Capítulo 14

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14
      Luna y Matteo se miraban en silencio, sus corazones golpeaban fuerte contra su pecho. Matteo se acercó y apoyó su frente en la de ella, y Luna no quiso apartarse.
—Luna, recuerda esto, eres muy importante para mí.
¿No podemos darnos una segunda oportunidad?
—Matteo.
      Matteo suspiró y casi sin querer hacerlo, se alejó. Justo en ese momento se escuchaba que un auto frenaba y tocaba la bocina. Los chicos voltearon a mirar. Vieron a Miguel, que bajaba de un auto nuevo.
—¡Luna!
Luna y Matteo volvieron a mirarse.
—¿Quieres que te alcance a algún sitio? —le preguntó ella a Matteo.
—No te preocupes. Vuelvo al Red, son solo unas cuadras. Gracias. Nos vemos, Luna.
—Nos vemos.
      Luna no estaba muy segura pero al final se animó a darle un beso en la mejilla, tomándolo de los hombros. Él sonrió apenas y vio cómo la chica se alejaba.
      Antes de dormir, Luna agarró su pequeño baúl y guardó ahí su anillo, no sin antes darle un beso. Era más seguro que estuviera ahí con su medallita. Cerró el candado y se acostó a dormir.

       Al día siguiente, Simón sentía que no le había pedido perdón a Ámbar como debía, fue demasiado rápido y ni siquiera esperó a que le contestara, y tenía la intención de disculparse a solas con ella.
        Nico sentía que las cosas con su tío estaban peor. Al principio se había sentido mal al pensar que sus amigos podrían odiarlo, pero nunca llegó a imaginar que su tío se pelearía con él. También estaba el asunto de los instrumentos y los ensayos relegados de la Roller Band, y ni siquiera habían podido comenzar con el documental de Jazmín.
      Miró hacia el escenario. La batería de la Red Sharks Band estaba en el centro como burlándose de ellos, diciendo “Mírenme, atrévanse a desafiarme”. No hacía falta que las luces la iluminaran, su presencia resaltaba por sí sola, era imponente por sí misma.
       Benicio y los otros miembros de la banda Red Sharks Band no habían llegado todavía y se preguntaron si aquello de no ir a primera hora de la mañana rompía con el contrato que seguramente habían concertado con Gary.
      Yam y Jim estaban sentadas a una mesa, hablando y esperando a Delfi, para hablar sobre cómo proseguir con la banda. Eran de las primeras que habían entrado. No había muchas personas, por lo que los chicos no podían hacer mucho.
      Simón miraba por si Ámbar aparecía, así hablaba con ella.
      Delfi llegó y vio a las chicas, y les hizo un gesto con la mano para que esperaran porque quería saludar a Pedro.
—Hola, Delfi —sonrió él, acercándose a ella.
—Hola, Pedro —burló ella. —Cuánta formalidad.
     Pedro la agarró de la cintura y se acercó a besarla, luego se alejaron sus labios, pero no sus cuerpos.
—¿Viniste temprano por mí? —preguntó Pedro. Sentía que últimamente no habían tenido mucho tiempo para estar juntos y que no fuera para algún ensayo.
—Vine hablar de la banda con las chicas —se sinceró Delfi.
      Pedro puso cara triste y Delfi rio de ternura.
—Pobrecito.
      Simón y Nico estaban detrás de la barra viéndolos, se miraban y sonreían. Hasta que Nico les tiró un trapo desde la barra, que les cayó en sus caras.
—Ay, ¿qué es eso? —Preguntó Delfi—. Qué asco —dijo después al ver el trapo tirado en el suelo y que este estaba algo sucio.
—¡Ey, no interrumpan! —los retó Pedro—. ¡Búsquense una novia!
—Bueno, Pedro, tengo que ir a hablar con las chicas.
—No, no, quédate un rato más —Delfi se rio, y consiguió darse vuelta y dar unos pasos hacia la mesa donde las chicas la esperaban.
      Pero Pedro se prendió a la cintura desde atrás y casi no la dejaba avanzar.
—¡Pedro! —exclamó la chica pero no podía evitar reír.
—¡Esperá un poco más! —volvió a pedir, pero la soltó.
       Delfi dio media vuelta y vio la carita de perro mojado de Pedro, y su corazón dio una voltereta dentro de su pecho.
      Yam y Jim miraban todo.
      Delfi se acercó, le dijo “Te amo” y le dio un besito suave a los labios.
—Yo también te amo —respondió el chico y volvió a darle un besito igual al que Delfi le había dado.
       Yam y Jim se miraron embobadas. “Aaayyy”, exclamaron, una con las dos manos sobre su pecho, y la otra, con las manos juntas como si estuviera rezando.
      Delfi dio media vuelta otra vez y fue a sentarse con las chicas. Pedro dio media vuelta y se enfrentó con sus amigos, que lo seguían viendo.
—¡Ustedes, ahora van a ver! —amenazó el chico señalándolos.
      Simón y Nico se miraron y salieron corriendo, mientras Pedro se acercaba con pasos rápidos.
      Ramiro llegó cuando las chicas leían una letra de canción que habían escrito entre las tres. Fue a abrazar a Yam por atrás de la silla después de saludar con un “Hola, chicas” y le dio un ruidoso beso en la mejilla. Yam sonrió. Las chicas siguieron con lo que estaban haciendo mientras Ramiro las miraba y escuchaba.
Diez minutos después, las chicas buscaron instrumentos del Red y aprovecharon el vacío del escenario, en cuanto a personas, porque la batería de la Red Sharks Band seguía allí y parecía echarlos (la miraron con reticencia y después trataron de no mirarla), para ponerse a ensayar la canción que habían escrito. Ramiro estaba mirándolas desde una de las mesas.
       Nico, Pedro y Simón, mientras las miraban, pensaban en que debían retomar sus ensayos. Solo quedaba ensayar en el loft, aunque no había mucho apuro porque todavía faltaba que Nico consiguiera un bajo. Algo que era difícil, ni aun en oferta tendría el suficiente dinero para comprar uno, y de calidad.
      Ramiro se puso de pie al darse cuenta de que la banda tenía problemas con la música que estaban buscando para ponerle a la canción. Se acercó de una a ellas, poniéndose al lado de Yam.
—¿Necesitan ayuda, chicas? —les preguntó—. Yo puedo arreglar todos sus problemas.
      Yam y Jim largaron unas risas.
—No, gracias —respondió Delfi, seria—. Nosotras podemos.
—Eso no es lo que yo vi —contraatacó el chico.
—Ramiro… —advirtió Yam.
—Bueno, bueno, antes de abandonarlas, tengo que decir algo más. La banda tiene que tener una líder y yo voto por que sea Yam —dicho esto, le rodeó los hombros con el brazo a su novia.
—Ah, ¿sí? —se disgustó Delfi.
Jim lo miraba con los labios apretados.
—Basta, Ramiro. —Se enojó Yam.
Ramiro levantó los brazos y luego se alejó, pero no bajó del escenario, se quedó ahí, un poco apartado. Lo miraron un segundo, vieron que miraba atento, pero callado y siguieron con lo que estaban haciendo.
       En ese momento llegaba Maia al bar, estaba lista para grabar el primer ensayo de la banda. Pero no vio a la Red Sharks Band en el escenario. Inmediatamente, se acercó a ellos.
—¡Hola! —saludó la chica con una sonrisa entusiasmada y amable.
      Yam cortó abruptamente su canto, y todos la miraron a Maia.
—Hola —respondió Yam, confundida pero sonriendo.
—Hola —saludaron Jim y Delfi, también confundidas.
      Ramiro solo levantó la mano.
—¿Qué están haciendo? —preguntó entonces ella.
       Los chicos intercambiaron miradas.
—Ensayamos. Somos una banda —contestó Jim.
—Mmm —se quedó pensando la chica—. Entiendo. ¿Y tienen permiso?
—Eh…
—¡Sí, sí tenemos permiso! —exclamó Jim impulsivamente.
—Acá siempre se ha podido ensayar, ¿cuál es el problema? —preguntó Ramiro.
—Claro —les dijo con una sonrisa y se fue en dirección de la pista.
       Las chicas y Ramiro se miraron. Pareció no haber ningún problema así que siguieron con lo que estaban haciendo.
       Pero salieron corriendo cuando vieron entrar a Emilia y Ámbar. Estas la miraron con una sonrisa maliciosa, pero no les dijeron nada y siguieron camino hacia la pista.
       Las chicas suspiraron de alivio. Ellas sabían que podían y tal vez debían ensayar en otro lugar, pero el ex Jam & Roller las llamaba para que no lo abandonaran y ellas iban.
Jazmín entró en ese momento con su bolso colgando y vio a las chicas subiendo al escenario, para seguir con el ensayo. Sonrió y sacó la tablet.
Saludó con la mano y las grabó, sentándose. No había nadie que pudiera reclamarle lo que estaba haciendo. Igualmente, estaba preparada para disimular.
       Pedro, Simón y Nico se acercaron a su mesa viendo a las chicas. No llegaban a cantar ninguna canción completa, tan solo estaban probando qué música ponerle a la letra que habían hecho, pero eso no quitaba que hicieran sonreír a los que las veían.
       Escucharon de pronto la voz de Benicio acercarse, y corrieron fuera del escenario otra vez. El chico venía con dos chicos más, con sus respectivos instrumentos.    Claramente, eran los otros miembros de la banda. Pero que las chicas salieran del escenario no quería decir que no las hubiera visto y sabido de sus intenciones.
       Benicio pasó por delante de los chicos, quienes lo miraban con furia en su mirada.
       Media hora más tarde, eran las doce del mediodía, más personas entraron al bar y mientras los chicos hacían pedidos, Gary, con un bolso que colgaba de su hombro, entraba también, mirando alrededor. Se quedó quieto mirando la batería en el escenario vacío. En ese momento la banda tendría que estar ensayando, ¿dónde se habían metido?
      En su camino hacia la pista encontró a Simón y Ramiro, este último sentado con Jazmín, Yam, Jim y Delfi.
       Ambos asintieron con la cabeza como saludo. Gary volvió a mirar al escenario y continuó sus pasos.
      En la pista encontró a Benicio, hablando con los otros miembros de la banda y con Ámbar y Emilia. Maia y Benicio lo vieron al mismo tiempo. La chica se puso de pie de las gradas y corrió a él. Benicio también se acercó.
—No nos ha dicho que otra banda iba a ensayar hoy en el escenario —dijo Benicio de una.
—¿Se puede saber qué es lo que están haciendo acá y no ensayando como acordamos? —preguntó el hombre, bastante disgustado, casi al mismo tiempo que el chico. —¿Qué dijiste? —Cayó en la cuenta.
—Tengo que decirle algo — dijo Maia.
—Yo también tengo que decirle.
Gary se sacó los lentes oscuros y lo miró penetrantemente.
—Benicio, no quiero excusas.
—Señor… —insistió Maia.
       Gary le mostró la palma para que se callara, y ella hizo caso inmediatamente.
—¿Pueden decirme por qué no están ensayando? Quería que Maia empezara con las fotos con la banda. Así que háganme el favor...
       Nico estaba sirviendo dos licuados a dos chicas cuando un Gary furioso se dirigía a él como un rayo. Nico se detuvo en su vuelta a la barra cuando su tío se puso frente a él. Gary se quitó los anteojos y miró con los ojos echando fuego.
—¿Qué pasa, tío? —preguntó el chico.
—Dejaste que la banda de las chicas ensayara en el escenario, Nico. Sabés que es de la banda. Al menos podrías hacer algo por tu tío.
      La banda se estaba acercando al escenario y Nico les echó un vistazo.
—Ellos no estaban.
—Nosotros llegamos a horario —se metió Benicio, poniéndose al lado de Gary, y el chico miraba serio y tan convincente.
      Gary vio que Nico empezaba a hervirle la sangre, por cómo miraba a Benicio, como si quisiera matarlo.
—Nico, tranquilízate. No voy a permitir peleas acá —agregó cuando vio que Nico estaba por romperle la cara al chico, al que no se le movía ni un pelo. —Que sea la última vez —le dijo Gary luego.
      Nico miró a su tío, solo dijo “Lo que dice no es cierto”, dio media vuelta y se fue enojadísimo. Más con su tío, que con Benicio. O con el mismo calibre para ambos.
Benicio ahora sonreía y, cuando Gary lo miró, borró la sonrisa de golpe, haciendo como que no había existido.
—Ya pueden ensayar —ordenó más que informó Gary—. Y llamaré a Maia para las fotos.
      Simón vio que no había mucho que hacer en el bar y casi corrió hacia la pista para hablar con Ámbar. Al llegar, vio a Ámbar y Emilia en pleno patinaje, y vueltas y saltos.
—Ámbar —llamó.
      Ámbar terminó una vuelta y luego viró para quedar ante Simón, lo miraba confundida pero inescrutable. Emilia se los quedó mirando seria con una mano en la cintura.
—¿De qué me vas a acusar? —le preguntó Ámbar al chico.
—Quería pedirte perdón —dijo Simón, sin salir de donde estaba, tras la baranda. La agarraba con la manos.
Si antes estaba confundida, ahora más. Volteó a mirar a Emilia y luego fue en dirección de Simón.
—¿Qué estás diciendo, Simón? —le preguntó al llegar.
—Realmente quiero pedirte perdón.
—¿Por qué exactamente? —Ámbar quería escuchar de su boca que le pedía perdón por dejarla sola y no dejarle explicarle sobre el incendio.
—Por acusarte por los instrumentos. Sentí que no te pedí perdón como debía. Quería pedírtelo bien, no a las corridas.
—¿Te interesa que te perdone?
—Estuve mal —respondió él, asintiendo con la cabeza.
—Está bien —dijo ella.
      Ámbar miró entonces las manos de Simón, que agarraban la baranda desde el otro lado de la pista. Le entraron muchas ganas de agarrárselas y de que él la dejara, que las cosas fueran como antes.
—Tengo que seguir trabajando —le dijo Simón, sin notar que la mano de Ámbar estaba casi por agarrar la suya. Ella la retiró.
Simón dio media vuelta y se fue.
La mano de Ámbar se volvió un puño.





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