CIV. PVI

19 2 0
                                    


  Era una fresca mañana de julio y de las montañas llegaba una suave brisa, pero no obstante, todo Pamplona olía a meada de toro. El padre Hernando hizo una mueca y procuró alcanzar a los peregrinos que recorrían el camino de Santiago y que se aproximaban lentamente desde la puerta de los Francos a la catedral, cargados con los pecados de los que esperaban deshacerse durante la peregrinación, en los cuales apenas habían pensado antes del inicio de ella y que ahora pesaban aun más cuanto más se acercaban a Santiago de Compostela. El aroma a santidad de las ciudades españolas al pie de las montañas parecía duplicar la carga; pero en el caso del padre Hernando lo que le agobiaba era el tufo que surgía de los sudados abrigos y se combinaba con el intenso olor a toro. Se quitó los anteojos, los ocultó en una mano y se abrió paso entre la multitud, ahora convertida en borrosos contornos de bordes dobles o triples; en general, los lentes le permitían ver con mayor claridad aunque ahora tampoco lograban eliminar del todo los borrosos contornos. El camino a la Cuesta de Santo Domingo le era tan familiar que habría podido encontrarlo a ciegas. «Tal vez pronto tendrás que encontrarlo a ciegas —murmuró una voz en su interior—, hace apenas un año que volviste a hacerte corregir los anteojos.»

  Ante la estatua de san Fermín habían montado un altar; la misa ya había sido celebrada, pero todavía había gente charlando a su alrededor. Tenían los rostros acalorados, era el tercer día de los sanfermines y nueve días más de festividades y sangre de toros esperaban a los pamplonicas, pero las callejuelas de su ciudad ya apestaban como la tienda de una prostituta en un campamento militar alemán. El padre Hernando se puso las gafas y echó un vistazo en torno. Tras unos instantes vio los birretes de color púrpura y el círculo de cascos metálicos. Se abrió paso hasta ellos, se arrodilló y besó los dos anillos que le tendieron.

  —¿Qué se dice por ahí? —preguntó el cardenal de Gaete.

  —Que algunos jóvenes de diversos barrios de la ciudad han hecho apuestas sobre el último día de los sanfermines: ¿quién logrará correr durante más tiempo delante de los toros cuando salgan de sus corrales y atraviesen la ciudad? A quien logre llegar hasta el ruedo le esperan una corona de laureles y diversos premios de un monto considerable. En su mayoría, la camera de comptos lo considera un sacrilegio, pero no dispone de información precisa y no se pone de acuerdo con respecto a cómo proceder y si cabe proceder. Por eso es probable que el asunto se lleve a cabo y después todos se pelearán aún más por no haberlo impedido de inmediato.

  —Nos referimos al otro asunto —dijo el cardenal Madruzzo.

  —Sabe exactamente a qué nos referimos —dijo el cardenal de Gaete—, y creo que tengo claro qué pretende decirnos con su historia.

  —El Santo Padre de Roma sigue intentando averiguar de qué murió su antecesor. Sus Santidades Gregorio XIV y Urbano VII eran amigos cuando todavía eran cardenales. Pese a sus numerosas dolencias y su mala salud, el Santo Padre se esforzó por descubrir la causa.

  —¿Además de sus esfuerzos por prohibir las apuestas acerca de los resultados de la elección de cardenales y del Papa, y de dotarles de nuevos birretes de cardenal a algunos de sus favoritos? —le espetó el cardenal Madruzzo.

  —Tranquilizaos, Madruzzo —dijo de Gaete—. Ya es suficiente con que nuestro amigo Facchinetti obstruya nuestros esfuerzos y albergue miles de escrúpulos. No permitáis que una envidia mezquina os aleje de nuestros planes importantes y reduzca vuestra capacidad de opinar. Todos hemos de tirar de la misma cuerda.

  El padre Hernando extrajo un delgado rollo de pergamino de su sotana.

  —Estos son los mensajes de las tres últimas palomas mensajeras; llegaron a Madrid hace unos dos meses y proceden de Viena. No hay noticias más frescas, pero tampoco acordamos que el padre Xavier se comunicara en determinadas fechas o que nos informara acerca de su viaje a Praga —dijo, y le tendió el rollo de papel a de Gaete.

La Biblia Del DiabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora