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El sol despuntó con toda su potencia, los rayos iluminaron la incipiente primavera y junto con él, todos los animales se desperezaron. Alexandre se despertó y, estirándose, miró por la ventana mientras sonreía al ver el magnífico día que hacía.

El paso del tiempo durante el trabajo fue lento, en la hora de la comida su jefe le llamo, quería comer con él. Entre plato y plato, Alex estaba expectante, se rumoreaba que le habían propuesto para un ascenso y que el jefe ahora quisiera comer con él hacía que el rumor cobrara fuerza, su corazón latía ansioso, le costaba comer. El jefe, desde el principio, sacó su móvil, en la pantalla no cesaban de llegar mensajes que fueron atendidos entre disculpa y disculpa. Al final de la comida se levantó, se despidió y se marchó, junto con él, también se fue el tan ansioso ascenso.

Unas pocas nubes comenzaron a llegar, el cielo se fue encapotando en una tonalidad grisácea, el viento se levantó suavemente.

Por la tarde Alexandre se preparó para una cita, tenía pensado pedir matrimonio a su pareja. Por desgracia, no iba a poder comentarle su ascenso pero ese no iba a ser motivo suficiente para anular su gran noche. Se vistió con su mejor traje después de haber ido al barbero, se guardó su cajita de joyería y cogiendo un paraguas, salió de su hogar.

Unas pocas gotas de lluvia comenzaron a caer, el cielo se volvió negro y la luz de la luna quedó absorbida por el manto de nubes. En las calles, la gente que paseaba aceleró el caminar y, mientras unos buscaban refugio de la lluvia, otros, perdiendo los modales, no dejaban de chocar con los transeúntes.

Alex llegó al restaurante, buscó con la mirada a su novia y no la encontró. El metre le recibió y le acompañó a su mesa vacía, un vaso de agua y un cuenco de aceitunas le acompañaron durante media hora. Finalmente, llegó.

La mujer pidió disculpas sin mirar a los ojos a Alexandre, su atención estaba puesta en su móvil. La cena transcurrió con el silencio como única compañía que, de vez en cuando, era interrumpido por un molesto zumbido. Acto seguido, la novia miraba su dispositivo móvil, lo cogía, se reía sola y contestaba.

Finalizó la cena y Alex se guardó el anillo en lo más profundo de su corazón. En el exterior, la lluvia arreció fuerte, el viento sopló con fuerza y el cielo, oscurecido, de manera ocasional era iluminado por algún que otro rayo.

Los novios salieron, refugiándose de la tormenta fueron a un garito de unos amigos. Era noche de conversación, de tomar algo rodeado de sus viejas amistades, recordando historias y aventuras, contándose las buenas nuevas.

Al llegar al local de reunión, se quitaron los abrigos y se sentaron en una gran mesa que daba a un gran ventanal. Alexandre se quedó enfrente de la ventana, su novia a su lado, el resto de los amigos alrededor de la mesa ovalada. Comenzaron a hablar hasta que llegó el camarero, todos pidieron algo que beber y, alguno que otro, algo que comer.

Un móvil sonó y todos, excepto Alex que carecía de él, lo sacaron. El silencio se hizo en la mesa mientras unos y otros miraban, atolondrados, sus aparatos. Alex contemplaba el exterior en reserva.

Una gran niebla se levanto, la lluvia dejo de caer y, en la calle, una brillante luz apareció justo delante de él. Alexandre, sorprendido, miró a sus amigos, ninguno le hizo caso.

Alex se levantó, cogió su abrigo y salió a ver esa misteriosa luz que, poco a poco, se convirtió en un pórtico en el que, al otro lado, se veía a gente conversar en paz y armonía. Alexandre lo atravesó y la puerta desapareció.

Mientras tanto, la lluvia volvió, los rayos atravesaron el cielo sin cesar hasta provocaron un apagón. Los viejos amigos se levantaron, cogieron sus cosas y se prepararon para marchar.

—¿Falta alguien?

—No, ¿no?

—Vayámonos...

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