Me siento sola. No solo me siento sola, me siento incomprendida. No me siento acompañada por esas cinco personas con las que comparto estos 60 metros cuadrados, no me siento acompañada por esos amigos del instituto con los que paso el patio, no me siento acompañada por la chica que me escribe desde Madrid a menudo, no me siento acompañada porque me he centrado en sentirme sola. No lloro pero tampoco río, no sufro ni gozo .
Solo necesito un pequeño pozo en el que adentrarse, un pequeño pozo en el que se pueda maldecir y adorar a cualquier sin miedo.
Una nube en la que todos los pensamientos sean absorbidos.
Un pequeño trozo de carne que comprenda el porqué no lo quiero comer.
Necesito un diente de león que me convezca de que este texto será leído por alguien porque por ahí tú te has acordado de mí.
Una mente que me aleje de mi propia mente.
Necesito sentimientos porque no recuerdo tener alguno más allá del dolor al traicionarme a mí misma, el sentimiento agridulce al sentir mi sangre fluir por mi propia intención. Necesito que alguno de los malditos psicólogos reconozca de una maldita vez que estoy perdida, que abra los ojos y vea que no tengo ningún interés en curarme de lo que según ellos tengo. Por mucho que intenten fingir que me comprenden sé que no lo hacen, me lo recuerdan cuando, después de mis palabras, buscan desesperadamente un bolígrafo para apuntar todo de lo que les he informado. Intentan relacionar toda la información que tienen con un diagnóstico pero no lo encuentran, mi mente es matemática. Me temo que para ellos soy una ecuación imposible de descifrar.