y se lo lanza a Forrest.

Forrest le da la llave al trajeado. Este se acerca al Camaro y utiliza la llave para abrir el maletero. El tipo mira al pijo y asiente. Por fin alguien encuentra lo que quiere en el lugar esperado. Y menos mal que es así. Después, el pijo saca una moneda de cien pesetas del bolsillo del pantalón y la echa ante Forrest.

─Esto por la hostia que te ha tenido que dar Frankie, muerto de hambre, para que ahorres para una chaqueta nueva.

─¿Qué pasa con mi chaqueta, payaso?

Frankie, que viene de Frankenstein, porque tiene la cabeza del tamaño de un buque mercante, se acerca y levanta la mano para volver a atizar a Forrest, pero el pijo interviene y pide a su trajeado sirviente que se marche con el Camaro.

Después el pijo camina hacia el Mercedes, vuelve a meterse en la parte de atrás y el coche arranca como por arte de magia.


El Camaro DestartaladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora