Sus respiraciones se entremezclaban, al igual que sus piernas, de tal forma que ninguno sabía cuales eran las suyas, pero eso les daba bastante igual. Las manos de Raoul se introducían sin miedo por el interior de la camiseta de Agoney, quien veía por fin tan cercano ese momento que llevaba ansiando desde que le conoció en esa maldita discoteca. El catalán sonreía, y el moreno no pudo retener sus ganas de volver a comerle la boca, de forma ansiosa, mientras sus manos se atrevían a desabrochar su pantalón. Esta vez no pensaba quedarse con las ganas, y supo que Raoul tampoco por la intensidad con la que le había arrebatado la camiseta. Se encontraba con el torso desnudo frente al rubio, que abrió los ojos para permitirse observar su cuerpo con una sonrisa ladina.
Aquello era mucho mejor que cualquier fantasía sexual que hubiera tenido, y es que realmente sentía como que se fuera a tirar al mismísimo dios griego que había dibujado días atrás. Decidió no quedarse atrás, y tras bajarle la cremallera del pantalón, se incorporó con suavidad, separando sus labios tan solo el tiempo necesario que tardó en retirarle la sudadera, junto con la camiseta. Nunca había sentido con tanta intensidad aquel contacto piel con piel, pero cuando sintió su torso contra el ajeno, completamente desnudos y notó el calor que desprendía el cuerpo del catalán, un escalofrío recorrió toda su columna vertebral.
Los dedos de Raoul se enredaban en el pelo del canario, quien muy a su pesar, separó sus labios de los contrarios, llevándolos ahora al cuello del catalán, donde comenzó a repartir besos y mordiscos que hacían al rubio temblar. No se preocupó en el momento que, tras ejercer una pequeña presión con sus labios, descubrió una marca rojiza en la zona próxima a la clavícula. Y a Raoul tampoco le importó lo más mínimo, a pesar de que no fuera partidario de los chupetones. Si se lo hacía Agoney, no pensaba quejarse.
La sangre de ambos chicos comenzaba a agolparse en las zonas más bajas de sus cuerpos, y Agoney no tardó demasiado en arrebatarle a Raoul los pantalones. Sin embargo, con el bóxer se entretuvo un poco más, pues no comenzó a quitarlos hasta que no llegó con sus besos a la zona baja de su vientre. El catalán, que hasta entonces había aguantado bastante bien sin gemir, no pudo no jadear cuando sintió al fin la libertad de su miembro al deshacerse de la última prenda que quedaba en su cuerpo. Los labios de Agoney se movían con una lentitud tortuosa a la vez que placentera, acercándose a su zona íntima, por lo que Raoul gruñó, animándole a que de una vez hiciera lo que tuviera que hacer.
- ¿Qué quieres?
El tono encendido de Agoney, excitó aún más al rubio, al que solo le hizo falta darle un pequeño tirón de pelo para que el canario enterrara su cabeza entre las piernas del catalán, atrapando con su boca toda la extensión del mismo. No tenía ni idea de si era posible que alguien se deshiciera de golpe, pero si había alguna posibilidad, él estaba a punto de hacerlo. La lengua de Agoney recorría toda su erección, y Raoul elevó la pelvis, obligándole a llegar más profundo. El moreno, por su parte, abrió los ojos para poder darse el lujo de observar a Raoul mientras hacía aquello. El flequillo rubio le caía sobre la frente, que estaba surcada por pequeñas gotas de sudor, y tenía los labios entreabiertos, de los cuales escapaban pequeños gemidos cada vez que su lengua cambiaba de dirección en aquella zona.
En el momento que sus miradas se cruzaron, una nueva corriente sacudió el cuerpo del canario, que se entregó aún más a su trabajo, hasta que sintió como los dedos de Raoul volvían a tirar de su cabello, haciendo que separara sus labios de su entrepierna. El moreno se pasó la lengua por los labios, con una sonrisa ladina, y aquel simple gesto terminó por encender al catalán, que le obligó a subir hasta alcanzar sus labios, los cuales devoró con intensidad y ansias.
- Es mi turno.
Susurró en un tono ronco, contra sus labios, y a Agoney no le hizo falta más para quitarse los pantalones, con ayuda del catalán, que sin ninguna sutileza, giró ambos cuerpos, atrapando el del canario bajo el suyo, provocando una fricción entre sus entrepiernas. Un gruñido de parte de Agoney fue la respuesta a aquel movimiento, pues el canario aún tenía una presión añadida que Raoul se encargó de eliminar en un momento: la ropa interior. Agoney nunca había estado tan desesperado como con el catalán, y por eso cuando éste se bajó hasta la altura de su entrepierna y comenzó a hacer movimientos ascendentes y descendentes con sus labios en ella, no pudo evitarlo y dejó escapar un ronco gemido, curvando la espalda mientras flexionaba sus piernas.
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ɴᴏ ᴍᴇ ᴀᴄᴏsᴛᴜᴍʙʀᴏ ᴀ ᴘᴇʀᴅᴇʀ (#Ragoney)
FanfictionLos polos opuestos se atraen, con tanta fuerza, que a veces la colisión es irreversible, y entonces ya no hay vuelta atrás. Agoney lleva tres años viviendo en Madrid, con su compañero del alma, Ricky, y no está acostumbrado a ser rechazado. Raoul po...