Capítulo 12: Esperanzas perdidas

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Iria no se percató de lo grave que había sido su error hasta que bordearon la ciudadela, a una distancia prudencial que les permitiera escapar sin ser vistas por las hordas invasoras, cabalgando en su montura junto a la de Lyris, ambas prestadas por el monarca de Bacia. Sin detener su marcha contemplaron estupefactas cómo un ejército más grande del que jamás habían visto en sus vidas luchaba ya contra las primeras líneas defensivas de la ciudad frente a las murallas con el fin de atravesarlas. Pero lo que terminó de causar el pavor de la sacerdotisa era la compañía que tenía aquella fuerza invasora. Entre los soldados humanos de I-leth se hallaban numerosas tropas de criaturas reptilianas, las mismas que habían invadido el templo de Gaia y perseguido a Iria por el bosque. Iria ya había visto el brutal potencial de aquellos enemigos en dos ocasiones; la primera, en persona, viendo cómo masacraban a sus hermanas en el templo, y la segunda, en su visión, viendo cómo arrasaban con el poblado elfo para destruir el cristal y llevarse a la diosa de la tierra comandados por aquella misteriosa dama de ojos rojizos y piel pálida que parecía flotar en el aire.

Con el recuerdo de los dos encuentros con esas criaturas, su mente evocó la imagen de las cientos de personas que se congregaron junto a Iria en su camino hacia el palacio de Bacia y sus caras de ilusión y esperanza por el fin de la guerra. No había pasado ni una hora desde que viera a sus seguidores, niños, adultos y ancianos, muertos de hambre y aquejados por el dolor, sonreír por, supuso, primera vez en mucho tiempo esperanzados por la posibilidad de una vida mejor. Les había hecho, sin pretenderlo, una promesa que no podía cumplir solo con su presencia, y, ahora, todo se acabaría para ellos. Ya no habría más esperanza en esa ciudad, ya no existía un futuro para ese pueblo. Al igual que la tribu elfa que custodiaba el cristal de tierra, Bacia sería enterrada en el olvido, recordada solo por los libros de historia. Y esta vez, pensó, sí que había sido culpa suya. Nadie podría convencerla de lo contrario, pues tenía claro que aquella invasión había sido por su culpa, por haberse dejado engañar por el capitán de I-leth para ir a hablar con su padre. Era impensable que fuese una mera coincidencia que atacaran la ciudad justo durante su visita.

-Supongo que debe ser doloroso pensar que esta es la última vez que visitas tu hogar y ves a tu padre-dijo Lyris desde su corcel, sin ningún tacto como era habitual en ella, al ver a su amiga compungida observando cómo se desarrollaba la batalla. A esas alturas las fuerzas invasoras ya habían derribado las defensas en la muralla y estaban entrando como una marea descontrolada de acero por el portón. Incluso a esa distancia el sonido del acero chocando y los gritos de agonía eran escalofriantes.

-Yo ya me había hecho a la idea de que jamás conocería el rostro de mi padre, ni sabría de mis raíces salvo por los libros que habían en la biblioteca del templo-contestó Iria con la voz apagada, espoleando a su caballo para acelerar el paso y alejarse lo antes posible de aquel lugar. Quería poner cuanta más distancia mejor para evadirse de aquel ruido infernal-. Siempre pensé que nunca volvería a mi hogar. En cierto modo es hasta un consuelo haber podido venir, aunque haya condenado a estas pobres gentes. Así que no, mi dolor no es por haber visto por primera y última vez a mi padre, sino por haber causado su perdición.

-Tú no has causado la perdición de nadie-exclamó Lyris sobresaltada por las palabras de su amiga-. ¿Por qué piensas que esto es por tu culpa?

-¿Acaso no es obvio? Estaban esperándonos en ese campamento. A nosotras. Sabían que nos dirigíamos a Reim y estuvieron esperándonos para tendernos una trampa.

-Estás paranoica, Iria-comentó Lyris con tristeza, temiendo que su amiga estuviera perdiendo la cordura. Aunque tampoco podía reprochárselo, teniendo en cuenta no solo la responsabilidad que cargaba a sus espaldas sino todo lo que habían visto y vivido hasta el momento, y lo que todavía les deparaba el viaje.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora