Capítulo 16

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Al final Dulcie no había vomitado, se trataba solo de su saliva derramada por toda su barbilla a causa de sus pequeños nuevos dientes, a la pequeña no le parecía justo no tener toda la atención de esa nueva extraña en la cocina así que empezó a hacer ruiditos con su boca y golpeando la mesita.

-Tú eras igual a esa edad -mencionó Melanie revolviendo una taza de café bien fuerte que Dakota había preparado en silencio, pero sus ojos apenas se habían posado en la bebé. -Todo el tiempo chillando y lanzando cosas, aún tengo dolores de espalda por todas las veces que tenía que inclinarme a levantar tus trastos de la comida.

Su madre siempre había sido bastante exagerada, así que no iba a dejar que algo como sus travesuras infantiles le hicieran empeorar su humor.

-Y luego, a los tres años me hiciste esa tarjeta del día de las madres, todos en el jardín de niños usaron brillantina, flores de papel y colores, ah, pero mi hija no -con un movimiento de desdén de la mano dejó la cucharilla de café sobre la mesa y miró al techo. -Mi hija me hizo una tarjeta con las alas de una mariposa muerta que encontró en el jardín, cochinillas de la tierra, plumas de las gallinas llenas de pintura y los bigotes del viejo gato del cobertizo.

Lo recordaba, había corrido a los brazos de su madre con sus pequeñas manos aún pegajosas mostrando su obra de arte, Melanie la había recibido con una sonrisa forzada tomándola con la punta de los dedos.

-Mi hija, la loca de los animales no podía dejarlos fuera ni en una simple tarjeta del día de las madres -sopló con sus labios pintados perfectamente de color rojo intenso sobre su taza de café. -Aún conservo ese pedazo de papel.

Aquello la sorprendió tanto que estuvo a punto de cortarse el dedo mientras cortaba trocitos de cáscara de limón, vio a su madre ahí tan tranquila sorbiendo su café mientras dentro de ella su estómago daba volteretas, hasta Dulcie pareció advertir que era un momento importante y dejó de hacer escándalo mirándolas atentamente.

-Aún no sé a qué debo tu visita -dijo luego de un largo silencio. -Dijiste que no volverías a Gatesville y esta es la segunda vez que te veo por aquí.

-Soy tu madre -dijo con un tono ofendido. -¿No puedo solo venir a saludarte y ver cómo está mi hija?

Fue entonces que ella notó un ligero temblor en sus manos, casi imperceptible y le pareció que su cabello no estaba tan ordenado como le pareció a simple vista, su visita sin duda no era un acto de cortesía, ahí había algo más sin duda, como ella no tenía nada que decir comenzó a cortar la masa poniéndola en la bandeja para el horno, había sido Lorna quien la había enseñado a preparar galletas, le ataba un delantal enorme mientras pasaban horas en la cocina, era quien la había criado, no aquella mujer que miraba en los carteles del cine cuando iba a hurtadillas de su padre.

-Se te da muy bien llevar la casa, a mi nunca me interesó -siguió sorbiendo su café. -¿Has dejado el trabajo?

-No, trabajo y ayudo en casa, Jamie también lo hace -se aseguró que las galletas estuvieran a buena distancia una de la otra y se puso de pie para meterla en el horno. -Compartimos las tareas, creemos que todos los que habitamos la casa tenemos el deber de mantenerla en orden.

-Los jóvenes y sus ideas del nuevo siglo -miró de reojo a la bebé que a falta de poder sacarse los zapatos y llevarse los pies a la boca intentaba meterse el puño en la boca. -Supongo que es un buen plan para dos personas que están casados por el bien de una niña.

-Sí, por supuesto.

Dakota vio que su madre rebuscaba en su bolso luego de que ella cerrara el horno y se puso tensa.

-Espero que no pienses fumar aquí, madre.

-¿Qué? Oh no, yo he... dejé el cigarrillo hace tiempo.

Siempre es posible | Jamie y DakotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora