Estoy soñando otra vez.
Mi mente viaja al pasado una vez más, me lleva con ella hasta esa época de mi vida donde aún vivía en mi antiguo hogar y no tenía ninguna responsabilidad más que ser una buena niña en el colegio. Se está repitiendo de nuevo esa escena que, de vez en cuando, aparece durante la noche para traerme un poco de felicidad.
Presencio aquel momento dentro del sueño, claro como el agua, es uno de los más significativos en mi vida. Era una bella tarde de otoño, la brisa estaba fresca y las hojas color carmesí caían lentamente de los árboles, como si el tiempo fuera a detenerse en cualquier momento. De pronto se oyó una melodía que el viento la trajo desde el otro lado del parque.
Me levanté del banco en el que estaba sentada y la seguí hasta llegar al gran árbol de cerezo. Un viejo árbol, situado justo en el medio del parque de las flores, que estaba ahí desde hacía años y que todos cuidaban. Debajo de sus ramas, parado en su sombra, había un chico. Un simple chico que sonreía mientras tocaba la armónica y que parecía divertirse. Aunque no pude verlo más de cerca, sentí una gran alegría, como si fuera a llorar de lo conmovedor que era. Fue lo que marco mi infancia, lo que me motivo a ser lo que soy hoy: una joven novelista con grandes historias dentro de su cabeza.
Escucho el sonoro aviso de la alarma, indicando que ya es hora de levantarme y me quejo. Estiro mi mano hasta dar con el aparato del demonio que no deja de martirizarme y no dudo en acabar con la agonía. Abro los ojos con pesar, me siento en la cama y me desperezo. Todos, absolutamente todos, mis días comienzan así. Soy perezosa para salir de la cama, pero una vez que lo hago la situación cambia drásticamente, como ahora. Tras poner los pies en el piso, siento como mi consciencia se va despertando y mi organismo me indica que ya es hora de comenzar a moverse.
En solo diez minutos, ya me encuentro saliendo de mi departamento, dispuesta a llevar a cabo mi caminata diaria matutina. Ni bien pongo un pie fuera de este, soy interceptada por Margaret, mi vecina.
—Buen día, Jane—saluda amablemente mientras sostiene una bandeja con pastelillos.
—Buen día, Maggie.
—Felicidades, tienes un nuevo vecino.
Mi mirada se dirige al montón de cajas acumuladas en la puerta de al lado, que anuncian la llegada de un nuevo hijo adoptivo para Maggie. Ella no es como las típicas viejas chismosas que viven en los departamentos solo para acosar a los más jóvenes, más bien esa como una segunda madre para nosotros. Podemos confiar en ella y siempre que hornea pastel nos avisa para que vayamos a comerlo con ella, ya que sus hijos están lejos y ninguno se digna a visitarla. Es feo que no se acuerden de ella siendo que la anciana vive recordándolos, pero no puedo hacer nada para ayudarla si ella se niega a llamarlos primero.
—¿Hombre o mujer? —pregunto cuando la curiosidad me gana y por la mirada de la anciana, sé que ella sabe la respuesta.
—Un guapo y apuesto joven, de esos que llamarías moja bragas—dice mientras me codea y yo suelto una risotada.
ESTÁS LEYENDO
El cerezo
RomanceA Jane le encanta visitar el cerezo en sus ratos libres, es su lugar favorito en todo el mundo. Si no está allí, se encuentra escribiendo en su afán por compartir sus historias con el mundo. Después de todo, ha conseguido cumplir su sueño de ser esc...