Un reloj de cuco marcaba el tiempo, el tick-tock se escuchaba en toda la habitación. Un salón de estilo inglés, donde predominaba la madera, el cuero, los libros y un gran escritorio que lo presidia. La luz, tenue, entraba a través de las cortinas que estaban echadas, aunque los cubre-cortinas, aterciopelados, estaban recogidos a los lados con una cinta anudada.
Un señor mayor, bien vestido y con buen porte estaba apoyado en la mesa, su mano izquierda en contacto con el mueble, su mano derecha subía y bajaba ocasionalmente hacia la boca para saciar, con unas caladas a su pitillo de liar, las ansias que le recorrían por el cuerpo. Su mirada corría del teléfono a la biblioteca una y otra vez mientras el humo, se empezaba a condensar en lo alto de la estancia.
Su pie no paraba de repiquetear en el suelo al compás del cuco. Los dedos de la mano izquierda, desde el meñique hasta el índice, desfilaban en un vaivén encima de la mesa, arriba y abajo, en orden, uno tras otro.
El teléfono sonó, los ojos del señor se abrieron. De forma pausada, sosegada, disimuló su nerviosismo dejando el cigarro en el cenicero. Acto seguido; levantó el auricular y respondió, el silencio se apoderó del despacho. Él solo se limitaba a gesticular con la cabeza, como si el que hablaba al otro lado pudiese verlo.
La llamada, portadora de noticias de muerte, fue breve. Al final, colgó el teléfono mientras desviaba la mirada a las cortinas, con la esperanza de poder ver a través de ellas, una lágrima le recorrió el rostro. El cigarrillo se iba consumiendo lentamente en el cenicero.
La tristeza se convirtió en ira, un fuerte golpe se escucho en todo el hogar. La mano izquierda, aún temblando y pálida, estaba apoyada con toda la palma en la mesa, poco a poco, la sangre volvió a su lugar.
A la instancia entró un niño gritando:
—¡Abuelo! ¡Abuelo! ¿Estás bien? ¿Te ha pasado algo?
El señor, de forma disimulada, se quitó la gota de agua salada que había ido descendiendo por su pómulo, cambiando la tristeza y la ira por una sonrisa, se giró para ver a su nieto. Cuando el jovencillo llegó a su regazo, le agitó el pelo con la mano aun temblorosa.
—Estoy bien, no te preocupes.
El señor se quedó en silencio, mirando de nuevo por la ventana mientras seguía acariciando a su nieto. El niño, miraba con orgullo y pasión a su abuelo.
—¿Sabes? —dijo el abuelo.
El niño le miró con emoción.
—¿Si, abuelo?
—"Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra"
El niño se quedo con la boca abierta.
—¿Qué es eso, abuelo?
—El tiempo se escapa como una nube, como las naves, como una sombra —respondió él.
El niño se encogió de hombros, no lo entendió, le dio igual. Lo importante era estar con su abuelo, disfrutar de él, tanto como pudiese. Quería alargar el momento todo lo posible, antes de volver a casa.
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Conmiseración
SpiritualAcompáñame, a través de estos relatos cortos, en la aventura de vivir con sentimientos, de dejar aflorar diferentes emociones, de reflexionar, en definitiva, de sentir. Obra registrada en Safe Creative. Todos los derechos reservados.