Capítulo 2: Lyris

7 1 0
                                    

Las noches de luna llena eran las favoritas de aquella chica rechoncha y de poca estatura. A Lyris le encantaba bañarse en el lago cuando la luna se encontraba en lo más alto, reflejada en la superficie del agua, mientras las luciérnagas lo iluminaban como si las estrellas hubiesen descendido hasta la tierra. En esas noches sentía que volaba sobre el firmamento y que ella brillaba más que cualquier otra estrella. Era el descanso más gratificante después de una jornada de cacería nocturna.

Otra razón por la que aquellas noches eran las favoritas de Lyris era que facilitaba su tarea de rastrear a los animales. Era más fácil seguir las huellas que habían dejado hasta llegar a sus escondites, donde dormitaban toda la noche creyéndose protegidos. Cazar era bastante más sencillo cuando se aprovechaba de las horas de sueño de los animales, pero requería una gran precaución pues en el casi absoluto silencio del bosque cualquier ruido era fácilmente perceptible a grandes distancias. Y el sigilo, además de su estupenda puntería con el arco, era el punto fuerte de la joven. Había pasado mucho tiempo habitando aquel lugar, subsistiendo en soledad y armonía con la naturaleza y teniendo que valerse por sí misma, sin poder depender de nadie que no fuese ella. Era el tiempo suficiente para perfeccionar esas dos habilidades y para aprender que ahí tenía todo lo que ella necesitaba. El bosque le daba todo lo necesario para vivir, desde frutos y agua para alimentarse y vivir hasta madera y piedras con las que confeccionar sus propias flechas para cazar.

Y ahí estaba, frente a una presa fácil que también había salido de su escondite para buscar algo de alimento, con una de sus flechas apuntando directamente al cuello del animal, esperando que la cuerda tensada del arco la propulsase contra su víctima. "Otro conejo incauto más y podré darme un buen bañito" pensaba, regocijándose ante el pensamiento de terminar pronto la cacería y poder disfrutar del placer relajante del lago. Pero su gozo debería esperar un poco más. A pesar del cuidado que había puesto Lyris en no ser detectada algo llamó la atención de su presa, quien dejó de roer la hierba y alzó la cabeza alertada. Estuvo así durante un par de segundos, estática, antes de salir huyendo al trote para adentrarse y perderse entre unos arbustos. Esos segundos eran más que suficientes para la joven, podría haber dado caza al conejo, pero ella también percibió algo. Tenía un mal presentimiento.

Trepó el árbol más cercano que había junto a ella y comenzó a saltar de rama en rama en dirección al extraño ruido que había escuchado. Conforme se acercaba a su destino pudo reconocer que aquel ruido se trataba de pisadas, unas de unos pies descalzos y otras pisadas que sonaban metálicas. Todas se callaron al instante tras un golpe seco, como el de un cuerpo cayendo contra el suelo. Y entonces Lyris pudo ver de qué se trataba. Ante sus estupefactos ojos se dibujaba una escena horrible. Una joven de pelo azul, bastante hermosa, ataviada solo con un camisón se hallaba tirada en el suelo frente a unas criaturas horrendas de aspecto reptiliano. Esas escamosas criaturas iban vestidas con armaduras y portaban, cada una, una lanza en sus manos. La primera que vio, y la más cercana a la joven, ya se estaba preparando para dar el golpe de gracia y acabar con su víctima. Lyris solo tenía un segundo para decidir qué hacer.

La misma flecha que iba a utilizar para cazar al conejo que vio hacía apenas un par de minutos la volvió a colocar en la cuerda del arco, tensándolo hasta que sintió las plumas de la flecha rozando su mejilla. Sin vacilar ni un momento soltó la cuerda, propulsando el proyectil hacia el espacio que había entre el casco y la coraza del atacante, clavando la flecha en el cuello. Y, ante su asombro, el resultado fue totalmente distinto al que esperaba encontrar.

Lyris se estaba preparando para ver caer inerte a su objetivo, aquella sería la señal para preparar la siguiente flecha y lanzarla contra el siguiente blanco que se atreviera a acercarse a la muchacha indefensa. Pero más allá de lo esperado la figura reptiliana empezó a petrificarse bajo su armadura cuando la flecha se clavó en el cuello, adoptando la misma postura de ataque que tenía en el momento en que iba a clavar su lanza contra el cuerpo de la joven. Estupefacta y presa del miedo soltó el arco y descendió desde su posición ventajosa para abalanzarse, daga en mano, contra la siguiente criatura. Un error que tardaría poco en lamentar.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora