Kyuu.

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Tras aquel día, la actitud de Karamatsu parecía ser la habitual, sin caras tristes y siempre dispuesto a vestir aquellas estrepitosas ropas que tanto molestaban a sus hermanos. Y cuando volvió a la normalidad, la actitud de los cinco hermanos del chico parecía ser la misma que anteriormente. Cuidaban más lo que decían, pero aún así, los insultos eran frecuentes en ellos. Y ellos volvían a creer lo que creyeron una vez.

Karamatsu no les daba importancia.

¿La realidad? Al azul le importaba mucho lo que los demás opinasen de él. Pero sus insultos ya no dolían como antes. Ni tan sólo los golpes que solía recibir a causa de ser torpe o la víctima de las bromas de los hermanos dolían. No hacía falta suelo hiciesen si él sólo sentía repudio hacia él.

Hacia Karamatsu Matsuno.

Las Pastillas de la felicidad seguían ocultas de la familia y el segundo de los sixtillizos no había dejado de consumirlas. Seguía con la dosis aumentada que él mismo se había impuesto, y al ver que no lo mataba, decidió no cambiarla. Porqué era demasiado cobarde para morir.

Aunque sintiese que debía.

Había momentos donde el azul se apartaba de los demás, totalmente callado y con la mirada fija en el suelo. Intuían que era mejor no molestarle ni interrumpir en lo que estuviese pensando, y él lo agradecía. Probablemente volverían a preocuparse si supieran lo que se le pasaba por la cabeza. Todos los pensamientos negativos y horribles que tenía sobre él mismo. Todas las veces que los insultos alguna vez oídos se oían en su cabeza.

Cuando cicatrices se formaban, nuevas heridas aparecían en sus muñecas como castigo de no ser suficiente. De ser una carga, y de haber hecho sentir mal a sus hermanos y padres. No había nada que hiciese bien. Ese tipo de pensamientos le llevaban a pensar en desaparecer de una vez por todas, pero jamás llegaba a atreverse. Se consideraba un cobarde y un egoísta por ello.

Debía acabar con el sufrimiento de los demás.

[...]

Nueva semana, nuevos desastres. Más días, más pastillas. Cuantas más horas, más pensamientos. Soledad acompañada de lágrimas. Nuevas heridas en su brazo que simbolizaban el odio que sentía.

Una soledad que él buscaba. Una paz interior que no lograba encontrar. Las tan falsas sonrisas que mostraba. Una tristeza a la que estaba atado. Una prisión que parecía tener una condena perpetua, donde él era el único prisionero.

Era una constante tortura.

Se dirigió al baño para tomarse su dosis de pastillas y las buscó en el lugar que las escondía. Al no verlas, el azul empezó a pensar sobre si las habría cambiado de sitio, ya que él era el único que sabía que estaban en esa casa. Ningún hermano se habría preocupado en buscar algo de lo que no saben la presencia y por eso no se le pasó por la cabeza esa idea. No al menos, hasta que buscó en todos los lugares donde podría haberlas escondido. La respiración del segundo se agitó al no verlas por ningún lugar. No sabía donde podían estar o si alguien las habría encontrado. Quizás su madre, o su padre. Estaba aterrorizado.

-¿Buscas esto? -cuestionó una voz tras él, que lo hizo girarse alterado por oír esa pregunta que podía referirse a lo que sí buscaba. Al ver a su hermano, sujetando el bote de pastillas sobre su mano derecha, su rostro empalideció desmesuradamente por tal sorpresa.

-O-Osomatsu nii-san... -murmuró, aún sin acabarse de creer que el rojo las hubiese encontrado aunque se hubiese esmerado en buscar un sitio para que no lo hiciera.

-Ya decía yo que esto era raro. Una depresión no se pasa tan rápido, ¿no? Estabas tomando esta cosa para estar contento. -comentó, observando el bote con seriedad y luego dedicarle una mirada acusadora a su hermano menor, el cual aún no podía creerse lo que estaba ocurriendo.

-No sé de que me hablas... -trató de mentir, por evidente que fuese la situación. Osomatsu le miró fijamente, cuestionado si estaba de broma o pensaba que iba tragarse aquella mentira.

-Karamatsu, no me mientas. Soy tu hermano mayor, y aunque a veces lo dudéis, soy lo suficiente inteligente como para saberlo. He estado observándote estos días. -sentenció, y el azul no sintió tantos nervios en toda su vida. Sabía que si él lo sabía, nada bueno iba a pasar. Pero no le quedaba otra opción que cantar como un pájaro en lugar de mentir.

-Está bien, las tomo. Pero sólo de vez en cuando, no abuso de ellas. -mintió, de nuevo. Porque aunque no quisiese, no podía evitarlo. Era un mentiroso, con tal de que nadie supiese lo que pasaba con él.

-¿Por qué no nos lo has contado? -preguntó el rojo, en un tono más suave y normal que parecía preocupado por su hermano menor. Y lo estaba, igual que los demás.

-No lo veía importante. Por favor, no se lo cuentes a los demás. -dijo, y al ver que era importante para él, rodó los ojos y suspiró. ¿Qué remedio le quedaba?

-Vale, pero no hagas nada raro. -dijo, como una condición a guardarle el secreto. El chico se atrevió a sonreír y asentir con la cabeza.

-Lo prometo. -dijo, y el mayor también sonrió.

Pero ambos sabían como eran sus promesas.

[...]

Karamatsu Matsuno no era una persona sociable, como bien ya sabían. Pero siempre intentaba llamar la atención, sea de sus hermanos o de cualquier otra persona. Con todos los métodos; su ropa, su actitud... Hasta solía hacer tonterías con tal de parecer gracioso y caer bien.

Y jamás lo lograba.

Siempre ignorado, golpeado e insultado. Y curiosamente, ahora que le había dejado de importar el llamar la atención, la llamaba más que nunca. Había dejado de vestirse de manera hortera y de decir palabras en inglés en la mitad de sus frases.

Pero jamás había dejado de sonreír, de mostrar amor por sus hermanos.

Y eso no podía dejar de hacer reflexionar a Osomatsu sobre el porqué. Porqué seguía esforzándose en fingir que todo iba bien. Porqué seguía sonriendo a quien le había amargado la vida. Porqué se molestaba en tomar aquellas pastillas para hacerlo.

Tal y como había prometido a su hermano menor, el rojo no había comentado nada a sus hermanos. Si se lo había contado a pesar de poder seguir mintiendo, era porqué confiaba en él. Y lo que más necesitaba ahora, era ver que podía confiar en él. Y eso quería Osomatsu, apoyar a Karamatsu y hacerle ver que estaba ahí. Que podía contar con sus hermanos. Que podía contar con él.

¿Cómo podía hacerlo?

[...]

Happy Pills. | Osomatsu-san. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora