Capítulo 10

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10
     Tuvieron que esperar a que el lugar estuviera un poco más lleno, pero por fortuna para ellas, eso no tardó en llegar. Vieron que los chicos estaban ocupados con el trabajo, o con conversaciones, o algunos patinando, o  estaban en otra, encontraron la oportunidad perfecta para ir hasta el camerino en una cierta hora y ver de qué carteles hablaban. Estaban en el estante. Eran unos enormes carteles de tela que decían Jam & Roller. Nina los había hecho con ayuda de su mamá y Mora.
—¿Hicieron estos carteles tan nefastos? —preguntó Ámbar—. Necesitan esto para pretender que el Red Sharks no existe.
—Pobrecillos —habló Emilia.
     De pronto, Ámbar empezó a romper uno de los carteles con una tijera, que estaba en el mismo estante, con furia en su mirada. Estaba descargando toda la ira contenida de todo lo que le había pasado y le pasaba. Delfi y Jazmín dejándola sola; Simón decepcionado con ella, que se acercaba y se alejaba; su mamá, que le tiraba la noticia y desaparecía nuevamente; Sharon abandonándola; el cambio al Red Sharks, que le estaba dando la oportunidad que siempre creyó merecer y que ahora los Jam & Roller querían destruir; Lunita, que se quedaba con todo lo que era suyo…
—¡Ámbar! —se asustó Emilia—. ¡Espérate! ¿Qué te sucede? —le preguntó luego.
     Ámbar dejó caer los pedazos que sostenía en la mano y después miró a Emilia, respirando agitadamente. Tenía los ojos llenos de lágrimas y Emilia seguía preocupada, mirándola algo ceñuda. Ella le puso la mano en el hombro.
—Estoy bien —dijo Ámbar, echando su pelo hacia atrás—. No saben con quién se metieron.
Emilia no le creía nada.
—¿Seguro? —quiso saber.
—Hay otro cartel —evitó contestar Ámbar. Agarró entonces el segundo cartel que estaba a sus pies y también lo destruyó.
      Luego miró los instrumentos, el bajo de Nico y la guitarra eléctrica que usaba Simón en la Roller Band y su guitarra criolla.
—Otra vez Simón —dijo Emilia.
—Claro que no. No me importa ese chico.
      Entonces, Emilia se acercó a los instrumentos y agarró la guitarra criolla de Simón.
—Si no te importa Simón, rompe su guitarra —dicho esto, se la acercó.
—¿Qué?
—Solo admítelo —insistía Emilia.
—Dejá la guitarra, Emilia —pidió Ámbar.
      En ese momento escucharon unos ruidos en el pasillo y ambas se pusieron en alerta.
      A medida que se acercaba el horario del evento, iban entrando gente al lugar y ocupando sitios en las sillas de la pista. La mayoría estaban vestidos de negro, no los conocían y miraban el lugar como si nunca lo hubieran pisado. Los chicos empezaron a creer que los invitados del Jam & Roller habían avisado a sus familiares y a amigos que nunca habían estado allí.
—Chicos —habló Nina, acercándose a Jazmín, Delfi y la Roller Band—. Ya casi es la hora. ¿No deberían poner ya los carteles?
—Todo va salir bien, ensayamos con ganas —dijo Matteo a una nerviosa Luna.
      Los dos estaban en la pista, practicando a último momento sus pasos.
—Pero no tuvimos mucho tiempo.
Matteo sonrió y se acercó más a ella.
—Podríamos agregar el paso que te mostré.
—Matteo —espetó Luna—. Sigamos con el ensayo, ya casi es el evento.
—Ay, sí, estoy muy emocionada —expresó Yam, entrando al bar con Jim.
—Yo estoy muy nerviosa —comentó Jim, con las manos como si estuviera rezando—. ¿Si de pronto no me sale un paso? ¿O si me olvido la coreografía? ¿Qué voy a hacer?
—Tranquila, Jim —quiso tranquilizarla Yam—. Todo va a salir bien.
     De pronto se acercó Jazmín con la tablet, casi saltando y con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Cómo están? ¿No están emocionadas? ¿O están nerviosas? Sí, deben estar nerviosas, es un evento muy importante. Nada tiene que salir mal, chicas... Pero tranquilas, todo va a estar bien.
      Jim y Yam la miraron como diciendo: “Ya nos pusiste más nerviosas”.
     En ese momento venían Nico, Pedro y Simón y traían los carteles destrozados en los brazos. Los pusieron sobre una mesa y las chicas, al darse cuenta de lo que se trataba, se acercaron con asombro y cierta cautela.
—No lo puedo creer —expresó Yam, y quedó con la boca abierta.
      Emilia y Ámbar habían desaparecido cerca de la hora acordada del evento y aquello a los chicos los dejó más tranquilos, aunque estaban desanimados por los carteles rotos. Ya se habían empezado a vestir por turnos, ya se peinaban y maquillaban, todo a las apuradas. Jazmín era la última y la única que faltaba arreglarse, por lo que los chicos de la banda le pidieron que, cuando ya estuviera lista, les trajeran el bajo y la guitarra eléctrica, que todavía seguían ahí por si había algún problema.
     Nico y Simón estaban en el bar esperando a Jazmín y a los instrumentos para poder ir a la pista. Se estaba tardando un poquito.   Estaban a punto de ir al camerino a apremiarla cuando apareció y sin los instrumentos.
      El vestuario de las chicas se trataba de un mono con lentejuelas de distinto color para cada una. Diseñado por Yam y aprobado por Jazmín, que no pudo no meterse en ese asunto.
—¿Y Jazmín?
—¿Los instrumentos?
Esperaban los chicos.
—Ay, no sé cómo decirles esto… ¿Vieron que ustedes usan instrumentos?
     Nico y Simón se miraron confundidos y, al volver a mirarla, dijeron al mismo tiempo:
—¿Sí? —Dando pie a que continuara.
—Bueno, eh… Son muy lindos… ¡Los instrumentos! No, ustedes. Bueno, también. Ay, me enredé.
—¿Eh? —preguntó Nico.
—¿Gracias? —Simón y Nico seguían sin entender. —¿Qué sucede, Jazmín?
—No, eso no iba a decirles —admitió Jazmín.
—Bueno, yo diría que nos digas ahora porque el evento va a empezar y la banda tiene que tocar —apuró Nico.
—¡No! —gritó Jazmín.
—Jazmín, ¿qué pasa? —insistió Nico.
—Sus instrumentos están rotos.
—¡¿Qué?! —gritaron Nico y Simón y salieron corriendo hacia el camerino.
     Jazmín quedó ahí clavada con la mano en su pecho y mirando a la nada.
     Los demás estaban en la pista, esperándolos, y Jazmín, con su mono de color esmeralda, se dirigió hasta allí. Gary justo llegaba al lugar.
      Nico y Simón llegaron al camerino y vieron el bajo de Nico y la guitarra criolla de Simón sin cuerdas.
La de madera le faltaba hasta un pedazo.
—¡No!
—¡No lo puedo creer!
—¡No, no, no, no!
     En la pista, Yam se volteó a mirar a Pedro, que estaba sentado ante la batería.
—Pedro, ya hay que empezar. ¿Dónde están Simón y Nico? —preguntó ella.
—No sé —se desesperó Pedro, poniéndose de pie, dejando los palillos apoyados en el tambor de la batería y acercándose a ellos.
Gary entró a la pista en ese momento.
—Quiero saber qué es todo esto —habló Gary, que esperaba. Todos lo rodearon para que no se marchara. Ninguno lo perdía de vista y el hombre cada vez entendía menos.
—¿Y los que faltan dónde están? —preguntó Juliana impaciente.
Gary iba a hablarle para pedirle una explicación y Pedro estaba por ir a buscarlos cuando entraron Nico y Simón corriendo con los instrumentos en las manos. Sin esperar a que ninguno hablara les mostraron los instrumentos. Estaban tan distraídos con eso que no se daban cuenta de nada a su alrededor y de repente empezó a sonar música desde la batería. Todos voltearon a mirar a aquella dirección y vieron que una banda estaba tocando.
—¡Ey! —se enojó Simón. Peor se sintió, aunque no él solamente, al ver quién era el cantante. —¿Benicio?
Nadie entendía nada, se miraron interrogativamente.
—No puede ser —expresó Jazmín—. Qué horror.
Gary miraba atento y sonrió.
—¿Y esa banda? Eso es lo que estoy necesitando.
—No, tío —desaprobó Nico, negando con la cabeza.
      Los chicos se quedaron viendo cómo tocaba la banda porque no les quedaba otra. Tocaron dos canciones cuando de pronto las luces se apagaron para encenderse las luces parpadeantes de colores de la pista, mientras la banda comenzaba otra canción. Y entonces aparecieron.
Entró un equipo de negro y rojo para patinar. Eran como siete personas en patines, entre ellos Emilia y Ámbar, que pasaron por al lado de ellos y tuvieron que correrse. Ámbar pasó cerca de Simón, que la miró, y ella no quitó los ojos de los de él. De pronto estaban viendo una coreografía. Todos en el público aplaudían y vivaban: “¡RED SHARKS! ¡RED SHARKS!”.
     Los chicos no podían creerlo, pero cuando terminó la coreo y los Red Sharks, o quienes fueran, se acercaron a ellos, al segundo empezó a escucharse la canción de la coreo. Miraron hacia donde provenía y vieron a Nina al lado de un parlante: ella había puesto la canción, y los alentó con una sonrisa. Ahora fueron los otros los que tuvieron que correrse. La coreografía del Jam & Roller había empezado.
      Empezaban a entrar más gente, que vivaban, aplaudían y silbaban, pero esta vez por el Jam & Roller. La mirada de Gary había mudado, la frialdad se notaba en su cara. Juliana sonreía sin disimulo.
      El público del Jam & Roller no ganaba en cantidad al de los Red Sharks, pero eso era porque todo fue a último momento y gracias a Nina. Ella se había enterado por un usuario que habían recibido un mensaje que decía que se había cancelado el evento y Nina tuvo que enviar una rectificación a las apuradas. Ahí estaban los que pudieron acercarse a último minuto, como aquellos que todavía estaban en el bar.
—¡Vamos, Jam & Roller! —se animó a gritar Nina y Gary le clavó la mirada. Se sintió algo intimidada pero no volteó.
—¿Qué es todo esto? —habló Gary apenas los chicos terminaron la coreo. Estos se acercaron a él. —Si esto es una despedida, ya está, ya terminó.
—No es una despedida. Es un nuevo inicio. Esto es lo que todos queremos.
Empezaron a gritar los chicos y su público en ese momento: “¡Jam & Roller! ¡Jam & Roller!”
—Lo hicimos para demostrarte cuál es realmente el equipo del Jam & Roller —habló Nico.
—Y qué banda es la que queremos —siguió diciendo Jim. —Y la que quieren todos. Aunque la Roller Band no ha podido tocar. —Estaba desanimada.
—Jam & Roller no es lo que estás creando. En el Jam & Roller podemos ser libres y podemos ser nosotros mismos —dijo Gastón.
—El Jam & Roller lo hacemos todos nosotros —continuó Luna.
—Pero esto no es Jam & Roller —replicó Gary, y señaló el espacio de la pista donde se veía en grande Red Sharks. Después miró a Benicio, que miraba con las manos en los bolsillos delanteros de sus bermudas. Los demás miembros de la banda se encontraban detrás de él—. Quiero a la banda tocando para el Red Sharks.
Nico lo miró desesperado.
—No, tío, no, no sabés lo que estás haciendo.
—Sé muy bien lo que estoy haciendo, quiero esa banda para tocar en el Red Sharks.
—No conoces a Benicio.
—Eso son cosas menores.
      Gary volvió a mirar a Benicio para decirle que luego quería hablar con él mientras Nico volvía a agarrar los instrumentos que habían dejado a un lado de la pista.
—¿Ustedes hicieron esto, no? —preguntó Nico mostrando los instrumentos rotos. Al ver esto, Emilia y Ámbar intercambiaron miradas interrogativas. Benicio miraba y escuchaba todo con los brazos cruzados y una sonrisa de suficiencia en el rostro.
—Bueh —expresó Ámbar, corriéndose el pelo hacia atrás.
—Bueno, yo me retiro —dijo Gary, y después miró a Nico, que lo miró a su vez—. Estoy decepcionado de vos, Nico.
—Espere que hice un video que… —Jazmín corrió a ponerse frente a Gary. Quería que viera el video de la banda que había mostrado en el Open, pensando que Gary no había ido.
—Conozco tus videitos.
—¿Qué? ¿Le gusta mi canal? Eso no me lo esperaba.
—No estoy para ver pendejadas —solo dijo. Y Jazmín sintió que le dieron un golpe fuerte.
—Todo bien con tu novia —dijo de pronto Gary a Nico. En situación normal Simón y Pedro se hubieran reído, pero claramente no era una situación normal—, pero el video fue una desfachatez. Después quiero hablar con vos, a solas. —Empezó a caminar a la salida.
—No es mi novia —Le aclaró Nico.
—No estaría mal ¿Qué? ¿Qué dije? —habló Jazmín.
—¿Qué?
Jazmín se mostró confundida.
—Tu tío está mal —se corrigió—. Ni sé por qué dije eso. —Jazmín hablaba sola.
     En su camino hacia la salida, Gary pasó por enfrente de Juliana y ambos se quedaron mirando. Por lo que podía ver, Juliana podía ser peligrosa para sus propósitos. Le convenía que estuviera de su lado.
      Luego de que Gary se hubiera ido, todos se fueron dispersando. Ámbar, Emilia, Benicio y los que los ayudaron salieron de la pista al mismo tiempo que el público.
      La Roller Band y los otros también salieron, bastante desanimados.   Pedro y Delfi iban abrazados, igual que Gastón y Nina. Algunos estaban protestando.
—Esto no sirvió de nada —espetó Luna. —¿Y cómo que encontraron sus instrumentos rotos?
—Sí, Luna —espetó Simón, estaba muy mal. Sentía que quería estar solo así que se lo explicó a su mejor amiga y fue hacia el camerino
     Pedro fue al baño y los demás se separaron para sentarse en distintas mesas. Jazmín y Delfi se sentaron juntas, como siempre.
      Simón estaba sentado de espaldas a la puerta del camerino con su guitarra amiga rota sobre las piernas. Una lágrima cayó y se la limpió con una mano, y fue entonces cuando sintió unos pasos detrás de él. Volteó a mirar rápidamente y se encontró a Ámbar mirándolo, justo detrás. La chica pegó un salto porque no había esperado ni había querido ser descubierta. Ella había tratado de acercarse sigilosamente a Simón, cuya postura que estaba manteniendo le indicaba a la rubia lo mal que estaba sintiéndose.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada, solo vine a sacarme todo esto —dijo como lo primero que se le ocurrió.
      Se acercó al espejo y empezó a sacarse con seriedad las hebillas de la cabeza. Simón se puso de pie y estaba por darse la vuelta para marcharse cuando Ámbar dio media vuelta con una mirada consternada. Simón se detuvo por tomarlo por sorpresa.
—Yo no rompí los instrumentos. ¿Me podés creer? —le preguntó.
—No sé.
Ámbar sintió fastidio, y casi resopló.
—Rompiste los carteles, nos robaste el show…
Ámbar se acercó más a él.
—¿Qué querías que hiciera? Estoy defendiendo mi lugar. Ahora es el Red Sharks, el Jam & Roller no existe más. Ustedes no pueden aceptarlo —le replicó Ámbar.
      En ese momento recordó cuando había prometido recuperar a Simón... A veces se recordaba que Simón no le importaba ella y aquella promesa se rompía en mil pedazos, pero, aunque lo negara, eso no hacía que a ella no le importará él. Simón se la quedó mirando, procesando sus palabras, no tardó en llegar a la conclusión de que Ámbar tenía razón en esa parte.
—Te quedaste callado —recalcó ella—. ¿Pensás que tengo razón, no?
Simón asintió despacio con la cabeza.
—Pero eso no te da a derecho a destruir los instrumentos —lo dijo con furia y la voz temblando, a punto de llorar—. Son muy importantes para nosotros.
—Ya lo sé. ¿Me vas a acusar de todo lo que pasa? Simón, yo no fui.
Simón la miró en silencio, y ella no apartó la mirada.
      Simón se quedó mirando a Ámbar pensando que le habría encantado compartir el evento especial con ella y no que estuvieran en dos equipos contrarios. Ámbar le sostenía la mirada, que esperaba fuera lo suficientemente dura para que no notara las ganas que tenía de abrazarlo y besarlo. Se quedaron mirando a los ojos, ninguno apartó la mirada demasiado pronto. Ámbar quiso ponerle una mirada seria, una mirada de desdén, fría o vaga, pero no le salió. A Simón tampoco.
Nico estaba sentado en el escenario con el bajo en la mano, toqueteándolo. Jazmín y Delfi estaban sentadas a una mesa y Delfi despotricaba contra lo que habían hecho los Red Sharks y también de lo mal que debían sentirse Simón y Nico, pero se calló cuando vio que Jazmín tenía el codo sobre la mesa, apoyaba el mentón en la mano, tenía la mirada fija en Nico y no la estaba escuchando para nada.
—¡Jazmín!
—¿Qué? —saltó Jazmín y la miró.
—¿No me estás escuchando?
—Simón y Nico deben estar tristes, Delfi.
—Sí, eso es de lo que te estuve hablando hace media hora.
      Delfi volvió a hablar enojada de los Red Sharks, pero Jazmín la dejó hablando sola, porque se puso de pie y se acercó a Nico.
     Cuando Delfi volvió a mirar hacia donde se sentaba Jazmín, ella ya no estaba. Delfi resopló un poco disgustada.
     Nico alzó la cabeza al notar que alguien se sentaba al lado de él y vio a Jazmín. La agarró de las manos y se las apretó. No dijeron nada.










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