Gatesville, Texas: 1995.
Un día tan caluroso a finales de agosto con un cielo tan azul no era la clase de día que me imaginaba como uno de esos que marca el resto de tu vida de forma fatal.
Dejé la camioneta apenas decentemente aparcada antes de bajar de un salto por la ventanilla y echarme a correr hasta las puertas dobles de cristal, al entrar un chorro de aire helado me golpeó el rostro y aspiré su olor a desinfectante, el típico olor de hospital; me detuve delante de la mujer que se encargaba en la recepción que tecleaba en su ordenador con la cejas fruncidas, alzó el rostro cuando me detuve delante con la coleta deshecha y la nariz quemada por el sol, seguro no tenía el mejor aspecto, pero era lo último que me importaba.
-Amelia Warner... Dornan –me corregí.
-¿Parentesco?
-Es mi prima -mentí, no creo que se fuera a tomar el tiempo para comprobarlo.
Ella sin dejar de teclear miró el monitor un momento y su semblante cambió, su expresión de pena no me alentó demasiado.
-Segunda planta a la derecha -murmuró.
Cuando acabó de decirlo yo ya estaba apresurándome a las escaleras, no me iba a detener a esperar el ascensor, subí de dos en dos los escalones seguramente dejando una estela de polvo de mis botas, cuando llegué al lugar indicado fui al pasillo de la derecha esta vez un poco más despacio, no se escuchaba ningún ruido en aquellas paredes adornadas con dibujos de cigüeñas y bebés en colores claros, al final el pasillo estaba la central de enfermeras donde fui a hacer la misma pregunta, una de ellas sin revisar el computador me dio una de esas sonrisas compasivas que todos detestamos que nos den cuando algo va mal.
-Puedes ir al siguiente piso, en la sala de espera –dijo con calma, como si necesitara explicar cada palabra.
Asentí sin fijarme mucho en ella, en la pared tras ella estaba una enorme ventana con unas coloridas letras que ponían CUNEROS, le murmuré gracias y sin evitarlo fui a pararme ahí delante escudriñando toda la habitación, había unas diez camitas de las cuales tres estaban ocupadas, los bebés estaban envueltos en sábanas blancas y no había forma de saber cuál era su sexo, solo los distinguían etiquetas con sus apellidos al frente de cada una. Ninguna decía Dornan.
Volví a las escaleras y esta vez subí con más calma, el corazón se me salía del pecho cuando llegué al siguiente piso y fui a la puerta que ponía sala de espera, a través del cristal opaco solo se veía una silueta solitaria, abrí sobresaltándome por el chirrido que emitió, pero quien estaba ahí no lo notó.
Era un hombre que parecía que la vida lo había vencido, sus anchos hombros estaban caídos, sus codos en las rodillas y se cubría el rostro con las manos, no alzó la vista mientras caminaba y me ponía frente a él; inevitablemente me vino a la mente el recuerdo de la primera vez que estuvimos en esta sala, aquella noche lluviosa quince años atrás: los días que uno asocia con una pérdida, no los días soleados como hoy.
-Hola.
No se movió ni un ápice, no emitió sonido alguno, alcé mi mano para pasarla por su cabello, lo llevaba corto como se le exigía en el ejército, parecía más oscuro, como solía pasarle durante el verano, seguí pasando mis dedos por su cabello hasta que dejó caer sus manos con un largo suspiro.
-¿Qué haces aquí?
-Marcia me dijo que estabas aquí, fui a llevarle unas cosas de la tienda -aclaré rápidamente.
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Siempre es posible | Jamie y Dakota
FanfictionJamie ha cuidado de Dakota desde el momento que dio sus primeros pasos, siempre ha sido así hasta el momento que decidió enlistarse en el ejército y alejarse de Gatesville; ahora las circunstancias son difíciles y a él solo le resta pedirle ayuda a...