La fiesta de gala será en siete días, por lo que esta semana entera la pasare con las instructoras. Intenté persuadir a John de que todo eso no era necesario, que podría hacerlo bien, pero se negó diciendo:
—No me creeré ese cuento. Una persona tan poco sociable, que nunca antes asistió a una fiesta, está claro que necesita ayuda. Si tienes tiempo para quejarte, úsalo para aprender.
Si lo pienso, él tiene algo de razón. Por lo general, no soy muy sociable, no suelo hablar con desconocidos como si fueran amigos de toda la vida, no. Eso no se me da. Cuando llegue a vivir a este edificio, me costó horrores entablar amistad con mis vecinos, de hecho, sin la ayuda de Maggie aun seguiría encerrada sin saludar a nadie. Algo similar me ocurrió en el trabajo, pero, a diferencia de lo anterior, tuve que obligarme a mí misma a ser educada y saludarlos. La amistad vino con el tiempo.
—Entonces, necesitaras un vestido—dice Karen, yo asiento—. Avísame cuando quieras ir a comprarlo y te acompañare. Te brindare mi asesoramiento profesional.
—De acuerdo—digo conteniendo una carcajada—. Luego te hablare, ahora debo irme, las instructoras me esperan.
—Ve a cumplir con el deber—dice con una sonrisa pícara sobre su rostro—, nos vemos.
Camino lentamente hasta el ascensor, dispuesta a subir al último piso, el que está dedicado a la recreación. Allí es donde se encuentran las instructoras, un grupo de tres mujeres que se encargarán de enseñarme todo el código de la etiqueta, lo que veo sumamente innecesario. Cada vez tengo menos ganas de subir.
Cuando la caja metálica llega al segundo piso, la puerta se abre y John, el hostil, sube. Me analiza con la mirada, mientras las puertas se cierran y yo trago saliva, cruzando los dedos para que no lance ningún comentario y el ambiente se mantenga en paz.
—No luzcas tan aterrada, no te van a matar. —dice mientras revisa su móvil.
—Es fácil decirlo, tu no estas por ir a ser adiestrado como perro.
—No serás...—dice volteándose a verme y lo miro—adiestrada...
De pronto, se queda en silencio mientras me observa y comienzo a sentirme nerviosa cuando noto la escasa distancia que hay entre nosotros. Nunca me había parecido tan estrecho ese lugar. La cercanía me abruma, siento como si hubiera palabras en el aire, cosas que quisiéramos decir, pero que no lo hacemos. Nos miramos por lo que me parece una eternidad y no quiero que la conexión se corte, no quiero que se aleje como siempre lo hace. Su mano recae en mi mejilla y por un segundo siento la necesidad de cerrar toda la distancia y estrellar mis labios sobre los suyos, pero me contengo haciendo uso de toda mi voluntad. Siento como sus dedos corren un mechón de cabello rebelde hacia el costado y me veo tentada a soltar un suspiro. Sus roces son como un cosquilleo en mi piel que no desaparece y me gusta. Quiero sentir más de todo eso que estoy experimentando y que no sabía que se podía sentir. Quiero más de este hombre que revoluciona mis hormonas y parece que él quisiera mas también, lo que me hace desearlo con más ganas.
La puerta se abre, sacándonos de ese trance tan maravilloso y exquisito del que ninguno de los dos quería salir. Mis mejillas enrojecen y comienzo a abanicarme con la mano, mientras John regresa a su postura inicial.
—Hace algo de calor. —digo, él asiente.
—Vamos, nos están esperando. —dice y, entonces, siento que puedo respirar normal de nuevo.
Lo veo dirigirse a las instructoras, hablar con ellas sobre las clases y no puedo evitar llevar mi mano al lugar donde antes estuvo la suya. He experimentado una intensidad tan abrumadora que me cuesta no volar por las nubes en este momento. ¿Qué es lo que tiene John que me atrae tanto? Quisiera que alguien me respondiera a esa pregunta.
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El cerezo
RomansA Jane le encanta visitar el cerezo en sus ratos libres, es su lugar favorito en todo el mundo. Si no está allí, se encuentra escribiendo en su afán por compartir sus historias con el mundo. Después de todo, ha conseguido cumplir su sueño de ser esc...