Capítulo 9: Unidad

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Cuando entraron en la sala del templo, Iria se estremeció al sentir la oscuridad y el vacío del lugar nada más posar sus pies en el suelo de piedra. El altar de mármol seguía intacto, en lo alto de la escalinata, en el mismo lugar donde la sacerdotisa pudo contemplar, flotando, el cristal verde donde dormía en su sueño eterno la diosa de la tierra. Pero ahora solo había oscuridad, y, alrededor del altar, pequeños fragmentos que antes conformaban el colosal cristal repartidos ahora por el suelo. Con la poca luz que entraba por la entrada del templo desde el exterior del edificio, Iria caminó temblorosa y asustada hasta el altar, agachándose para tocar uno de los fragmentos del cristal. Acarició su fría y suave superficie con tristeza y suspiró al cogerlo. Su brillo se había apagado, y toda magia que antes residiera en aquel frío e inerte cristal ya había muerto al ser destrozado.

-Ahora que tu prisión de cristal ha sido destruida, tú todavía sigues presa-murmuró apesadumbrada evocando el rostro atemorizado de la deidad raptada en su visión.

-Fallamos en nuestra misión de protegerla-respondió el anciano sacerdote, encendiendo unas velas junto a las paredes de la sala. Ahora que la estancia comenzaba a iluminarse y prestó atención, Iria pudo contemplar cómo la sala del templo estaba rodeada de estatuas de piedra que simbolizaban a una mujer de rostro indefinido y sin expresión, alumbradas por decenas de velas repartidas a lo largo de las paredes. Pero, al mirarlas, la sacerdotisa podía ver la imagen de la diosa en sus rostros-. Hemos rezado durante años en este templo para rogar por su protección, y cuando nos ha llegado la hora de rendir cuentas no pudimos estar a la altura.

-No fue vuestra culpa, os vi luchar con empeño hasta que cayó la última gota de vuestra sangre para protegerla-le consoló Iria, guardando un pequeño fragmento del cristal en su bolsa de viaje-. Muchos dieron la vida por protegerla.

-Y no fue suficiente-añadió el sacerdote, con gesto inexpresivo.

-Y yo no llegué a tiempo.

-Mejor así, tampoco hubiésemos podido protegeros a vos-respondió nuevamente el elfo, recortando la distancia que les separaba para hablar cara a cara con Iria-. No éramos rivales para las hordas de... lo que quiera que fuera eso. Y no creo que haya ejército capaz de enfrentarse a ellos sin caer en el intento de frenar su avance.

-Quizá un solo ejército no, pero muchos, si pelean unidos, podrían acabar con ellos-contestó Lyris, cansada de aguardar en silencio, contemplando la escena desde la puerta.

-Si conseguimos unificar los ejércitos de los demás reinos podríamos plantarles cara y expulsarlos nuevamente de nuestras tierras. Ya lo conseguimos una vez en el pasado y podemos volver a hacerlo de nuevo en el presente-dijo Iria con convicción, desviando la mirada desde su amiga hasta el sacerdote.

-Será complicado que todos nos unamos por una causa común-reconoció el anciano, suspirando-. Los elfos somos orgullosos, es complicado hacer que un elfo colabore con otra raza, siempre pensaremos que nos valemos por nosotros mismos y que no habrá nadie más que pueda estar a la altura de nosotros. Los humanos sois egoístas y salvajes. Ni siquiera sois capaces de ayudaros entre vosotros y no hacéis más que guerrear contra vuestros hermanos y vecinos.

-Existen muchas regiones humanas que han permanecido neutrales a lo largo de la historia, prestando colaboración con sus reinos vecinos en momentos de necesidad sin recurrir a la guerra-discrepó Iria.

-Y podéis ser orgullosos y lo que os dé la gana, pero ya ha caído uno de vuestros reinos-añadió Lyris-. ¿Acaso el orgullo ciega vuestro sentido común?

-Nos halaga que nos veas como un reino, pero no somos más que una tribu al margen de la política codiciosa que lleva a sus hermanos a la guerra-respondió el sacerdote, sin mirar siquiera a Lyris-. La mayoría de los nuestros vivimos en paz dentro de nuestras tribus. Mientras nuestras tierras no estén en peligro nuestras armas no serán empuñadas con fines bélicos. En más de una ocasión el rey Rodriel ha tratado de convencernos para que cedamos nuestras tierras. A cambio nos prometía proteger el templo.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora