Cap III: "Silencio"

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Cabalgaron los cuatro elfos y el Dúnedain, más allá del hogar, bordeando las fronteras de Rivendel. El viento golpeaba suavemente sus rostros, y los llenaba de la frescura de la primavera.

Aragorn sonreía como si no hubiera un mañana, sentado debajo de un arce, disfrutando las tibias caricias del sol recien salido.

Un libro descansaba sobre sus piernas, pero su vista se hallaba posada en el joven elfo rúbio, que estaba sentado en medio del prado, con un hermoso conejo blanco nieve entre las manos.

Del fondo de su bolsa, sacó un par de hojas apergaminadas, lienzos vacíos, le decía él.

A su corta edad, Legolas y él habian sido sometidos a clases de arte, como un entretenimiento y una forma mas del aprendizaje cultural élfico. Y aunque el rubio estuviera bastante mas avanzado que él, no quería decir que no fuera bueno dibujando. Despues de todo, Legolas llevaba casi cien años aprendiendo a dibujar, pero era un tanto mas dedicado a la arquería, o a la lectura y escritura. En cambio, Aragorn utilizaba su tiempo libre para retratar gente, o practicar con su espada. Y algunas otras veces, se sentaba con el elfo a leer, largas tardes bajo uno de los ciprés de la residencia.

Tan ensimismado estaba, intentando dibujar a legolas, que no se dió cuenta cuando este desapareció del alcance de sus ojos, y rodeó el árbol hasta ponerse detras suyo, observando el dibujo.

Era un buen boceto, despues de todo. Rió en silencio cuando Aragorn levantó la vista, y comenzó a mirar alrededor, en su búsqueda. El dúnedain no lo encontraba, ¿Donde se había metido el elfo?

Entonces un escalofrío recorrió su espalda, mientras Legolas le susurraba al oído:

-Me gusta tu dibujo, Estel... -se dió vuelta, sorprendido, y pudo admirar, una vez mas, la hermosa sonrisa que lo traía loco. El rubio, bajo la discreta (e imperceptible mirada) de Elrond y sus hijos, recostó su cabeza en el regazo de Aragorn y tomó el libro entre sus manos.

Los cabellos en la nuca del hombre se erizaron, vaya a saber uno si por el placer, la sorpresa o la verguenza. Levantó la vista, y pudo distinguir la sonrisa burlezca de Elrohir y Elladan, en dirección a ellos.

Suspirando pesadamente, se recostó contra el árbol nuevamente, y comenzó un nuevo lienzo, de la ahora reciente posición de Legolas.

Esa tarde fué pacífica, el silencio entre ellos dos, no era incómodo. Todos lo disfrutaron enormemente antes de volver, justo al atardecer...

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