Estrés Postraumático

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Es la una de la madrugada, de un viernes cualquiera, inicio de un fin de semana. El silencio, el tintineo de la suave brisa en las lámparas metálicas de la calle, las luces amarillas parpadeantes, la tranquilidad, a veces rota por una moto o coche ocasional, y la rutina de mi calle me sobrecogen. Todo está tranquilo, la gente duerme en paz.

Acabo de llegar a mi hogar, del viaje de regreso tengo lagunas. El cansancio, el agotamiento, la falta de horas de sueño, la necesidad de tener la mente en blanco se impone. Me sacudo el polvo acumulado, me tumbo, me hago un ovillo y Morfeo viene en mi ayuda, los ojos se cierran...

Sudor frio recorre mi cuerpo, mi sueño es ligero y agitado, la piel me quema, el cuello agarrotado me cruje. Escucho risas lejanas acercándose, sonidos de cristales azuzados por pies, me despierto aún dormido, tengo los sentidos en alerta, asustado y quebradizo me incorporo, de un salto me quedo de pie mirando a izquierda y derecha, buscando una salida, mi respiración suena en el silencio nocturno.

Cuando el ruido se aleja me tranquilizo, me siento, me llevo las manos a la cabeza e intento dejar la mente en blanco. La garganta duele, un líquido salado recorre mis labios. Me dejo caer al suelo de nuevo, la posición fetal es mi aliada...

El primer rayo de sol sale por el horizonte, mi corazón se agita, mi cuerpo está seco, la cabeza me va a estallar.

La gente pasa a mi lado, no me miran, me huyen, me quedo en el suelo, no me puedo levantar.

—¡Ey, amigo! ¿Estás bien?

Me levantan del suelo.

—No puede ser... ¿Eres tú? ¿De verdad eres tú?

Me sacudo, me intento zafar, intento huir.

—¡Eh! ¡Eh! ¡Tranquilo! ¡Está todo bien! ¡Recuérdame!

Mis ojos están borrosos, miro y veo unos ojos lejanos, recuerdos florecen y la garganta duele, me caigo y el agua salada recorre mi rostro.

—Tranquilo... tranquilo...

Me abraza, se queda a mi lado.

—¿Cómo has acabado así?

No puedo hablar, lagrimas se escapan a mi control.

—Ven conmigo, compañero.

Me sujetan antes de caer al suelo desplomado, me llevan, camino sin mirar. La humillación y la vergüenza me detienen, no puedo continuar, la cabeza me amartillea, la piel reseca me tira.

Miro quien me lleva, recuerdo y al mismo tiempo no rememoro, el instinto se impone; huyo.

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—¡Hola cariño! ¡Ya estoy en casa!

—¡Hola! ¿Qué tal el día?

—No te lo vas a creer, hoy he visto a un compañero, el soldado de operaciones especiales que me salvó la vida en Irak...

—¿Y qué tal? ¿Cómo le va? ¿Por qué no te lo has traído?

—No muy bien... Es un vagabundo.

**************

Acabo de llegar a mi hogar, del viaje de regreso tengo lagunas. El cansancio, el agotamiento, la necesidad de tener la mente en blanco se impone. Me sacudo el polvo acumulado, dejo la botella de alcohol a mi lado, me tumbo, me hago un ovillo y Morfeo viene en mi ayuda, los ojos se me cierran...

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Dedicado a todos los que sufren estrés postraumático (TEPT) 

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