Capítulo XII

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― Caroline es una mujer muy bella ― espeto Theo.

― Peligrosamente bella ― confirmó Pansy con desagrado.

― Si, la belleza es peligrosa, pero la inteligencia es letal ― contestó Draco

mientras miraba a Hermione a la distancia.

.

Hermione se recargó en el marco de su ventana, ya había olvidado la hermosa vista que tenía desde ahí de los inmensos y bastos jardines de la mansión. Soltó un suspiro largo y profundo, recordar el semblante alterado de su hija, la tenía con los nervios de punta, su primer encuentro fue un total desastre, se refregó las sienes ante el inminente dolor de cabeza. Giró un poco su rostro sobre su hombro derecho, al escuchar abrirse la puerta.

― Hermione-loca desquiciada-Granger Malfoy ― Theo ingresó sin contemplaciones a la habitación y cerró la puerta a sus espaldas.

― Vete, por favor ― solicitó de forma airada ella. No tenía ganas de discutir también con él.

― Ya deberías estar dormida, ya es más de media noche ― caminó lentamente hacia ella. Su apariencia despreocupada, contradecía a su corazón que latía acelerado desde que la viera horas atrás.

Ella se quedó en silencio y se aferró con mayor fuerza al marco.

En momentos como ese, era cuando Theo se cuestionaba si Draco había hecho lo correcto.

― Hermione...

― ¡¿Cómo te atreves siquiera a pronunciar mí nombre?! ― no pudo contenerse más, se giró para quedar completamente frente a él ― ¡¿Cómo se los permitiste?! ― bramó comenzando a ponerse roja por el esfuerzo.

La vio ponerse colérica, indignada por lo que le habían hecho, y sonrió para sus adentros, porque a pesar de todo de ese berrinche, estaba siendo ella misma, completa y racionalmente. Era exactamente aquella niña, que en quinto grado le gritó histérica por haber dejado caer sin querer un libro en el lago.

― Porque era necesario ― contestó sin dejar lugar a dudas, porque ya no las tenía más, Draco había hecho lo correcto, ella estaba ahí, completa frente él, gritando por estupideces a las que él dejo de prestar atención en cuanto corroboró que era nuevamente Hermione Granger.

Caminó hasta anular cualquier distancia entre ellos, la envolvió en sus brazos contra su voluntad, y por fin en siete largos años, Theodore Nott, volvió a respirar tranquilo.

Ella forcejeó para que la soltara, lo maldijo, lo golpeo, pero él no aflojo su agarre. Finalmente se rindió y recargo la cara contra su pecho, Theo le sacaba casi dos cabezas. Cuando él sintió sus lágrimas a través de la seda de su camisa, la cargó en brazos y la llevo hasta su cama, la recostó en el centro suavemente, le quitó los zapatos, saco su propia varita e invocó una cobija, esta salió del armario y fue a parar a su mano, la colocó sobre su amiga. Se quitó su propio calzado e ingresó bajo el manto, junto a Hermione.

Levanto su mano y retiro los cabellos del rostro de ella que no le permitían observar plenamente su cara, detallo sus ojos irritados y enmarcados con ojeras, limpió las lágrimas que aun recorrían sus mejillas, sonrió ante los ojos castaños que lo miraban detenidamente. En momentos así, le era imposible encontrar diferencias entre ellas, el mismo color de ojos, una pequeña nariz respingada, labios delgados y el rostro ovalado. Podría jurar que de poder compararlas, tendrían la misma estatura.

― Sigues siendo una insensata ― la provocó.

― Y tú un fantoche ― le recriminó ella y se dejó acunar entre sus brazos.

El libre albedrío de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora