-Eres consciente de que están utilizándote a su antojo, ¿verdad?-preguntó Lyris preocupada por la decisión que había tomado la sacerdotisa. Todavía no podía creerse que había elegido mediar en aquella guerra entre I-leth y Bacia aun a sabiendas de que tenía por delante un cometido de gran importancia, y que una sacerdotisa de Gaia jamás debía mediar en los asuntos políticos y bélicos de ningún país, incluso aunque uno de esos países sea su lugar de procedencia-. Nuestros pasos deberían seguir dirigiéndose a Reim, no a Bacia-reprochó de mala gana.
-Hay un enemigo por mucho superior a cualquier reino que habite estas tierras, y hemos visto de lo que pueden ser capaces-replicó Iria con el ceño fruncido, claramente molesta por la duda de su amiga-. Si luchamos entre nosotros no haremos más que facilitar que esos monstruos puedan campar a sus anchas sin ninguna amenaza que se les cruce por el camino. Ahora mismo nuestra única esperanza es que todos luchemos unidos aparcando nuestras disputas para centrarnos en el enemigo común.
Aquel era un argumento bastante convincente, y a Lyris no se le ocurría ninguna manera de poder rebatirlo a pesar de que todavía tenía algunas dudas al respecto. Lo que no se esperaría jamás era que, por primera vez desde que iniciaron el viaje juntas, iba a ser ella quien tuviera razón.
Cuando llegaron a la enorme muralla que cubría la capital de Bacia, los guardias registraron todas y cada una de las pertenencias de las mujeres en busca de objetos ocultos para asegurarse de que su visita no sería problemática. Tras una larga discusión por la posesión del arco, pues los guardias querían requisarlo y Lyris se negó en rotundo, acabaron solo por requisar el carcaj de flechas, con la promesa de que se le sería devuelto a su propietaria cuando decidiera abandonar la ciudad, y permitieron que entrasen.
Lo primero que vieron nada más entrar en la ciudadela fue a sus gentes. Sus habitantes estaban aquejados por la guerra. Padecían de hambruna y parecían exhaustos. Algunos de ellos parecían tan demacrados que era sorprendente que pudieran mantenerse en pie. Otros, quienes estaban tirados en el suelo porque sus fuerzas habían abandonado por completo sus cuerpos, incluso aparentaban estar muertos. Unos pocos estaban tan deshidratados que sus labios resecos mostraban pequeñas heridas. Hasta los niños habían perdido toda su alegría y no se veía ninguno jugar, solo sentarse en el suelo en pequeños grupos, junto a sus amigos pero en absoluto silencio. Sus ropas, al igual que la de los adultos y los ancianos, estaban echas jirones y hediondas. Algunos, los más afortunados, aún podían permitirse calzar sus pies con botas o, por lo menos, algún trozo de cuero atado con cuerdas a sus pies para que pudieran protegerlos de la dureza del suelo, aunque no del frío. Los que no, mostraban enormes ampollas sangrantes en sus plantas. Sus miradas estaban vacías, ya no quedaba más que incertidumbre y tristeza en ellos. Era triste ver cómo hasta los seres más puros del planeta perdían su vitalidad por completo a causa del miedo y del hambre.
Lyris entonces comprendió que la idea de intervenir en aquella guerra no era tan descabellada como pensaba. Esas personas estaban sufriendo un horror sin igual debido a la guerra, que estaba acabando con los recursos de la ciudad y, muy posiblemente, de todas las aldeas de a su alrededor, y verse envueltos en dos guerras a la vez podría llegar a acabar con todos ellos. Cada vez que pensaba en las aldeas de alrededor y, más en particular, de los granjeros que vivían alejados de los núcleos urbanos, un escalofrío recorría su cuerpo. Si en la capital estaban viviendo en unas condiciones tan inhumanas, ¿cómo vivirían en el exterior, donde los recursos son menores? Pensó que si al menos consiguieran firmar la paz con I-leth podrían darles un respiro a las auténticas víctimas del conflicto. Solo de pensar que todo aquello estaba pasando por culpa de los intereses de dos personas y su egoísmo hacía que hirviera su sangre. "Los hombres jamás aprenderán a solucionar sus propios problemas, y siempre acabarán arrastrando consigo a los demás" meditó para sus adentros, mirando de un lado a otro cómo por todas partes las calles estaban atestadas de inocentes que se habían visto injustamente involucrados.
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Iria
FantastikCuentan que cientos de años atrás la diosa Gaia derrotó a las fuerzas del mal y las exilió al más allá. Desde entonces el palacio donde se disputó la batalla definitiva se ha convertido en un templo para su culto, donde hijas de monarcas y mujeres d...