Capítulo Final

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Me veo al espejo y una gran sonrisa de dibuja en mi rostro al apreciar el vestido más hermoso que he visto en mi vida. Blanco como el algodón, con escote de corazón y sin mangas, decorado con unas bellas flores bordadas en la parte de arriba y la parte de abajo adornada con una flor que mantiene recogida una de las capas de tela, dejando la parte de tul al descubierto. Es simplemente precioso, se amolda perfectamente a mí y queda perfecto con el maquillaje y el peinado. He estado enamorada de él desde que lo vi y estoy más que feliz de haber podido comprarlo.

Alisson está detrás mío junto a las demás damas de honor, sentadas en unos banquitos de color beige al igual que el resto de los muebles de la sala, formando un circulo. Es genial verlas vestir esos vestidos de color violeta claro, llevan puesto mi color favorito por mí. Escucho como platican sobre cosas triviales, como si nada pasara, como si hoy no fuera un día importante. Pienso que quizá debería unírmeles y relajarme un poco.

Todavía me cuesta creer que estoy a solo unos minutos de encaminarme al altar para casarme con el hombre que amo, me cuesta asimilar que ya ha llegado el momento. Durante estos últimos tres meses nos hemos mantenido ocupados con los preparativos y el tiempo se nos ha pasado volando. Hemos corrido de un lugar a otro casi sin frenarnos ni un segundo con tal de tener todo listo para hoy y, si bien no será una ceremonia tan ostentosa como la de Francis y Silvie, puedo decir que será todo lo que yo he soñado con tener en mi boda.

Los golpecitos en la puerta me sacan de mi trance y logran callar a mis amigas. Karen se acerca a abrir y regresa a su lugar, dejando entrar a Maggie tras de sí. Mi anciana favorita las saluda a todas con un abrazo, incluida Elizabeth que se ha animado a unirse al grupo desde que la invite a participar como dama de honor. Aunque se nota que está dando lo mejor de sí para integrarse y no llevarse mal con nadie, aun se la nota algo tensa cuando mis otras damas la tratan tan casualmente. Supongo que con el tiempo se le hará más natural, pero de momento agradezco que haya aceptado estar a mi lado hoy.

—Te vez muy bien, mi niña—dice Maggie al llegar a mí—. Ya estas hecha toda una mujer.

—Gracias, mamá—susurro al tiempo que la abrazo—. Gracias por haber cuidado de mí todos estos años, por ser mi pilar y todo lo que necesitaba.

Ella corresponde el abrazo, envolviéndome con sus brazos, llenándome de su calidez. Escucho como sorbe los mocos y automáticamente siento el escozor en los ojos.

—No llores, Maggie. Si tú lo haces, yo lo hare y no puedo arruinar el maquillaje ahora.

—Lo siento, cariño—musita—. No puedo evitar emocionarme...

Maggie me suelta y saca un pañuelo de su bolsillo para limpiarse las lágrimas que se le han escapado. Luego lo vuelve a guardar y sonríe.

—Yo debería agradecerles a todas—suelta con voz un poco temblorosa—. Ustedes fueron la única compañía real de la que pude disfrutar, gracias a que han estado visitándome a diario no me he sentido sola y he podido hacerle frente a todo lo que se me antepuso en mi camino. Ustedes, mis niñas, aunque no sean de sangre, las quiero como hijas propias y no duden en venir a mí siempre que lo deseen.

—Ay, Maggie...

Siento como poco a poco se me encoje el corazón y voy sintiendo cada vez más ganas de llorar. Esto es malo, no debo ceder.

—Estoy feliz de haberlas conocido—continua mi anciana favorita—, estoy feliz de ser parte de sus vidas y poder vivir estos momentos tan importantes para ustedes. Me hacen sentir muy a gusto, me hacen sentir querida y muy afortunada de seguir viva. Así que, gracias por hacer feliz a esta pobre vieja.

Y ni bien termina la frase, se levantan todas de sus asientos y se unen a nosotras en un gran abrazo grupal. Puedo decirlo, incluso sin verlas, que todas están al borde de las lágrimas, igual que yo.

El cerezoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora