Capítulo 4: La hospitalidad de un rey

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El frío calaba los huesos de la joven encerrada en aquella oscura, fría y húmeda mazmorra. El silencio era casi absoluto, solo se interrumpía por el eco de las pequeñas gotas de agua filtradas desde el techo impactando contra el suelo, y la única luz que había era la de unas antorchas situadas en el pasillo fuera del calabozo. Su calabozo solamente se componía de tres paredes de piedra y una fila de barrotes que limitaba una estancia con solo un montón de paja tirado en una esquina. Para hacer sus necesidades le habían tirado desde fuera un pequeño cubo de madera que, quitando el asco que le daba tan solo de pensar en hacerlo ahí dentro, dudaba que pudiera cumplir su función. Y si aquellas condiciones no eran lo suficientemente degradantes para la sacerdotisa, antes de entrar en las mazmorras requisaron su bastón. La excusa era para que no pudiera usarlo como arma. ¡Como si pudiera blandir un palo de madera estando coja de una pata! Al menos se tomaron la molestia de saciar su sed dada la deshidratación que había sufrido por el viaje. Pero ni siquiera las inhumanas condiciones a las que sometieron a la joven encerrándola en semejante pozo era suficiente para despejar de su cabeza la idea de lo que podría estar sufriendo Lyris por su culpa.

-Ella no tiene culpa de nada-insistía una y otra vez, apoyando sus manos en los barrotes para poder mantenerse en pie, cada vez que algún guardia pasaba, antorcha en mano, por delante de su celda-. Ella me ha salvado la vida. Por favor, no le hagáis daño. Ella solo me ha acompañado hasta aquí para que pudiera hablar con el rey.

Y, por más que insistía, el silencio, acompañado por una amenazante mirada, era la única respuesta que recibía por parte del guardia. El suplicio de Iria acababa en saco roto y su desesperación iba en aumento. Llevaba encerrada dos horas y solo pensaba en Lyris. "Ojalá no me hubiese acompañado" pensó, "así ella seguiría siendo libre en el bosque y solo me habrían encerrado a mí". Y se sentía abatida ante tales pensamientos, culpabilizándose una y otra vez por haber arrastrado a una persona inocente hacia una prisión.

La idea de que no se contentasen solo con encerrar a ambas chicas, en celdas separadas por si fuera poco, y que hablasen sin ningún tapujo sobre ejecutar a su amiga ponía enferma a Iria, cuya paciencia se iba debilitando a cada gota que escuchaba caer y cada eco de ese sonido que le era devuelto. Siempre había sido una persona muy tranquila como le habían educado, pero esa tranquilidad se rompía a pedazos con cada segundo que pasaba encerrada, aislada del mundo. Porque mientras ella estaba encerrada solo por intentar alertar al rey de un peligro inminente y su amiga iba a morir tras salvar su vida y ayudarla a llegar a un lugar que creía seguro, todo un ejército de criaturas venidas del más allá se reagrupaba y planeaba invadir el mundo sin que nadie pudiera pararles los pies.

-¿Esta es la hospitalidad que ofrece vuestro rey a quienes vienen a avisar de un mal inminente?-preguntó ya enfurecida, cansada de que la ignorasen-. Bravo por vosotros quienes encerráis a una chica joven que ha arriesgado su vida para advertiros mientras el verdadero enemigo sigue pululando por ahí sin que nadie sepa de su existencia-añadió a modo de amenaza, esperando que la amenaza de un enemigo desconocido hiciera que el guardia se plantease tomar en cuenta sus palabras-. Creí que aquí, en Kryn, escucharían la historia de cómo mis hermanas y la madre superiora murieron de una forma espantosa y que podrían ayudarme a salvar al resto de reinos.

-¡Cállate de una maldita vez!-dijo el guardia golpeando con su porra los barrotes de la celda para hacer retroceder a Iria. No era su turno de patrulla, había ido sacado de quicio solamente por los gritos de Iria. Quizá ahora podría tener una oportunidad de ser escuchada-. Estoy ya cansado de escucharte lloriquear y berrear. Ya es tarde para que te arrepientas por haber escapado de tu templo, niñata.

-No pienso callarme hasta que vuestro rey se digne a bajar hasta estas mazmorras donde habéis encerrado a una mensajera de Gaia y hable con él sobre el peligro que corremos todos-se mantuvo firme, aunque dando un par de pasos hacia atrás por miedo a ser golpeada desde detrás de los barrotes. En su rostro no mostraba nada de miedo, al contrario, se podía ver la seguridad en sus ojos y su firmeza, pero por dentro temía que aquello no fuese suficiente.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora