"Te di mi amnistía, no porque la necesitaras o la quisieras.
Te di mi amnistía porque a través de ti, de tu atroz pasado
Y nuestra historia caótica, me di la oportunidad de creer una vez más
en la humanidad... y esa decisión... es de las más importantes que no
me arrepiento de haber tomado en esta vida."
(Memorias de Hermione Granger que hacen escritas en la lápida de Draco Malfoy)
.
Julio 20 de 1998, Londres Inglaterra.
Ella siempre creyó que ese día sería perfecto. Que por primera vez luciría un maquillaje decente que le ayudara a resaltar sus facciones, a lucir hermosa, no a cubrir la palidez de su rostro o intentar disimular las motas negras debajo de sus ojos, que cada día se oscurecían más.
Imagino que marcharía nerviosa, colgada del brazo de su padre, por el largo pasillo que la conduciría a su flamante marido. En vez de eso, camino resignada hacia su destino, como un cordero cuando se dirige al matadero, tan poco hubo un brazo del cual sostenerse, simple y sencillamente porque ya no tenía padre. ¿Y el flamante marido? Eso mejor ni mencionarlo...
Nunca soñó con una gran recepción, todo lo contrario, ella habría preferido una ceremonia íntima, solo sus seres queridos. Pero dada la situación, era absurdo, le basto con seis personas, incluyéndose ella, y se le hicieron demasiadas personas, si demasiadas con las que tenía que compartir esa farsa.
Le hubiese gustado casarse en primavera, esa estación del año que muestra en todo su esplendor la alegría y calidez del mundo. Era verano, pero afuera de la casa una tormenta se había desatado, llevaban veinte días con temperaturas alarmantes de calor, pero ese preciso día, el cielo se oscureció y parecía caerse literalmente sobre ellos. Y en su corazón, era invierno.
Se había imaginado luciendo un vestido blanco, no tan pomposo como los tradicionales, pero amenos seria ceremonial. Contrario a todo eso, llevaba puesto un vestido negro, de mangas largas y que le llegaba justo debajo de las rodillas, y ni siquiera lo lucia bien, había perdido tanto peso, que mínimamente le quedaba grande por dos tallas. Estaba de luto, sus padres habían sido asesinados tan solo seis días atrás, y una estúpida boda (aunque fuera la de ella) no era razón suficiente para cambiar su apariencia.
Llego junto a su prometido, al cual no se dignó a mirar, la cortesía fue la misma por parte de él. Si en ese momento fuera la persona comprensiva que antes solía ser, se hubiera percatado que no era la única en esa habitación que sabía que se le avecinaba un futuro negro. Porque ese solo era el primer paso de la farsa, lo verdaderamente jodido de la situación, seria mantener esa relación creíble. Si... claro... si ella aun fuera una persona más sensible, le hubiera dado un poco de lastima su prometido. Pero, de ninguna manera, sin saber porque, en ese momento solo recordaba las mil y un veces que ese cretino le hizo la vida miserable.
Se repitió constantemente que ese idiota, ególatra y desposta a niveles alarmantes, con el que jamás había cruzado una palabra decentemente en su vida, no importaba para nada.
Kingsley se puso de pie frente a ellos, los observo en silencio por algunos segundos, preguntándose si realmente estaba haciendo lo correcto, ¿Cuántos sacrificios más tendrían que hacer para alcanzar la paz? ¿Realmente podían alcanzarla algún día? Tal vez la paz se había vuelto una utopía... Un leve susurro lo saco de su meditación, aclaro su garganta y procedió con la condena, sí, porque por más que lo disfrazara, por más bien que hiciera a su sociedad, para ese par de jóvenes, era una condena.
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El libre albedrío de los condenados
FanfictionConcordia y discordia... dos palabras que se contraponen y que pareciera que una no se llevan con la otra. Pero en esta historia, podrás ver que tras el término de la guerra, en un mundo donde debería existir paz, felicidad y sueños, el dolor y la s...