Capítulo 5: Una revelación, parte 1

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-Entonces dices que ese ejército estaba compuesto de lagartos que andaban sobre sus patas traseras y que llevan armadura-dijo el rey cabalgando al lado de la montura de Lyris e Iria. Puesto que Iria no podía andar y que el camino era demasiado grande para ir a pie, tanto el séquito de su majestad como las acompañantes del monarca cabalgaron al trote en dirección al bosque. Era la primera vez que Iria montaba a caballo por lo que ambas muchachas compartieron montura, llevando Lyris las riendas del corcel.

-Suena descabellado pero sí, así es-contestó Iria, nerviosa-. Cada una de ellas era más grande que cualquiera de los soldados que nos acompañan ahora, y portaban lanzas con las que...

Y se hizo un silencio repentino e incómodo.

-Quizá sea así como debió pasar-dijo el rey, abandonando su papel de incredulidad, al ver la aflicción de la joven-. El destino es muy caprichoso, pequeña, y quizá se le antojó que fueses la única superviviente. Pero no creas que habrá sido en vano-sonrió, por primera vez sin soltar una risotada, más bien para tranquilizar a la sacerdotisa, el viejo rey.

-Vaya, hablas como si nos creyeras por fin-dijo Lyris con sarcasmo, fingiendo asombro, sin apartar la vista del sendero que había frente a ella. A lo lejos ya se veían los primeros árboles del bosque.

-A ti no te conozco de nada, pero he leído mucho acerca de Iria-contestó el rey, pronunciando el nombre de la sacerdotisa para asombro de ambas. En ningún momento desde que llegaron a Kryn dijeron sus nombres, nunca se presentaron, ni siquiera se lo dijeron a los guardias que arrestaron a ambas.

-¿Cómo es que me conoces?-preguntó la sacerdotisa extrañada de haber oído su nombre en boca del monarca.

-Flora estaba orgullosa de su novicia favorita, me escribía cartas constantemente, y era frecuente que aparecieras en ellas. Podría decirse que he leído cómo crecías desde que naciste hasta el día de hoy. Al fin y al cabo eras como la hija que nunca pudo tener.

-Ella siempre fue muy amable y cariñosa conmigo-reconoció Iria, entristecida por su memoria.

-Entonces le debes tu felicidad, así que deja de estar triste y piensa en ella con alegría, con la misma que intentó darte mientras estaba en vida-aconsejó el rey.

-Es un sabio consejo. Espero poder llevarlo a cabo.

Cuando llegaron al bosque no había nada de extraño en él. No encontraron ningún rastro, ni pisadas ni señales, de que hubiese pasado por ahí ningún tipo de ejército. El bosque era tan espeso y su superficie tan irregular que los caballos no podían pasar por ahí, así que todos desmontaron de sus corceles y los soldados miraron expectantes a su rey, esperando órdenes. Finalmente se quedaron fuera vigilando y cuidando de los caballos mientras el monarca se adentraba acompañado por las dos jóvenes. Tanto Iria como Lyris conocían aquel bosque a la perfección, sobre todo la chica sin hogar, por lo que no tuvieron problema de encontrar el templo. Y si bien durante el camino al bosque siguieron sin encontrar ningún rastro de nada, al llegar al claro donde se edificaba el templo el escenario cambiaba radicalmente.

Mirasen por donde mirasen habían cuerpos esparcidos de mujeres de distintas edades en charcos de sangre. Muchas de ellas todavía conservaban las lanzas de sus agresores clavadas en el cuerpo, y en todas se reflejaba el pánico vivido en sus rostros contraídos. Muecas de horror y agonía se dibujaban en las caras menos desfiguradas de los cadáveres. Y aquellas eran las afortunadas, las que tuvieron la bendición de morir rápido. Otras mostraban signos de tortura en sus cuerpos y algunos rostros estaban desfigurados, como si hubiesen sido golpeados repetidas veces con o contra algún objeto contundente. Iria tuvo que hacer acopio de valor ante tal acto de salvajismo, cogiendo aire y expulsándolo de sus pulmones repetidas veces antes de dirigirse hacia las puertas del templo.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora