El más que asombroso parecido

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El modesto Volkswagen Polo de color azul oscuro se detiene cerca de la puerta de entrada del caserío. Mattias, sentado en el asiento el copiloto, y vestido con un traje barato, observa el exterior de la construcción sin perder detalle alguno.

Ve al primero de los viejos caminar hacia la puerta con una azada al hombro y dos gallinas cogidas de las patas en la otra. El hombre no les presta demasiada atención, se limita a elevar ligeramente la mandíbula a modo de saludo y entra en la casa.

El chófer, un actor profesional al que Mattias ha pagado un pastizal por hacer un papel que durará menos de una hora, se baja del coche mostrando una amplia sonrisa y extrae un maletín de la parte de atrás. Es muy bueno, y sus honorarios van acorde con la calidad de su trabajo, pero el dinero nunca ha sido un problema para Mattias, su padre hizo una auténtica fortuna durante la segunda guerra mundial y la heredó a la muerte de este.

El joven, un tipo alto y apuesto, avanza con paso seguro hacia la puerta seguido por Mattias, donde Juan Mari sale a recibirles.

─No necesitamos nada, caballeros. Y sobre todo, si son ustedes Testigos de Jehová, les pido por favor que se marchen.

El joven muestra una amplia sonrisa y unos dientes que parecen blanqueados con cal. Primera regla del buen comercial: la sonrisa Joker, que las comisuras de los labios te lleguen hasta el lóbulo de las orejas.

─Oh no, no queremos molestarles, señores, pero creo que lo que traemos les interesará, considerando el modo de vida tranquilo y saludable que llevan.

Después alarga la mano hacia Juan Mari, quien la acepta con cierta reticencia.

─Me llamo Xabier Pérez, y este es mi compañero Yuri.

Regla número dos del buen comercial: aprieta la mano de tu víctima propiciatoria hasta dejarla sin circulación, es signo de confianza, y el primer paso para ir comiendo terreno al futuro comprador.

Mattias, sonriente, acerca la mano a Juan Mari y este la acepta mostrando algo más de tranquilidad. "Xabier" sonríe complacido, está consiguiendo que el cliente se confíe.

En ese momento, Antón sale secándose la cara con una toalla pequeña, con las mangas de su camisa de cuadros remangadas, sus pantalones de mahón sujetos en la cintura mediante una cuerda de fardo y sus botas de goma verdes.

Xabier se acerca a él con decisión. Tercera regla del buen comercial: gana la batalla por el espacio, posiciónate en él antes que el cliente, toma posesión de su terreno, esto comienza a dejarlo indefenso. El joven ofrece la mano a Antón, quien la toma con confianza, y Xabier aplica la regla número dos. Trata de apretar la mano del viejo pero es demasiado ancha, por lo que la agarra más hacia el inicio de los dedos y presiona.

Antón aplica la regla número uno, sonrisa Joker, y casi al mismo tiempo contrarresta la regla número dos iniciada por Xabier mediante un apretón cuya presión aumenta de modo lento e inexorable.

Xabier aguanta, comienza a dolerle, los dedos se le empiezan a montar el uno sobre el otro, y las yemas se le empiezan a poner rojas. Sonríe, disimula, trata de hacer fuerza con la mano para evitar el aplastamiento, pero la tiene casi dormida. Quiere aplicar la cuarta regla del buen comercial: Sé tú quien controle el tiempo del apretón de manos, sé tú quien suelte la de tu interlocutor, maneja la situación. La empresa es irrealizable, el viejo aprieta como un tornillo de mesa de carpintero. No le queda más remedio que aplicar la tercera regla, avanzar hacia Antón para ganar el espacio y obligarle a retirarse. Con suerte, el viejo le soltará, porque esto empieza a dolerle un copón. Xabier da un paso adelante, pero Antón no se retira, sigue sonriente e inamovible. Las caras de los dos hombres han quedado muy cerca, y Antón le planta un beso en la boca al joven que se hace pasar por comercial. Xabier da un paso atrás y tira de la mano hasta que Antón lo suelta.

─¡Pero, buen hombre!

─¡Jesús! ¡Te me has has asercau tanto que pensaba que me querías dar un beso! Tampoco es pa tanto, ¿no?

Después Antón aprieta la mano de Mattias, esta vez con menos ahinco, y retrocede un paso hasta ponerse a la altura de Juan Mari.

Xabier vuelve a sonreír.

─Vaya bromista está hecho tu amigo, ¿eh?─le dice a Juan Mari.

─Es mi marido.

─Oh, vaya, qué modernos para ser tan...esto...

─¿Viejos?

─No quería decir eso, no, yo...

Xabier pierde por goleada, los viejos le están vacilando a base de bien, por lo que decide ir al grano.

─Bueno, para lo que venimos es para presentarles esto.

Mattias abre el maletín, y les enseña una amoladora recta con un set de veinticinco piezas, entre las que se encuentran varias sierras y lijas de carburo de tungsteno.

─¿Pasamos dentro y les enseño cómo funciona?

Entran al taller que tienen al lado del garaje, donde se encuentra el Escarabajo con los asientos del Camaro, pero Mattias no puede verlo pues los separa una pared. El nazi, de modo disimulado, observa cada uno de los rincones de la estancia, sin poder localizar lo que le interesa.

Mientras Juan Mari prueba la amoladora junto a Mattias y Xabier, Antón se retira unos metros y se sirve un vaso de agua detrás de la barra de bar que tienen instalada en el local, en el que tienen idea de poner una pequeña cocina en el futuro.

─Esto nos va a venir muy bien, Antón, sirve para hacer muchísimas cosas.

─Entonces, ¿se la quedan?

─Oh sí, por supuesto.

Mattias trata de observar cuanto puede en el viaje de vuelta al exterior, sin obtener éxito en su búsqueda. Ya fuera de la casa, los dos supuestos comerciales se montan en el vehículo y se van. No ha habido éxito, tendrá que volver una siguiente vez, y utilizar algún método más eficaz.

Juan Mari los despide con la mano.

─¡Muchas gracias! ¡Hasta la siguiente!

Cuando entra, ve a Antón en la barra, mirando a través de la ventana cómo el coche se aleja. Solo entonces suelta la escopeta que tenía oculta bajo la barra del bar.

─¿Me parese a mí solo una cosa rara, o el Yuri ese que paresía mudo es clavau al hijoputas de Ernest Kauffmann?

Juan Mari se limpia las manos dos veces. Se siente sucio, como si hubieran profanado lo más íntimo de su ser. Sabe a qué ha venido el tal Yuri, es consciente del peligro que corren.

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Los catalejos de Frankie sirven también para ver durante el día, y lo que acaba de observar lo termina de aclarar todo. Los nazis y los chavales están compinchados. Primero los chavales venden el material a los gitanos, y luego los nazis se lo roban a estos últimos. Muy hábiles, los gitanos nunca sospecharían de los chavales. Incluso los viejos parecen estar al corriente de todo. ¿O quizá no? Es posible que no tengan ni idea de lo que contiene el maletín que les acaban de dar. ¿O quizá sí? Pobres ancianos, utilizados de ese modo por el hijo de uno de ellos y los amigos de este. Probablemente, en su ignorante inocencia, terminen perjudicados al final del proceso.

Al carajo. Se hará lo que se tenga que hacer con tal de recuperar el material.



El Camaro DestartaladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora