Capitulo XVII

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Los secretos parecía que se habían convertido en los peores males del mundo, salían como si se tratase de una caja de Pandora, Alexander quiso aferrarse a la esperanza como lo había hecho Pandora, esa que tenía  sobre Ana. Tal expectativa parecía esfumarse, Ana tenia odio impregnado en su ser, lejos estaba de conseguir su perdón ya que a ésta la embargaba el dolor y la angustia.

Los días siguientes, apenas cruzaron palabra, Ana estaba resuelta a volver a su residencia. Sin embargo, Alexander se  adelanto y con la resignación impresa en su frente decidió marcharse. 

Una mañana, mientras Ana bajaba a desayunar observo unas maletas que estaban en la entrada; sus ojos se llenaron de lágrimas y sintió una punzada en el pecho de esas que te dicen   —Alexander no te marches, te perdono— pero la razón primo sobre el corazón, la cual le decía — es lo mejor, no puedes ser la  amante, es el hermano de tu esposo .

Naturalmente  se dejó llevar por el segundo, contempló por unos​ minutos las maletas, pensó en levantarlas e incluso hizo el  ademán de tomarlas, no obstante,  aparto la mano, cerró el puño y lo atrajo hacia su pecho; se fue al comedor a desayunar como todos los días esta vez sin Alexander.

Alexander dió un último vistazo a la casa y cruzó el umbral de la puerta. Pensó por un breve momento que Ana lo tomaría del brazo y lo detendría, pero no hubo quien fuera tras el, subió al carruaje y se marchó a Londres.

Al poco, tiempo salió Ana y miró con nostalgia como el carruaje se alejaba muy a pesar suyo.

—Ani que es lo que has hecho— dijo Lucrecia

—Dejar que se marche—con ojos llorosos.

—Pero tú lo amas.

—No lo se, estoy confundida en que momento dejo de ser John y se volvió Alexander—sollozando.

—Lo sabes— tomándola de los hombros — pero es mas fácil negarse que afrontar tus sentimientos.

—Lucrecia, basta—encogio los hombros— no hay nada más que ver— dando media vuelta. Lucrecia se quedó parada unos instantes antes de ir tras Ana.

Con cada paso que daba Ana se sentía peor que antes tenía sentimientos encontrados y frustración, empero  prefirió su orgullo antes  que nada.

Durante el camino, Alexander no pudo dejar de pensar en lo que dejaba atrás y lo miserable que se sentía. Sin embargo, si había decidido marcharse era por el bien de Ana, ésta necesitaba tranquilidad cosa que él no le estaba brindando, además que tenía otro asunto entre manos  le faltaba averiguar quién mandó la carta y con qué fin pero era obvia la intención, dar a conocer que asesinó a un hombre y que prácticamente salió huyendo de Francia.

Llegó a Londres y recorrió esos pasillos que añoraban tiempos pasados, Alexander recordó las risas y los juegos con John, así como las discusiones y su carácter rebelde que hicieron que se marchase. Sólo el silencio lo acompañó hasta el despacho y el recibimiento de sus sirvientes.  Una vez dentro, tomó  una pluma y papel, poniéndose a escribir a  Paul lo acaecido, no encontraba palabras para narrar lo  que paso, por donde lo viera se escuchaba mal, suspiro y extendió los brazos, pensando en cómo comenzar, pero antes se  serviría una copa de Brandy, la tomó sintiendo como le rozaba la garganta, la sensación no le molestó y de una copa se hicieron dos, así sucesivamente hasta casi vaciar la botella, la embriaguez se apoderó de él, considerando que era mejor estar en ese estado que seguir  meditando sobre cierto asunto.  Sin embargo, antes de que pudiera ordenar sus ideas,  escuchó como el mayordomo pedía a una dama que se retirase argumentando que no eran horas de  visita.

Álexander salió apresuradamente del despacho, pensó que era Ana quién pedía pasar, pero cuando vio de cerca grande fue su desilusión  era Adele, su amante, la mujer que lo puso de alguna manera, donde está ahora.

—Déjala, yo me hago cargo de ella— haciendo un gesto para que se retiré el mayordomo.

—Gracias—musito ésta, alzó la mirada y le dijo —Mucho tiempo sin vernos ¿no crees?.

—Una eternidad— frunciendo el ceño y conduciéndola al despacho.

—Que es lo que quieres— con cierto desdén

—Así recibes a la mujer que compartió tu lecho.

—No estoy para bromas—musito

—No sabes cuánto te extrañado— lanzándose al cuello de Alexander, quién  aún principio se quedó perplejo pero luego continúo el juego, la embriaguez y su tormento lo tentaban e hicieron que la apoyara en el  escritorio y comience a besarla cómo sí la estuviera devorando.

Por otra parte, Ana estuvo indispuesta todo el día, no quiso bajar a cenar, pese a la insistencia de Lucrecia. La mañana siguiente, algo más repuesta  bajo a la sala de música, dispuesta a  tocar el instrumento que tanto la hipnotizaba,comenzó tocando una tecla y luego dos pero cuando llego a la tercera dio tremendo golpe y lo cerró con fuerza. Pensó que podía aliviar su dolor tocando, pero sus pensamientos no estaban allí,  tenía rabia acumulada, quería respuestas y las tuvo, aún así no estaba contenta  sintiendo un vacío en el pecho,  necesitaba a ese hombre que​ había rechazado.

—Soy tan miserable— musitó, llorando amargamente, tales fueron sus gritos. Que Lucrecia tuvo que entrar.

—Basta Ani, te haces daño.

—No me queda nada.

—Tienes todo, pero tú maldito orgullo no te deja ver con claridad las cosas—tomo aire— si no quieres mi consejo recurre a Lady Cavendish, ella opinará de la misma  forma. No puedes dejar escapar el amor por segunda vez.

—Pero él no es John.

—Pero es él hombre que amas— respirando con cierta agitación —John, sin duda fue un excelente hombre y pese aún matrimonio impuesto, trató de hacerte feliz y aún después de muerto siguió velando por tí, sacrificó mucho... seguramente hasta su orgullo, porque te dejo en manos de su hermano; sólo Dios sabe lo que sufrió, te quiso demasiado, pero el tiempo que tuvieron fue escaso— prosiguió con lo que tenía atravesado en la garganta—Es cierto que desconoces varios pasajes de la vida de Alexander, desconozco cómo fue antes, y las cosas que  hizo, pero desde que te conoció y puedo dar fé de ello,se mostró como alguien que daría su vida por ti. No lo entiendes tienes el amor en frente pero te niegas a tomarlo. La vida está llena de momentos, lucha por lo que quieres y sí te preocupa la sociedad  ¡al diablo con ella!

Ana abrió como platos sus ojos, fue como si le hubieran dado tremenda cachetada que la hizo volver en sí. Siguió llorando desconsoladamente, mientras Lucrecia le secaba las lágrimas. —Animo Ani, la vida se hizo para los valientes— Ana tomó tímidamente la mano de Lucrecia, apretándola con fuerza y dijo.

—Tienes razón, mañana iremos a Bath y luego iré por Alexander— abrazando  a Lucrecia.






Desesperanza - 1ra Parte de la Saga Sentimientos [PRÓXIMAMENTE RETIRADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora