Capítulo 18

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Capítulo 18

Por fin he encontrado el monento, las ganas y la mmotivación necesarias para escribir la historia que Setsuko me dijo debía usar para presentarme a ese concurso de jóvenes escritores LGTB. Me inscribí y la fecha límite para mandar nuestra obra es en dos días. No he escrito nada, o mejor dicho, no he escrito nada en papel ni en el ordenador. Lo he escrito en mi mente, he hecho miles de notas mentales de las cuales he desechado la mayoría, las he estado estudiando en la parte trasera de mi mente mientras hacía mi vida normal. Más que normal, mi vida maravillosa, mi vida maravillosa con Mei. He estado demasiado ocupada con ella, deleitándome al descubrir poco a poco un nuevo lado de ella que no había conocido nunca con tal claridad.

Ella está esperando poder leer alguno de mis escritos. Quiero escribir esta historia para ella, quiero que sea como un pequeño regalo de boda. Pensé que sería un regalo original de la misma manera que nuestra relación, por así decirlo.

Me encierro en mi habitación llena de cajas, después de haber pasado el día empaquetando todas mis cosas con la ayuda de Harumin. Apenas tengo espacio para pasar y sentarme en mi escritorio. Ya teníamos fecha para la boda y también para la mudanza. En una semana me mudaré con Mei. Habíamos elegido juntas una casa de tamaño perfecto, ni muy grande ni muy pequeña, más o menos a medio camino entre el instituto Aihara y mi universidad pero más cerca del instituto porque asumimos que ella seguirá trabajando en él cuando yo ya haya terminado mis estudios universitarios para lo que no me queda mucho.

El tiempo está pasando demasiado rápido, quiero congelar los momentos y mantenerlos por siempre en mi recuerdo. Quiero exprimir cada instante, quiero ser consciente de lo vida que estoy en cada segundo que transcurre.

―Vamos allá. Manos a la obra.

Me senté en la silla y entrelacé mis dedos delante de mi cara mirando el dorso de mis palmas. Tensé los músculos de los brazos y de la espalda estirando mis brazos con mis manos en el aire lo más alto posible. Ladeé la cabeza, primero acercando mi oreja izquierda a mi hombro izquierdo, y después hice lo mismo con el lado derecho. Lo continué haciendo mientras esperaba que el ordenador iniciara sesión.

―Necesito un ordenador nuevo ya... ¿Qué tal un Macbook Air?

Siempre había querido probar los portátiles de Apple. Sin darme cuenta ya había abierto el navegador y pensé en teclear Amazon en la barra de búsqueda pero me frené.

―Yuzu. Concéntrate ―dije cerrando el navegador.

¿Por qué me ha costado tanto ponerme a escribir esta historia si llevo pensándola tanto tiempo? ¿Por qué siento que estoy nerviosa? Sólo es una historia. Pero la verdad es que era la primera vez que me presentaba a un concurso y la primera vez que quería escribir algo para Mei con el propósito de que ella lo leyera. Tenía miedo de no estar a la altura.

―Tú puedes ―me animé, arremangándome la camisa.

Abrí el programa de música para escuchar a mis queridos Imagine Dragons que tanta inspiración me brindaban y abrí el programa Word. Empecé a escribir frenando poquísimas veces, tenía todas las palabras en mi cabeza. Perdí la noción del tiempo.

"Érase una vez hace muchos siglos, en alguna parte del infinito y oscuro universo, un bello planeta azul cuyo océano aislaba y protegía una enorme isla volcánica. En ella vivía una joven y bella sacerdotisa nieta del monje de un gran templo que veneraba a la diosa del Sol creadora de todas las formas de vida, el cuál estaba situado cerca de los montes de Yamato, en medio de un frondoso bosque a unos minutos a pie en las afueras de la ciudad de Imasaki. En ese templo transcurría la vida de aquella joven, quien era profundamente admirada como una de las mejores y más elegantes y bellas sacerdotisas de toda la ciudad. Era portadora de una particular mirada de color morado oscuro y su delicadez en la ceremonia del té, especialmente, y en muchas otras, captibaban a cualquier afortunado que aquellos ojos miraran por más de unos pocos segundos seguidos. Se decía que no solía mantener la mirada fija en nadie mucho tiempo, pues su mirada era un reflejo de su estado de concentración y ella debía concentrarse en todas sus tareas de sacerdotisa. Por las mañanas se levantaba y rezaba en el balcón que tenía una buena vista del amanecer por donde el sol salía entre dos montañas, después preparaba el desayuno para su abuelo y para ella misma, seguidamente empezaba a limpiar el templo mientras su abuelo se preparaba para las ceremonias y las tareas diarias.

Grandes EsperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora