CAPITULO 16

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<< Es posible que un Dom llegue a tener sentimientos al punto de amar, porque antes de ser Dominante es un hombre...>>


MATILDA

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MATILDA

Me ve silencioso como paso por su lado.

Me ve mudo y con sus siempre manos en los bolsillos de ese jodido y holgado pantalón de gimnasia que le queda de muerte de lindo, como camino altanera espalda a él, aunque por dentro tipo máquina me desfragmento de los nervios y rogando que no lo note.

Por ese, "segura" bajito y tipo susurro de momentos antes desafiante, que salió de sus labios y late en mi cerebro, disparando a todas mis terminaciones nerviosas.

¿Mencioné que también, palpitaciones a mi corazón?

Y con la seria posibilidad con cada paso que doy concentrada por eso en busca de mis cosas a un extremo de su sala sin voltearme a él jamás.

De una falla motriz de mis piernas por olvidar como caminar con decencia y trastabille, producto de mi nerviosismo y de mi para nada serenidad, por culpa de esa superficie de espacio en estas cuatro paredes en que nos encontramos.

Que nos encierra.

Y que me une y precipita a que mi eje de contención, tuerza a su ser.

El de mi cuerpo pidiendo estar cerquita del suyo.

Y observarlo de reojo y con mucho disimulo mientras me inclino por la caja me lo confirma.

Sip.

Ser y esencia en todo su esplendor y gloria de cromosoma de macho XY que tiene.

Y quiero golpear mi cabeza otra vez con la pared.

O mejor, aún.

Hundirla en la caja que estoy levantando con mis manos al notar que y como si nada, él ante mi perturbación busca sus lentes y acomoda en su nariz con aire divertido.

Mierda.

Porque de verdad, el profesor me gusta.

Jodidamente mucho.

Y por eso huyo protocolar con un ligero buenas noches a su habitación por segunda vez y tras la puerta cerrándola, deshaciéndome de mis abrigos y desabotonando mi pantalón para quedar solo en camiseta, me agarra un ataque de:

- ¿De qué, diablos hago acá? - Susurrando bajito y para mí, abriendo la caja para sacar la laptop de mi hermana como la cama.

Su cama.

Una, que miro de pie y con su cobija a medio abrir por mi mano.

Blanca su sábanas como la misma nieve que cae afuera y solo cubiertas estas, por un plumón de un gris suave, tenue y recordándome a las tizas de pizarras.

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