Capítulo XIV

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"Me preguntó si existe la redención para personas como yo, miró hacia tras y me doy cuenta que no importa cuanto lo desee, cuanto me remuerda la conciencia, si tuviera que volver hacerlo lo haría, aun a sabiendas del costo tan alto que pagaría y aún con todo eso, la culpa esta matándome"

HG

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Londres Inglaterra, 23 de diciembre del 2002

El clima era azotador, podría jurar que la sangre se le congelaría en cualquier momento, se apretujó dentro de su túnica, la tendera comento que era la más cálida, que ninguna ventisca podría colársele, vaya farsa resulto ser, sentía cada hueso de su cuerpo entumido.Tenía cinco minutos que se había aparecido en el punto más cercano de aparición permitido y no podía moverse, se sentía con los pies clavados en la nieve. Se sujetó con fuerza la capucha y levanto el rostro, se maravilló del edificio colosal que se levantaba a un kilómetro de distancia frente a ella.

Podría ser la temible prisión de Azkaban, pero no por ello dejaba de ser impresionante, eran las ruinas de lo que en su momento podría jurar fue un castillo imponente, podría apostar que era de piedra caliza negra, tenía muros faltantes por todos lados, prácticamente los muros exteriores eran inexistentes, varias de sus torres estaban derrumbadas y las olas que se estrellaban de forma furiosa contra el castillo provocaban un ruido ensordecedor. Azkaban estaba en pleno mar, y una tormenta constante flageaba el lugar, si el panorama por sí mismo no era estremecedor, los Dementores que sobrevolaban por todo su alrededor le daban el toque final de tétrico.

Una vez más se asombró por el poder de la magia, ella estaba en el medio de una ventisca de nieve, y Azkaban era sometido eternamente a una tormenta eléctrica. Recordó las indicaciones que le dieron en el ministerio, busco el arco mágico y rogó porque no estuviera sepultado en la nieve, tras varios segundos lo diviso a unos veinte metros a la izquierda, cerca de la orilla del mar. Necesito de mucha fuerza para llegar hasta el, cada paso que daba sentía que se hundía más en la nieve.

El arco no era muy grande, de alto tenía unos tres metros y de ancho dos, estaba construido en madera, de ser otra persona le hubiera parecido absurdo que la puerta a la prisión mágica más importante del mundo, estuviera construida de un material tan frágil, pero ella sabía que la madera era la mejor receptora de magia, para prueba, de ella estaban hechas las varitas mágicas.

Había palabras escritas en runas muy antiguas, le costó un poco de tiempo traducirlas "Por mí se va al recinto del llanto, por mí se va al eterno dolor, por mí se llega al lugar en donde moran los que no tienen salvación, vosotros, los que entráis... abandonar toda esperanza". Cada fibra de su ser se estremeció cuando termino la traducción. Empezó a creer que no fue tan buena idea exigir que la dejaran ir sola. Saco su mano de la túnica, con resistencia se sacó el guante negro que protegía su piel del frio, volvió a ingresar su mano en el bolsillo y después la saco sosteniendo una moneda de plata entre sus dedos, pensó que cualquier persona que hubiera creado Azkaban debía tener cierto amor por la cultura griega.

Levanto su palma y la coloco en la mano dibujada sobre el arco, sintió dolorosamente como la moneda se fundía con su mano, el lugar destello, una placa de latón apareció sobre la nieve a un paso de ella, respiro profundamente y cruzo el arco, en cuanto piso la placa, una nueva apareció justo delante, al pisar esta nueva, una más apareció, entonces comprendió lo de "sigue el camino de latón", que le habían indicado.

Prosiguió caminando como fueron apareciendo placas, aun sobre el mar, aun con el miedo de caer, fue un alivio que por el camino que iba transitando, el clima era cálido y estable, pero no fue reconfortante cuando se dio cuenta que a sus espaldas las placas iban desapareciendo después de ser usadas, se preguntó si solo se harían invisibles, pero no tuvo ganas de comprobarlo. Le tomó un poco de tiempo llegar hasta las puertas enormes de Azkaban, las cuales se abrieron con solo empujarlas, entro a un patio enorme, cientos de celdas se apreciaban desde su posición, en todas direcciones, en todos los pisos.El lugar era más tétrico por dentro, escuchaba cadenas, llanto y gritos en todas direcciones. Pero ella tenía un propósito, no se dejaría amedrentar por el lugar. Busco el pasillo rojo por el que debía continuar, por suerte era el primero a la derecha, en cuanto se adentró, brinco del susto cuando unas manos oscuras que salían de entre unos barrotes intentaron sujetarla.

El libre albedrío de los condenadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora