Capítulo 1: Escapar

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Sus pies descalzos aplastaban toda brizna de hierba con la que se encontraban a su carrera. Su aliento entrecortado se convertía en vaho conforme escapaba de entre sus labios. Su larga melena azul se mecía suelto sin control a sus espaldas. Su corazón latía desenfrenado mientras imploraba un descanso. Sus ojos verdes lagrimeaban por el miedo que sentía, incapaz de retroceder la vista hacia su hogar. Y su hogar ardía en llamas.

Aquel templo del que ahora huía había sido, como para muchas otras mujeres como ella, su hogar. Antiguamente, cientos de años atrás, se trataba de un enorme palacio de cuya historia dicen que fue el lugar donde la diosa Gaia derrotó a las fuerzas del mal y las exilió al más allá. Ahora se trataba de un templo sagrado con el mismo nombre de la diosa habitado por hijas de reyes que no eran desposadas y otras muchas mujeres que eran enviadas ahí para rendir culto a la diosa. Existen leyendas sobre esa historia que se han ido perdiendo a lo largo de los siglos, pero las que aún se conservan narran cómo algún día las huestes del mal resurgirán de nuevo para reclamar como suyas las tierras de todas las naciones. Y de la misma forma que fueron expulsados por Gaia una vez, sería una vez más ella quien volviera a derrotarlas el día de su llegada. Por ello aquel templo se convertía en el hogar de numerosas mujeres ya desde una edad temprana. Para Iria, desde el día de su nacimiento, diecisiete años atrás. Ella era un caso único, pues normalmente la edad más temprana a la que ingresaba una chica era a los diez años, pero Iria llevaba toda su vida ahí. Lo único que sabía de su lugar de origen era que se trataba de la hija menor del rey de Bacia, y con eso le bastaba mientras fuese feliz y su vida tuviera un propósito. Hasta aquella noche.

Cuando abrió los ojos la única luz que había en la alcoba era la de la luna colándose por la ventana y la de una vela sostenida por una mano temblorosa. A los pocos segundos de despertar pudo reconocer el rostro de la madre superiora. Era una mujer de avanzada edad ya, su piel estaba llena de arrugas y su cabello era plateado, pero, más allá de su apariencia física, siempre gozaba de una gran salud y de la energía propia de una persona joven. No, era imposible que temblara por la edad, y el ambiente en la habitación era bastante cálido. Algo preocupaba a la madre superiora y podía verlo en su rostro.

-Mi señora, estáis temblando-dijo Iria con su dulce y melódica voz, arrebatando la vela de la mano de la anciana por miedo a que se cayera y quemase algo-. Y es muy tarde para que vengáis a visitarnos. ¿Ocurre algo?

-No hay tiempo, Iria, debes marcharte corriendo-dijo atropelladamente la mujer anciana-. Han venido, ya están aquí, debes marcharte ya-ordenaba mientras tiraba del brazo de Iria para que se levantara.

-¿Quién ha venido? ¿Y a dónde he de marcharme?-preguntó Iria, confusa, dejándose arrastrar por la madre superiora hasta el exterior de la alcoba-. Dejad al menos que me quite el camisón y me cambie de ropa, por favor.

-¡No hay tiempo, tienes que escapar!-alzó la voz, despertando a las demás sacerdotisas con las que Iria compartía dormitorio-. Vete corriendo al reino de Kryn y dile al rey que estamos en peligro. Se encuentra al este del templo. Ten cuidado de no perderte en el bosque y no te detengas hasta llegar a sus murallas. Vete, ¡corre!

La madre superiora había conseguido empujar a Iria hasta la puerta del dormitorio, y tras ella se congregaba un grupo de sacerdotisas somnolientas, confusas por el escándalo que había montado y queriendo entender lo que estaba pasando. Iria tampoco entendía nada pero si la madre superiora estaba tan alterada por aquello seguramente se tratase de una situación delicada. Ella siempre mantenía la calma, su rostro siempre permanecía inmutable y sereno incluso cuando regañaba a alguna novicia que se saltaba las reglas. Era la viva imagen de la armonía y verla tan descompuesta era algo que infundía respeto a Iria. Obedeció y siguió las instrucciones que le dio la anciana, abandonando el templo. Frente a ella se extendía un pequeño valle que constituía todo el terreno del templo justo en el centro de un frondoso bosque. Y una vez fuera comprendió el miedo y los temores de la madre superiora. Entendió quién había venido y entendió por qué debía escapar de ahí sin volver la vista atrás.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora