Capítulo 19

1.5K 93 45
                                    


A veces el tiempo pasa cruelmente despacio, en especial cuando esperamos algo en concreto. No hace mucho dije exactamente lo contrario sobre el tiempo. Me contradigo, será porque contengo multitudes, como decía Whitman.

Algo como el perdón, quizás, es algo que te mata por dentro si no llega a tiempo. Un perdón de alguien que ya nunca llegará. ¿Qué es el perdón? Una medicina, un placebo en forma de palabras. ¿Realmente elimina el dolor? Me preguntaba por qué algunas personas parecemos ser adictas a lo imposible.

No podía entender todo aquello... No sabía cómo reconfortar a Mei. Ella se marchó. Imaginé que los pasillos del tanatorio olerían limpio, limpísimo, como si intentaran hacernos creer que la muerte no vagaba por sus estancias. Yo volví al apartamento. Escribí. Me puse a escribir porque es lo único que sé hacer. O al menos lo único que creía que sabía hacer: ahora ni siquiera estoy segura de que se me dé bien. Quiero regalarle esta historia, espero que le sirva de algo. Al menos quiero intentarlo. Kazane y Himiko llevan varios días rondándome la cabeza y no me he podido olvidar de ellas; o ellas de mí.

Pasé horas delante de esta pantalla, pero no podía escribir nada. Frase que escribía, frase que borraba. Idea que me venía a la cabeza, idea que era inmediatamente descartada. Parecía que las musas, si es que las había habido, me habían abandonado. Esperaba que el abandono fuera momentáneo porque realmente las necesitaba. Aunque me empeñaba en creer que ya totalmente independiente, fuerte en mi solitud, madura, adulta... Aún estaba bastante lejos de todo aquello; al menos ya empezaba a ser consciente de mis carencias.

Me rasqué los ojos, y mi mano volvió al ratón del ordenador el cual noté que de repente estaba húmedo.

'Es mejor que no vengas, quiero decir... No hace falta', había dicho Mei antes de irse. Y esas palabras me habían herido. Pero era lógico que no quisiera, o que no creyera oportuno que yo tuviera que estar presente en esa situación. Ya era todo muy incómodo, no debía incomodar a la familia más, a Mei. Pero una gran parte de mí, por no decir todo mi interior, quería estar cerca de ella en momentos como aquellos. Intenté no sentirme culpable por ser un estorbo. No es tu culpa, no es tu culpa... Yuzu, no es culpa tuya, me dije mil veces.

Kazane y Himiko vinieron a rescatarme.

"En un día que parecía ser uno como cualquier otro, salió el sol, se levantó por la mañana para rezar, para meditar, intentando huir de los pensamientos obsesivos que la perseguían. Pero Himiko recibió otra carta de Kazane. En ella decía que debía mudarse: el emperador los había contratado como cocineros de su corte imperial. En la carta Kazane parecía visiblemente preocupada por no poder desempeñar las labores que se esperaban de ellos; pero era una oferta que no podían rechazar.

Himiko cerró la carta. La puso dentro de su cajón de poemas de Murasaki, con otra carta de Kazane. Lo hizo tan lento como los pétalos de los cerezos en primavera; cerró el cajón como si fuera la última vez que fuera a hacerlo. Tenía que asistir a su abuelo en una ceremonia de boda ese mismo día, pero quiso olvidarlo por completo, ignoró los preparativos.

Buscó su koto, el instrumento tradicional de trece cuerdas, y aunque no era primavera empezó a tocar la canción que siempre tocaba cuando florecían los cerezos. Aunque representaba el florecer de los cerezos en primavera la melodía de esa canción se le antojaba amarga, dramática, auguraba una separación, una pérdida, el final de un mundo conocido. El punto en el que sus dedos tocaban las cuerdas era el único punto de su existencia en ese instante. 'Me alegró mucho conocerte, me sentí muy afortunada por compartir tu delicioso té y compañía. Esperaré tus poesías con impaciencia, no dudes en escribirme, yo no dudaré en hacerlo', recordaba las palabras de Kazane en la carta. Al principio empezó a tocar suave, con un stacatto rápido, pero con pequeñas pausas, con intervalos que sugerían ausencia, pero que de manera fluida dejaban pasar más notas conforme avanzaba el ritmo, conforme el volumen iba subiendo. Cada vez pinzaba las cuerdas y las golpeaba con más firmeza.

Grandes EsperanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora