cαpítulσ cuαtrσ

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Ni siquiera era capaz de saber como había sido convencido - o bueno, en realidad sí -, pero el caso es que allí se encontraba, en la grada de un pequeño campo de fútbol, entre Aitana y Nerea, observando como 22 chicos se perseguían por conseguir un inútil balón que les pondría un paso más cerca de no sé qué trofeo.

Nunca le había interesado aquel deporte. Aunque siendo sincero consigo mismo, ni ese ni ningún otro. Aún le entraban escalofríos si recordaba el primer - y último - día que acompañó a Ricky al gimnasio. Si bien era muy interesante ver a chicos cachas expulsando sudor y testosterona por los cuatro costados; aquel no era su rollo. No es que no le preocupara su imagen, la cual, a pesar de no cuidarse tanto como su compañero de piso, era bastante buena, si no que simplemente le mataba la pereza de hacer algo solo por unos simples abdominales.

Era de complexión normal y nunca había tenido complejo alguno por ser como era, de hecho estaba muy contento consigo mismo por tener aquel cuerpo sin apenas haber movido un dedo.

El partido le estaba pareciendo lo más aburrido de la tierra y además, el estar tan separados del campo provocaba que apenas pudiese observar a su presa de forma tranquila. Pero se conformaba con poder ver como su pelo rubio se movía de un lado al otro igual que sus piernas que, si bien no eran muy largas, si parecían bastante ágiles. Tenía el rostro enrojecido y por fin había sido capaz de verle sin un milímetro de laca.

Agoney se estaba cansando solo de ver a los chicos correr de un lado para otro y era incapaz de encontrarle una finalidad a aquel absurdo deporte.

- No veas como aguanta corriendo a pesar de fumar, ¿no?

Si algo había aprendido de Ricky era que el tabaco y el deporte no eran muy compatibles. Aunque realmente aquello al mallorquín le daba igual, ambas cosas eran sus mayores placeres en la vida, además del sexo, y no concebía la una sin la otra.

- Raoul no fuma, Agoney.

Una pequeña carcajada de la chica del flequillo continuó la afirmación de Nerea y el canario arqueó una de sus cejas algo confundido. ¿Por qué llevaría un mechero en el abrigo si no fumaba? Quizá aquello tan solo era una tapadera para poder ligar de fiesta. Muy inteligente por tu parte.

Al fin el partido había llegado a su fin, y los tres chicos bajaron de la grada para esperar a su amigo. Todos los compañeros del chico iban abandonando el campo, cabizbajos por la derrota, hasta que solo quedaba él en el vestuario y las chicas comenzaban a cansarse de tener que esperar por él.

- Va, Ago, entra tú y dile que o viene ya o se queda sin sushi esta noche.

Tras soltar un suspiro de disconformidad, el canario se adentró en aquel recinto y se aseguró de que allí no había nadie. Nadie salvo Raoul, que se encontraba frente a uno de los miles de espejos que había allí dentro, tratando de secar su pelo mojado. Qué raro. Sin embargo, Agoney no se paró a observar como masajeaba aquel cabello rubio, si no que su mirada viajó hasta el tronco desnudo del joven y tuvo que morderse el interior de su mejilla.

Las apariencias no siempre engañan, y es que Raoul estaba incluso más bueno de lo que él pensaba. Tenía un pantalón de chándal que se ajustaba a la perfección a su cuerpo - bueno, él únicamente tenía ojos para su culo - y solo dejaba a la vista el borde de los calzoncillos, de marca, cómo no.

Cuando dejó de escuchar el sonido del secador, de nuevo devolvió su atención al rostro de Raoul y tuvo que sonreír cuando se encontró con la mirada de éste fija en él. Si no estuviera estudiando artes, podría dedicarse a leer mentes, pues estaba seguro de poder adivinar todo lo que aquel chico estaba pensando en ese mismo momento. Básicamente, lo mismo que él.

ɴᴏ ᴍᴇ ᴀᴄᴏsᴛᴜᴍʙʀᴏ ᴀ ᴘᴇʀᴅᴇʀ (#Ragoney)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora