Jyu-nii.

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Yo iré.

Su seguridad al decirlo había hecho que los hermanos no pudiesen negarse a ello. Por mucho que todos quisiesen ir, era natural que su único hermano mayor fuera el que subiese junto a él.

Choromatsu, ahora tú serás el hermano mayor. Cuida de nuestros hermanitos, ¿quieres?

Sentenció, antes de subir al vehículo junto a Jyushimatsu, quien también había insistido en ir. Al fin y al cabo, él había encontrado a Karamatsu y debía explicar todo. Ninguno de los hermanos creía que Osomatsu pudiese hacerlo. Actuaba como un hermano mayor seguro y confiado, pero estaba tan aterrado como los demás.

-Ese idiota... -apretó sus puños con fuerza mientras esbozaba una triste sonrisa. Miró por la ventana del taxi, el cual iba demasiado lento. O quizás, las ganas de llegar y comprobar que todo iba bien hacían que todo fuese a cámara lenta. El morado miraba fijamente hacia abajo, llevaba todo el viaje que llevaban haciéndolo.

-Choromatsu nii-san... -lo llamó, decidiéndose a hablar al fin. El verde se giró, sorprendido por oír su voz que llevaba sin oír mucho rato. Y nadie pensó que él sería el primero en romper el triste silencio formado en el ambiente. -¿Crees qué estará bien? -preguntó, con un tono de voz que sorprendió a los dos hermanos. Era de tristeza y preocupación. Pero, ¿cómo no iba a estarlo en una situación así?

-Claro que si, Ichimatsu. Ya conoces a Karamatsu. Es un chico fuerte. Además, gracias a Jyushimatsu lo hemos encontrado a tiempo. -respondió, regalándole una sonrisa esperanzada. Pero el morado seguía con una duda importante en su cabeza. Una que no podía guardar.

-Pero aunque sea alguien fuerte... -empezó a hablar, mordiendo su labio por un pequeño instante para retener el llanto. Con sus manos, hizo presión en sus rodillas. -¿Y si ha querido morir? ¿Y si ha sido él? -preguntó, porqué aunque todos lo pensaban, nadie se había atrevido a preguntar en voz alta. El rosado saltó como un depredador furioso al oír aquello.

-¡Ichimatsu nii-san! ¿¡Por qué haría algo así!? ¡Él nunca nos dejaría! -argumentó entre gritos, pero sus argumentos no eran válidos frente a su hermano mayor.

-¿Por qué no? Si yo hubiese sufrido la mitad que él, lo hubiese hecho hace tiempo. De manera inmediata. -soltó, sin piedad. Siendo sincero, y sin dudar ni un segundo. Todomatsu abrió los ojos e inmediatamente frunció el ceño

-¡Ichimatsu...!

-¡Callad los dos! -interrumpió Choromatsu, ya cansado de oírlos discutir. Miró a ambos bandos, donde sus hermanos se miraban con asco mutuamente. -Karamatsu no va a morir, ¿vale? Nadie va a hacerlo, no así. Y además, si quería morir, ¿por qué no lo ha hecho de manera inmediata, tal y como has dicho? Él no quiere morir. -habló, y esta vez si, los argumentos sonaban más convincentes a oídos de todos. Ichimatsu le miró lleno de ira.

-No sabes como se siente. Ninguno lo hacemos. Porque somos basura. -dijo, hablando con desprecio en sus palabras. Y no le faltaba razón, los cinco lo sabían.

-Puede que no sepa como se siente nuestro hermano. Pero confío en que no va a dejarnos. Confío en que podrán salvarlo, y él hará el esfuerzo para sobrevivir. -dijo, decidido y convenciendo ya a ambos de sus palabras. Como haría un hermano mayor.

-Choromatsu nii-san... -susurró Totty, conmovido por aquellas palabras tan esperanzadoras y positivas. Esbozó una sonrisa, sincera y verdadera. -Yo también quiero pensar eso. -el morado también sonrió para el verde, tragando sus lágrimas.

-Y yo. -confesó, y pensó lo que Osomatsu haría. Lo que haría para animar a dos almas tristes como eran sus hermanos en ese momento. Alzó las manos algo dudoso y con las manos temblorosas llevó una a la cabeza de Ichimatsu y la otra a la de Todomatsu. Acarició con ternura el cabello de los dos, tal y como el rojo haría. Ambos se sorprendieron ante aquel acto, inclusive Choromatsu. Esa fue la gota que colmó el vaso del lágrimas que guardaban en su ojos.

Por favor, resiste. Tus hermanos te queremos. Vive, Karamatsu nii-san.

[...]

Choromatsu, ahora tú serás el hermano mayor. Cuida de nuestros hermanitos, ¿quieres?

Tras decir aquello, con su típica sonrisa burlona pero ahora con cierta compasión e inseguridad que logró tapar con su faceta de chico confiado. Subió junto con el amarillo al vehículo y con la mano se despidió de los tres restantes. En cuanto estaban lo suficiente lejos para no poder verlos, su sonrisa fue borrándose. Apretó los dientes y puños con frustración y se sentó al lado de Jyushimatsu, quien ya no sonreía como de costumbre.

La mirada del rojo se dirigió a lo que podía ver del azul, que sólo era su rostro. Los médicos le aplicaban cuidados para que no dejara este mundo, para que llegase estable al hospital donde le atenderían con más recursos. Su expresión era tranquila y serena, recordando aquella vez en que durmió en su hombro.

Gracias, Osomatsu nii-san.

Aquellas palabras ahora se clavaban como un cuchillo en su estómago, perforándole las entrañas sin cuidado ni compasión. Sin ningún tipo de piedad, causándole tanto dolor que le impedía respirar con la facilidad que solía hacerlo.

Lo prometo.

Se lo prometió. Se lo prometió, y el rojo había decidido confiar plena y ciegamente en él. Y ahora, estaba tumbado en una camilla, entre la vida y la tan temerosa muerte. Con su puño cerrado, golpeó una de las paredes de la ambulancia con ira, bajando la cabeza y fijando su mirada al frío suelo del vehículo.

-Maldición, Karamatsu. -murmuró, entre dientes, llamando la atención de su hermano menor que no había dicho ni una palabra desde que habían subido. ¿Para qué hablar si no tenía nada que decir? Pero ahora, su hermano mayor era el que estaba sufriendo. Probablemente, todos estaban igual. Osomatsu era incapaz de animar a su hermano y viceversa. Había sido incapaz de que Karamatsu se sintiese bien con ellos.

Jyushimatsu, como acto impulsivo en un intento de hacer sentir mejor a su hermano mayor, le agarró la mano con fuerza. Los ojos del mayor se abrieron con asombro, y dirigió una mirada sorprendida al inocente amarillo, que ahora sí sonreía. Osomatsu apretó su mano, sin llegar a lastimarle y acarició su cabeza con la mano que le quedaba.

Y comprendió que no hacía falta hablar.

[...]

Happy Pills. | Osomatsu-san. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora