CAPITULO FINAL

954 105 37
                                    

MATILDA

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

MATILDA

A la mañana muy temprano y tras un desayuno calentito con mis padres.

Comienzo mi jornada demandante y a toda velocidad para tener casi todo listo, antes del prometedor almuerzo y presentación del profesor a mis padres.

Un jeans, mis botas de invierno de siempre y un ligero suéter haciendo a un lado mi ropa de dormir, es suficiente como puesto mientras con ayuda de una silla y sobre ella ya en mi habitación, busco mi maleta de un alto de mi armario.

La sacudo algo y abro su cierre depositándola en mi cama para empacar todo lo que voy a necesitar.

Ropa.

Documentación faltante y mi portátil personal.

Como también.

Alegría mientras desocupo cajones de mi escritorio de bolígrafos, cuadernos, libros y anotadores que van a mi mochila.

Mis pertenencias más queridas.

Dos portaretratos.

De mis padres sonrientes y abrazados junto a la chimenea.

Y acaricio la otra su imagen con mis dedos con amor.

La última de Clara y mía, juntas.

En una de sus últimas visitas y vacaciones, vísperas de las fiestas.

Siendo adultas pero como niñas sentadas sonrientes, sobre la alfombra de la sala y el gran árbol detrás de navidad abriendo nuestros regalos.

Y la abrazo con fuerza contra mi pecho.

Meses, antes de que su insuficiencia renal fuera extrema y nos tomara por sorpresa.

Seguido al jodido accidente.

Suspiro, guardando la foto de mis padres en el momento que siento el sonido ronco de una camioneta llegando a mi calle.

Corro hasta mi ventana entusiasmada, dejando la de mi hermana y mía, junto a mi cama arriba de la maleta abierta.

Y sonrío más, al notar que es la del profesor estacionando frente a mi casa.

Y no pierdo tiempo.

Después, seguiré empacando.

Salgo de mi habitación para descender las escaleras a su encuentro, pero bajo un rápido chequeo de un espejo de mi rostro y acomodando mejor mi pelo.

Soy veloz.

Y ni siquiera doy lugar a que Santo toque la puerta, abro esta y me lanzo a sus brazos.

- ¡Llegaste! - Le doy la bienvenida, besando su mejilla y a la vez lo impulso alegre sobre su asombro y mi risa, dentro de casa por el frío agotador de afuera y sin ánimo de apaciguar de la mañana tocando el mediodía.

El Santo®Donde viven las historias. Descúbrelo ahora