La muerte amanece simple, como siempre esperando el momento en el que aparecer en nuestras vidas. Y desaparezcamos. Me mira, con sorna, con ironia, como si supiera que yo ya no tengo remedio. Que a mi, ella, me da igual. Pasea por la ciudad, lenta, minuciosa y decide que, ni siquiera quiere verme. Que allá por donde vamos no nos quiere ni ver pasar. Asi que nos vamos. No por miedo a la muerte, sino por simple aburrimiento. Tampoco tenemos mejor manera de afrontar la vida, que obedeciendo la muerte.
La muerte, aunque no lo reconozca, también se aburre. Ya ha visitado a todas las personas que tocaba hoy, aunque han sido muchas, no tiene mucho trabajo. Últimamente, los humanos se lo facilitan. Esta buscando sus últimas presas, que son las que mas piensa. Las que mas le duelen. El trabajo de la muerte no es un trabajo cortés ni honesto. Pero es su trabajo y al final, después de millones de años, se ha acostumbrado. Si hubiese podido matarse a ella misma, lo habría hecho. Y lo haría. Y la entiendo, porque soy como ella. Sembramos destrucción allá por donde vamos.
Como si leyese el pensamiento, la muerte me mira. Con esa mirada suya, que dice "hoy te toca a ti". Pero hoy estoy de buen humor, y le sonrío ampliamente. Se va. Sin mi. Es nuestro ritual de cada año, de cada mes, de cada hora. Y cada minuto y segundo. La muerte se ríe de mi, y no conmigo en lo que yo siempre habría llamado una relación tóxica. Yo la anhelo, la deseo y la quiero y ella pasa de mi como las piedras.
Como la esperanza. Llega un punto en el que tu mayor esperanza de vida es encontrar la muerte. Y así, en realidad, poco sentido le queda a ninguna de las dos.