Quiero ir a casa.

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Capítulo 30.

Quiero ir a casa.

El lobo de Johan gruñó enseñando los dientes y atacó, pero el lobo de Duncan con rapidez lo dejó inmóvil sobre el concreto; las grandes patas del beta presionaron con cuidado su costado mientras que con su hocico amenazaba con morderle el cuello.

Desde su lugar, en la entrada de la sala de entrenamiento, Lya elevó las cejas en un claro gesto de sorpresa, pues no esperaba tal agilidad y certeza en los movimientos del beta. Había pasado casi una semana desde que Duncan y Jared regresaron de un corto viaje, Lya siempre se había preguntado a donde iba Jared cada cierto periodo, pero nunca se había atrevido a indagar; ahora, como tenía un poco más de confianza con Duncan, decidió preguntarle a él, para su mala suerte recibió una negativa como respuesta, pues el muchacho solo le había sonreído y dicho: lo siento, no puedo hablar sobre ello.

Johan gimió cual cachorro pidiendo ser liberado y el mayor abrió sus fauces para dejarlo ir.

Lya siguió con la mirada al lobo más grande, le observó pasearse con elegancia por el área y pensó en que era magnífico, mentiría si dijera que no estaba celosa; Jared era un gran compañero de equipo, no dudaría en confiarle su seguridad y espalda en algún entrenamiento, pero, siendo sinceros, le faltaba ser expresivo, ni siquiera su cordialidad iba más allá de la necesaria, ¿cómo eso era compatible con la personalidad chispeante de Duncan? Él necesitaba a alguien afectuoso, que compartiera sus bromas y ocurrencias. Es más, desde su regreso del viaje no los había visto juntos, ni siquiera al llegar a su apartamento que estaba en el mismo edificio; si ella estuviera con Duncan no se le despegaría por mucho tiempo.

—¿Lya, me estás escuchando?— Zoé le tocó el antebrazo.

—¿Qué?—, parpadeó y volteó, para enfocar su atención en la chica, —¿qué dijiste?

—Omar te está buscando— repitió Zoé, —¿qué sucede contigo?

—Nada, sólo estoy un poco distraída.

—¿Es por Alex?

—Por supuesto que no.

Zoé exhaló, —no entiendo porqué lo rechazaste, es un buen partido.

—No se trata de eso, simplemente yo- mejor iré a donde Omar, no quiero hacerle esperar— ella misma decidió no seguir con el tema y se retiró de allí, rodeando a su compañera de equipo para abandonar el lugar.

Zoé no indagó más en ello, solo miró el área de entrenamiento, donde Lya antes estaba absorta, y pudo ver al lobo de Duncan correr escapando del de Johan, esa mañana Duncan había aceptado ayudar a Johan a controlar a su lobo, pero más que un entrenamiento parecía querer matarle hasta el cansancio, pues Duncan era muy hábil. Si la actitud de Lya no era por Alex, seguramente era por Duncan, pues Zoé sabía que a ella le atraía, y si era así no la culpaba, pues su prima, Sarahí, se había vuelto loca cuando supo la noticia que involucraba a Jared.

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Duncan se colocó la sencilla playera y la alisó sobre su pecho con la palma de las manos, había sido divertido escapar de Johan, pues este nunca le alcanzó y pudo mofarse de ello. Se miró al enorme espejo que estaba sobre el lavabo, pues se encontraba en la soledad de los vestidores del área de entrenamiento; hubiera preferido realizar la carrera y práctica al aire libre, pero también sabía que era muy pronto para "dejar libre" a alguien tan inexperimentado como Johan.

La lámpara que pendía del techo titiló por un segundo e iluminó de nuevo el lugar de manera más brillante, devolviendo a Duncan un reflejo más nítido. ¿Desde cuándo se ocultaba para vestirse después de cambiar? Antes no le importaba pasearse desnudo, y al principio pensó que el pudor se debía a que ahora estaba en una ciudad nueva y rodeado de desconocidos, por eso en el campamento, aquél donde había ocurrido el incidente con Alex, aunque le pareció molesto no contradijo la orden de cambiar dentro de las camionetas. Observó el flequillo que le ocultaba la cicatriz, ya era más largo de lo usual y probablemente causaba el efecto contrario al llamar la atención en exceso. Con la diestra lo echó hacia atrás, despejando su frente para dejar todo a la vista, y mientras más tiempo miraba el surco rosáceo más grotesco le parecía; una vez le había dicho a su madre que esa cicatriz le haría ver más rudo, ahora sólo lo veía desagradable; tragó saliva con pesadez y tocó su torso por encima de la tela, frotando exactamente donde el cuchillo de plata le había herido y dejado una franja abultada, agradecía mentalmente que nadie más que su madre, el médico, y seguramente sus amigos cercanos, hubieran contemplado semejantes laceraciones, sería vergonzoso, ni siquiera Jared las había visto.

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