CIV. PXVII.

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Cyprian pudo vencer la oposición del criado que le abrió la puerta y la de la vieja niñera que entretanto se había convertido en la criada de Agnes, pero no pudo con Niklas Wiegant.

 
—Sólo quiero hablar con Agnes —dijo.

 
—Lo siento —dijo Niklas Wiegant, negando con la cabeza.

 
—Niklas —Cyprian apretó los puños y procuró no perder la calma—, comprendo los motivos por los que queréis casar a Agnes con Sebastian Wilfing, pero creedme...

 
—No lograrás convencerme, Cyprian. Es inútil. Te tengo afecto, hijo mío, pero vete a casa y olvida a Agnes.

 
—De momento sólo quiero hablar con ella —masculló Cyprian.

 
Niklas miró los puños del muchacho. De repente, éste recordó que Wiegant había sido uno de los testigos presenciales. Le pareció reconocer esa mirada que reposaba sobre sus puños cerrados y casi creyó oír cómo el padre de Agnes sopesaba la posibilidad de que Cyprian se abalanzara sobre él.

 
—Siempre un paso después de otro, ¿verdad, Cyprian Khlesl? Y de repente te encuentras allí donde querías estar.

 
—Si ni siquiera tenéis la suficiente confianza en vuestra hija...

 
—Sólo quiero ahorrarle el dolor, eso es todo.

 
—Podréis estar presente y escuchar, si eso os hace sentir más seguro.

 
—Que te vaya bien, Cyprian. Presenta mis respetos a tu familia.

 
«No permitas que te oiga tu mujer», pensó Cyprian, pero no dijo nada. Niklas esbozó una débil sonrisa. El joven vio que el criado que le había abierto la puerta, y otro más, se ponían firmes. Hacerse echar por ambos no conduciría a nada y tampoco molerlos a golpes entre la puerta de entrada y la escalera, aunque eso fuera lo que deseaban los puños de Cyprian; desde que abandonó el palacio obispal, lo invadía una cólera infinita y ni siquiera sabía si se debía a que el obispo Khlesl había dado por hecho que emprendería el viaje a Praga pese a toda esa perorata acerca de la dimisión, el desentenderse y eso de «deja que me marche porque quiero emprender un nuevo camino». Cyprian inspiró lentamente y trató de oír lo que murmuraba uno de los criados en tono burlón:

 
—Qué, ¿vamos a casa?

 
Niklas Wiegant lo acompañó hasta la calle. Cyprian le lanzó una mirada.

 
—Así no recuperaréis su afecto —dijo en voz baja.

 
Niklas achicó los ojos y se dispuso a responder, pero cerró la boca y Cyprian lo oyó suspirar. Niklas sacudió la cabeza y volvió a entrar. Los criados sonrieron maliciosamente y cruzaron los brazos. La mirada del muchacho se detuvo en el rostro de la niñera, su vieja conocida. Esta desvió la mirada hacia la derecha, pero después se la devolvió. Los labios le temblaban.

 
Cyprian bajó la cabeza y se dispuso a marcharse. La puerta se cerró. Después miró en la misma dirección que la niñera. Por encima de la cabeza de los transeúntes de la Kärntner Strasse y de los blasones y los carteles indicadores de las casas, se elevaba el contorno de la torre de la puerta Kärntner.

 
* * *

 Una de las criadas de los Wiegant estaba aguardando junto a la entrada que daba a las murallas. Cuando vio a Cyprian desvió la mirada para no tener que mentir si en algún momento le preguntaban si había visto al joven señor Khlesl, repentinamente caído en desgracia. Los guardias de las murallas hicieron caso omiso de Agnes, ya estaban acostumbrados a verla. Al verla, Cyprian empezó a sonreír aunque era lo último que le venía en gana. Era trágico: durante todos los años pasados apenas hubo un momento en el que no habían estado juntos y ahora de pronto unos pocos segundos se habían vuelto preciosos. Agnes no le devolvió la sonrisa. Estaba pálida.

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⏰ Última actualización: Oct 09, 2021 ⏰

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