Trabajo

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El despertador comenzó a sonar, eran las ocho de la mañana, un nuevo día se avecinaba. Nico se tiró fuera de la cama y empezó a revolotear por toda la habitación, iba haciendo las cosas a mitades.

Se quitó la parte de arriba del pijama, metió un cuaderno en su maletín, puso el edredón por encima de la cama, se puso los calcetines, luego se quitó el pantalón del pijama, se dio cuenta de que estaba desnudo y comenzó a reírse. Cuando acabó de vestirse y colocar su habitación fue a desayunar, allí ya le esperaba su chofer para llevarle al trabajo.

A las nueve en punto entró por la puerta del trabajo, según se encaminaba a su despacho saludaba aquí y allá a sus amigos. Se sentó en su mesa y presto toda la atención que podía las reuniones que tenía para ese día. De vez en cuando se distraía y se ponía a hacer garabatos en su cuaderno, otras veces, necesitaba hablar con sus compañeros... menos mal que, de vez en cuando, había un receso entre reunión y reunión, el cual aprovechaba para parlotear, estirarse y dar una pequeña vuelta por la oficina.

En el comedor de la empresa se formaba una tremenda cola, todo el mundo tenía que comer allí y eso que la comida no es que fuera ninguna maravilla, pero no cabía otra solución. Los menús eran variados y diferentes, un día había filete de suela de zapato, otro día había espinas con merluza... ¡Lo mejor era cuando ponían pollo!

Nico cruzaba los dedos para ver que tocaba hoy, tuvo suerte, macarrones con tomate, de segundo empanadillas de atún con ensalada y de postre manzana. Al acabar unos y otros rieron cuando intentaban quitarse el tomate sobrante de las comisuras de los labios.

Al poco, las reuniones comenzaron de nuevo, luchar contra el sueño era cuasi imposible, los párpados se entrecerraban y algún que otro ojo se puso en blanco. Al final, a las cinco de la tarde, la primera jornada laboral había acabado.

Nico salió corriendo como alma que lleva el diablo, fuera del trabajo le esperaba su chofer para llevarle a su segundo trabajo. Justo a las cinco y media de la tarde entró. Otra reunión, más atención que poner y algún que otro bostezo de aburrimiento que ocultar.

A las siete se encaminaba, junto con su chofer, a su casa. El día estaba siendo agotador pero aún no había acabado, ahora le tocaba preparar todas las reuniones del día siguiente. Le llevó más de hora y media de trabajo, finalmente, pudo ir a cenar pero, antes tenía que bañarse y preparar la ropa del día siguiente.

A las diez de la noche se acostó en su cama, su imaginación se puso a volar. ¿Dónde habían quedado los momentos de diversión? ¿Cuándo había podido respirar tranquilo? ¿Cuándo podría disfrutar de un simple paseo por el parque, y ver a los patos en el lago, o mirar a los niños jugar en los columpios? No lo sabía.

Ahora tan sólo se contentaba con imaginarse así mismo volando por el espacio, visitando otros mundos, viviendo mil y una aventuras, para eso le servía leer. Era su momento preferido.

Antes de irse a dormir su jefe le llamó.

—¡Menos mal que te he pillado despierto! Quería darte las buenas noches... ¡Acuérdate que mañana es un día muy especial Nicolás!

—Sí, papá... ¡Mañana cumplo nueve años!

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