Capítulo 14: Reunión familiar

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Iria por fin se había conseguido convencer por las palabras de Lyris. No era el momento adecuado para pararse a pensar en si era la reencarnación de Gaia, si aquellas diosas de los cristales eran sus hijas de verdad o si todo lo que estaba pasando era fruto de la casualidad. No tenía ni idea de si estaba haciendo todo eso porque era la elegida por la diosa para ayudarla a volver al mundo, si todo había estado ya escrito de antemano, si estaba siendo movida por unos hilos invisibles manejados por el destino o si simplemente las circunstancias y las creencias de otros habían conducido a Iria hasta ese templo, en uno de los picos de la cordillera de Reim, donde habían decidido que pasarían la noche para descansar y reponer fuerzas antes de seguir con su viaje tras la desilusión de haber llegado tarde por segunda vez. Lo único que sabía con certeza, y que importaba en realidad, era que todavía quedaba un largo camino por recorrer y solo quedaban dos cristales por salvar. Era un objetivo difícil, y sus enemigos ya tenían una clara ventaja sobre ellas, no solo por la distancia que ya habrían podido recorrer durante ese día tras haber atacado el templo sino por la cantidad de cristales que habían destruido. Solo quedaban la mitad, y a cada día que pasaba se iba acercando más el final de toda esa historia. Por eso no podía permitirse perder más tiempo con dudas que no podía resolver. No al menos en ese momento.

Con el corazón en un puño por ver a los monjes asesinados a manos de sus feroces enemigos, recorrieron el lugar para descubrir dónde se encontraba el almacén y dónde podrían encontrar algún camastro sobre el que descansar para pasar la noche. Iria se oponía a descansar en ese lugar lúgubre, sentía que era una gran falta de respeto hacia los difuntos, pero Lyris consiguió convencerla, una vez más, de que ellos no iban a necesitar esos alimentos y que aquella era la única alternativa que les quedaba.

-Tardaríamos mucho tiempo en descender la montaña-explicó en mitad de la discusión sobre si debían pasar la noche ahí, haciendo un recuento mental de lo que iba encontrando mientras descartaba todo lo que ya empezaba a estar en mal estado-. Nos veríamos obligadas a descansar otra vez a la intemperie y mañana amaneceríamos con la espalda dolorida y sin haber podido conciliar el sueño apenas. Y hambrientas-puntualizó rápidamente, apartando a un lado un par de frutas algo pochas que no sabía bien por qué las estaban conservando los monjes-. ¿No sería mejor que vayamos lo más descansadas posible y bien aprovisionadas con suministros suficientes para que podamos continuar el viaje con energías renovadas?-preguntó al tiempo que guardaba un trozo de pan en la alforja.

Iria suspiro exasperada ante la indiferencia y la clara falta de tacto que tenía su amiga y se encogió de hombros, dando luz verde a la arquera para hacer lo que quisiera. No podía rebatir su lógica de ninguna forma, aquella era la mejor de sus opciones hasta el momento, y acabó optando por dejarse llevar. Al fin y al cabo, ella también estaba cansada de dormir en el exterior y ya empezaba a echar de menos dormir en una cama. Incluso esas camas deterioradas por los años en las que dormían las sacerdotisas del templo se le antojaban cómodas en ese momento. Y la idea de recoger provisiones para el viaje y así no tener que preocuparse durante un tiempo por la comida era bastante tentadora. Y, de todas formas, tenía razón con que ya no quedaba nadie a quien pudiera servir nada de lo que quedaba en los almacenes. Al menos ellas aprovecharían esos restos y les daría alguna utilidad práctica.

Mientras Iria exploraba las alcobas de los monjes, al lado de las escaleras que ascendían hacia lo que supuso que se trataba la zona de meditación, junto a un pequeño huerto que encontró al subirlas, Lyris encontró un cazo y un puñado de leños con los que hacer una pequeña fogata para cocinar algo. Con la ayuda de la sacerdotisa llevaron todo lo que necesitaban para preparar un guiso de carne, guiso que supo preparar Lyris gracias a todo el tiempo que llevaba sobreviviendo en el bosque con lo que encontraba, entre las dos camas de piedra y paja que usarían para dormir esa noche. No era el mejor de los lechos que podían esperar pero seguía siendo mejor que dormir en el suelo al aire libre. Además, tenían montones de mantas que podían poner sobre la paja para acomodarse y seguían sobrando para arroparse y resguardarse del frío. De todas formas, debido a la altura a la que se encontraban, dejaron la fogata encendida cuando se fueron a dormir por si las paredes, el techo y las mantas no eran suficientes para entrar en calor en aquel lugar helado.

IriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora