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Todo esto ha sucedido muy rápido, un segundo estaba con Luke leyendo un libro en el parque y al otro él estaba del otro lado del mundo sin hablarme.

Me está matando.

Soy muy reservada con lo que siento, pero lo de Luke era real, es real.

— ¡Elisa! ¡Gustav está aquí! — Cierro los ojos suspirando, los abro de nuevo y me levanto pesadamente.

Lo que nos pasa, querida, es que te acostumbraste a estar con Luke.

¿Y qué?

Te sientes sola.

No, no es cierto.

Deja de mentirnos cruelmente, ni siquiera te salen bien.

— ¡Ya voy! —Tomo mi celular poniéndolo en la bolsa trasera de mi pantalón. Camino hasta la cocina y ahí estaba Gustav con mi mamá hablando de algo que no alcanzo a escuchar bien. — ¿Nos vamos?

— Sí, claro. — Asiente Gus. Gus, me gusta decirle Gus.

Salimos del departamento y caminamos lentamente hacia el ascensor y a la calle.

— ¿Quieres que vayamos en auto? —Niego.

— Me gusta caminar, espero no te moleste. —Niega lentamente.

— ¿A dónde me llevas?

— ¿Te gusta leer? —Hace una mueca.

— Prefiero disfrutar de otra manera.

— Entiendo. —Caminamos hasta una parada de bus y me siento en la banca.

— ¿Iremos en bus? —Niego en un susurro.

—Estoy cansada.

— ¿Cansada? ¡No hemos caminado ni diez minutos. —Bajo mi vista hasta mis manos. — Elisa... -Miro por sobre mis hombros, él sigue levantado detrás de la banca, luego se recarga, por lo que su rostro queda muy cerca de mi oído. — ¿Qué tienes?

— Ya te lo dije, estoy cansada.

— ¿De qué? —Suspiro pesadamente.

— De todo, de todos, estoy cansada de esperas semana por semana por una estúpida carta o un mensaje, estoy harta de que las personas me juzguen sin ni siquiera conocerme, estoy harta de estar sola, de buscarme pasatiempos para no notar la ausencia, estoy muy, muy, muy cansada, Gustav. — Se sienta junto a mi.

— ¿No te ha llamado Luke?

— No.

— No merece que te sientas mal, Elisa. —Me observa. —Él se está perdiendo tu compañía, yo, por ejemplo, estoy disfrutándola, no sabes cuánto. Sé que estas deprimida desde hace unas semanas.

— ¿Cómo? -Me abrazó.

— Se te nota en los ojos, además, tu mamá me lo acaba de decir. —Bufo riendo levemente, lo cual él imita. —Eli, sé que no somos muy amigos, pero quiero que sepas, que haría cualquier cosa para ayudarte, que estoy contigo.

— Gracias, Gus. —Le miro.

— ¿A dónde querías que te acompañara?

— En realidad sólo quería salir. —Sonríe, para luego besarme la sien.

— Pues prepárate, Elisa, porque vas a tener el mejor día de tu vida.

(...)

La idea del mejor día de mi vida la imaginaba diferente, pero sentarnos en unas sillas del centro comercial a bromear con las personas fue completamente mejor.

Gustav es en verdad divertido, y buena persona, ¿Por qué lo había rechazado antes?

Por Luke.

Uhg, pero él ya no está aquí.

Tienes razón, pero aún lo quieres.

Claro que lo quiero.

(...)

"Te amo, William."

"Yo... Yo también te amo, Anne"

"Escapemos juntos."

"¿Ahora?"

"Sí, ahora, vámonos a Canadá, vivamos en la finca de mi abuela"

"Está bien, porque te amo."

Cierro el libro enojada, nada en la vida real sucede así.

— ¿Te aburriste ya? —bufo.

— Este libro no es real.

— Claro que sí.

— Claro que no.

— Que sí.

— ¿Ya lo leíste?

— No, pero lo estoy viendo y sé que es real.

— No seas tonto, Gus. —Río — Me refiero a lo realista

— Lo siento —Se encoje de hombros volviendo a la televisión.

Aún recuerdo el invierno, y el otoño, cuando conocí a Luke y era muy feliz.

Gus me hace feliz, pero jamás será lo mismo.

Ambos son muy diferentes.

— Tengo hambre —No se mueve — Gus, tengo hambre —Le repito.

— ¿Quieres que pida algo?

— ¿Cómo qué?

— No sé, ¿Pizza?

— No.

— ¿Entonces?

— ¿Pizza?

— Elisa, acabo de decir que...

— Pidamos pizza.

— Pero...

— Fue mi idea, pidamos pizza. —Bufa levantándose del sillón.

— A veces me das miedo —Me río tranquila. —Caminó hacia la cocina, pero lo paré.

— ¡Gus! —Me mira. — Gracias, por eso te quiero.

— Yo también, Eli. —Sigue caminando.

Gustav vuelve con una media sonrisa.

— Estará aquí en veinte. —Se acuesta de nuevo en el sillón. — ¿A qué hora regresa tu mamá?

— No sé. —Observo el reloj de pared — Como en una hora, hoy tuvo horas extras.

— Súper. -Momento de silencio, volví a tomar el libro y él volvió al control de la televisión. — Debería traernos unos brownies.

— Cielos, qué gran idea, me encantan los brownies. —Me miró.

— ¿De verdad? — Bajo el libro y asiento.

—Gus, ¿No tienes cosas qué hacer nunca?

— Ah, no lo sé. — Sonrió. —Veo mucha televisión.

—Se nota. —Volvemos a guardar silencio, hasta que una pregunta se formula en mi cabeza. — ¿Gus? —Su garganta resuena en modo de respuesta. — Si ves tanta televisión, ¿Cómo es que pareces tan atlético?

— Gimnasio en casa.

— Oh.

— Hago ejercicio, mientras veo televisión —Me río, es tele-adicto. — Es en serio, tienes que ver el gimnasio, mi papá le puso la tele sólo para que hiciera algo de provecho con motivación.

— Sí, supongo que debe ser tu mayor motivación.

— Aunque...

— ¿Aunque?

— Si estuvieras ahí sería más motivador.

— Claro, algún día te acompañaré —Digo contestando como si hubiera leído las letras pequeñas de su oración.

— Súper.


Elisa (L.H)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora