―¡Eres una vergüenza para la familia, para el nombre de los Aihara! Nunca pensé que diría esto, y mucho menos de tí, pero eres peor que tu padre.
Me gritaba, haciéndome pequeña. Yo quería desaparecer.
―Todo es culpa de esa niñata con el pelo rubio, desde que apareció no trajo más que problemas para la escuela y para tí. Espero que recapacites y cambies tu decisión hoy mismo antes de que decida borrar tu existencia de mi escuela para siempre.
Me desperté bañada en sudor, jadeando como si hubiera corrido cinquienta kilometros corriendo sin parar. Me levanté para relajarme, me cambié la ropa, y me tomé una infusión de hierbas para intentar conciliar el sueño otra vez.
Al cabo de un rato me volví a dormir, temiendo volver a tener otra pesadilla como esa; las estaba teniendo demasiado a menudo últimamente.
Tenía la sensación de estar volando, surcaba los aires dando vueltas sobre mí misma.
Veía prados eternos debajo de mí de todas las tonalidades de verde imaginables, seguía flotando. Veía ríos, seguía su recorrido desde el cielo para descubrir dónde desembocarían. Atravesaba nubes que eran como densas y enormes columnas, otras se estratificaban por encima de mí, privándome en ocasiones de la luz del sol, otras se encontraban por debajo de mí, parecían nubes de algodón dulce y estaban muy lejos de mí. Flotaba por aquella atmósfera tan extraña durante lo que sentía que eran horas y horas, quizás días. Observé, y me llamaban mucho la atención, la diversidad y la coloración de los bosques que aumentaban en tamaño y densidad cada vez que nos acercábamos más a la desembocadura del río. Solo veía verde, verde por todas partes, todos los tipos de verde.
Verde: enebro, albahaca, helecho, trébol, pera, pino, musgo. Verde esmeralda.
Al cabo de mucho tiempo llegué a sobrevolar unos campos infinitos de olivos; bañados por la luz del amanecer parecían brillar con un tono dorado.
Quise encontrar la desembocadura... Pero nunca llegué; no pude alcanzarla.
Un grito me arrancó de ese sueño incomprensible. Miré el reloj y vi que aún eran las cinco de la mañana; era sábado. La noche de la cena.
Tenía miedo y no sabía como se iban a comportar los demás. Me preocupaba mi reacción en público, delante de Yuzu. ¿Cómo debo actuar? ¿Qué debo decir? Seguro que sacarán el tema de la boda, y de nuestro futuro, es decir, de mi futuro con Udagawa.
Me sentí como un monstruo, engañando a una persona inocente, haciendo esperar a otra. Mintíendome a mí misma, mintiéndole al mundo.
«Soy un monstruo», pensé, por enésima vez en mi vida. Yo era la principal culpable de mi dolor; había rechazado a mi padre de pequeña, me había rechazado a mí misma de adulta y a mi propia felicidad.
Yuzu era la única que verdaderamente me había hecho sentir merecedora de cualquier tipo de amor. Y me había hecho creer que merecía el amor de mi padre, y él el mío. Ella me había hecho creer que merecía amarme a mí misma.
Ella me había hecho despertar. Tenía que encontrar la maner de devolverme todo el amor puro e incondicional que me ha dado hasta hoy. Quiero sentirme viva, porque siento que cada día algo en mí va muriendo poco a poco.
Tengo que arreglar todo esto.
Me sentía extrañísima después de ese sueño. ¿Qué eran todos aquellos paisajes? Todo el color verde de mi sueño me llevó a ponerme uno de mis mejores vestidos, de color verde. Me preguntaba si a Yuzu le gustaría así. Quería gustarle, como si fuera una primera cita.
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Grandes Esperanzas
RomanceHan pasado años desde que Mei se despidió por carta. Yuzu ahora es estudiante universitaria e intenta rehacer su vida, cuando el destino vuelve a dar una vuelta inesperada. ¿Qué les depara la vida esta vez? ¿Podría ser que existiera una segunda opor...